Revista En Femenino

El Método Estivill: el último eslabón de una larga cadena de doctrinas psicológicas y médicas hostiles a la Infancia

Por Tenemostetas
«Lo más llamativo es constatar la persistente hostilidad de la Psicología hacia los niños, la tendencia a injuriar su naturaleza cognitiva y afectiva y la recomendación de prácticas basadas en el sufrimiento pedagógico»

Autor: Juan Campos, Psicoterapeuta y escritor. 
Vía| Prodeni
¿Cómo se debe criar a los bebés y educar a los niños?
Si la Ciencia representa el conocimiento más seguro, universal y preciso sobre un tema parecería natural que cualquier persona razonable buscase la respuesta a esta pregunta entre los expertos profesionales, las personas formadas en el dominio de la Psicología Infantil. Sin embargo, surge un problema al comprobar que algunos, formados en el estudio de esta Ciencia- psicólogos, psicoterapeutas o pediatras- discrepamos de un buen número de doctrinas respaldadas por las corrientes dominantes en ella, que denunciamos como ideología hostil a la naturaleza y a las necesidades afectivas de los niños.
Ciertamente la Psicología Infantil no es sólo ideología. Contiene hechos verificados y relaciones de probable causalidad entre fenómenos difícilmente cuestionables. Pero lo que tiene de Ciencia se presenta con frecuencia contaminado por prejuicios más o menos ocultos y por valores no siempre transparentes ni asumibles. Los valores y los sentimientos forman parte esencial de esta Ciencia por ser su objeto los seres humanos en el comienzo de sus vidas.
Lo más llamativo es constatar la persistente hostilidad de La Psicología hacia los niños, la tendencia a injuriar su naturaleza cognitiva y afectiva y la recomendación de prácticas basadas en el sufrimiento pedagógico. Por sufrimiento pedagógico entiendo la apología de actitudes por parte de los adultos que por razones de crianza-pseudomédicas- o educación -pseudopsicológicas- causen dolor y malestar a los niños.
Todo bebé sufrirá inevitablemente dolores, frustraciones y limitaciones derivados de su dependencia y vulnerabilidad y de los azares de la naturaleza: dentición, fiebres, caídas, accidentes, frío, calor, a veces pérdidas de seres queridos, miseria, sobresaltos etc... Cualquier adulto con una sensibilidad moral adecuada se esfuerza en paliar estos malestares de los niños a su cargo. Pero buena parte de nuestros expertos, no contentos con que los niños soporten este sufrimiento inevitable en el existir humano, insisten en que el buen educador debe añadir a este sufrimiento otro con fines puramente formativos. A esto llama Alice Miller la pedagogía negra o venenosa.
En sus versiones más reprobables estas doctrinas llegan a negar que lo que a todas luces es señal de dolor y angustia en el bebé realmente lo sea. Se invalidan así los sentimientos del niño. Antes de dominar el lenguaje el bebé expresa su malestar, su soledad, su miedo, su dolor, su aburrimiento por medio del llanto. Su placer lo expresa con gorjeos, sonrisas, risas y otros sonidos que no pueden confundirse con las expresiones de sufrimiento. No pueden...salvo que uno sea un experto formado en Psicología. Dice por ejemplo el Dr. Estivill, para eludir justificar y debatir sus doctrinas, que las críticas a su método provienen solamente del Psicoanálisis. Se equivoca doblemente; en primer lugar porque muchos de los profesionales que rechazamos sus métodos no somos psicoanalistas y en segundo lugar porque el más somero estudio de los clásicos del Psicoanálisis le permitiría descubrir hasta qué punto su actitud de dejar a los bebés llorar sin consolarlos la han compartido Freud y sus seguidores.
Véase por ejemplo lo que escribía Melanie Klein, según muchos la psicoanalista más creativa desde Freud, a mediados del siglo XX :
“El primer y más natural resultado de nuestro conocimiento será por encima de todo la evitación de factores que el Psicoanálisis nos ha enseñado a considerar como gravemente injuriosos para la mente del niño. Exigiremos por tanto como una necesidad incondicional que el niño, desde el nacimiento, no comparta el dormitorio paterno”.
Y Donald W. Winnicott, pediatra y en su día presidente de la Internacional Psicoanalítica, hacía afirmaciones tan falsas, crueles y delirantes sobre el llanto infantil como las de Estivill:
“La mayoría de los bebés lloran mucho...Debería hablar primero del llanto de satisfacción, casi por placer...el placer forma parte de cualquier función corporal, así que una cierta cantidad de llanto puede decirse a veces que es satisfactoria para el lactante, mientras que menos de esa cantidad no hubiese sido suficiente”.
Se ha señalado que no hay nada original en el método Estivill, lo que es cierto. Está calcado del conductista Ferber. Pero quienes estudiábamos Psicología en los setenta ya conocíamos por Skinner estos métodos. Y ya en los años veinte Watson, el fundador del Conductismo, afirmaba con tanta rotundidad como ignorancia que:
Las madres sencillamente no saben que, cuando besan a sus niños, los cogen y los acunan, los acarician y los columpian en sus rodillas, están lentamente creando un ser humano totalmente incapaz de enfrentarse al mundo en el que más tarde va a vivir”.
Suena familiar.
En los mismos años Ian D. Suttie, un psiquiatra escocés autor de un libro excelente en el que rebatía las doctrinas freudianas y su pesimismo antropológico, narraba su debate con el psicoanalista heterodoxo Alfred Adler, precisamente porque éste en su conferencia había defendido la necesidad de no acudir al llanto de los bebés.
En los años ochenta trabajé en la Escuela de la psicoanalista lacaniana Maud Mannoni. Nuestra niña había cumplido un año y seguía alimentándose a la demanda al pecho materno. Tanto su madre, la psicoterapeuta Helen McCormack, como yo nos esforzábamos en responder a sus necesidades con la mayor prontitud posible y practicábamos el colecho, por ejemplo, cuando la niña lo pedía. Los lacanianos fruncían el ceño y nos recriminaban nuestra actitud. En su jerga no estábamos imponiendo la Ley del Padre, la Castración Simbólica y todo el resto de patrañas pretenciosas y esotéricas en las que se expresa esa secta. El resultado fue una niña que lejos de convertirse en una retrasada o psicótica como anunciaban llegó a ser una joven equilibrada, despierta e independiente.
Encontramos advertencias contra el exceso de ternura en Freud, a quien Paul Roazen recordaba riñendo a una nuera por su cariñosa actitud hacia su bebé, en Psicoterapeutas Humanísticos como Maslow o Perls, quien se burla de los traumas de los niños, que él considera inexistentes y aboga por la frustración “educativa”. En Pediatría un médico neocelandés, Truby King, dominó la doctrina oficial en Estados Unidos e Inglaterra a mediados del siglo pasado imponiendo la lactancia rígidamente regulada por reloj, con lo que muchos bebés fueron abandonados al llanto por hambre o falta de contacto durante muchas horas de su vida.
Una de las últimas contribuciones a la teoría de la bondad del llanto no atendido la encontramos en la doctora Solter y en los practicantes del “Co-counselling” y algunos-no todos- terapeutas Primales. Según ellos hay una clase de llanto que hay que “permitir” y no consolar en los bebés. Se trata, dicen, de llanto provocado por la necesidad de expresar traumas antiguos que no hay que “reprimir”. Esta es una idea absurda, pues una persona sensible no reprime el llanto, no le pone una mano en la boca al bebé, ni menos, como hace la pedagogía venenosa con niños mayores, los ridiculiza y avergüenza por llorar, sino que intenta encontrar las causas del llanto y en todo caso coge al bebé si éste lo permite, lo mece, le habla o le canta y le escucha para calmarlo, porque el llanto no consolado, lejos de ser una catarsis, un alivio para el bebé, se alimenta de sí mismo y multiplica la angustia hasta llegar a veces al paroxismo.
La persistencia de tanto sinsentido en la Psicología Infantil sólo es explicable por la presencia de poderosos factores extracientíficos, emocionales en este caso, derivados de una tradición de siglos y de la condición humana de los profesionales que antes que científicos han sido bebés y han quedado profunda y, con frecuencia, destructivamente marcados por esas vivencias tempranas.


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