Revista Educación

El miedo

Por Siempreenmedio @Siempreblog

En el sillón trasero del Renault 16 de mi padre mi sitio se situaba en el centro. Un poco asomado sobre las dos butacas delanteras, a mi izquierda mi padre conducía siempre con el brazo en la ventanilla. A mi derecha mi madre un poco ladeada hacia el paisaje, cerrado el vidrio. Era un verano sofocante, un verano atroz de sol amarillo, de carretera, de los muslos pegados a la polipiel del asiento. Y aún así la felicidad: la alegría de sabernos cerca del monte, de cabañas hechas con ramas y pinocha, del aire seco y cálido de la tarde, de la comida en fiambreras, de un vasito de Mirinda sacada de la nevera portátil, de la radio, de la música de la emisora, de las canciones pegadizas y de los boletines informativos.

Al regreso de aquella tarde la radio nos dejó, paradójicamente, el corazón helado: Un incendio de La Gomera se acababa de cobrar la vida de Francisco Afonso y de un grupo de personas atrapadas por las llamas. Mi profesor de ciencias era su hermano, eran casi iguales, se parecían mucho, y aquella noticia rasgó algo en mi interior. El fuego. El fuego que nos devoraba los montes, los espacios por los que tantos ratos habíamos disfrutado, el olor de los pinos, las piedras bajo la manta, la pelota. Y a las personas, a las personas que conocíamos y que nos eran cercanas, vecinos, amigos, trabajadores del monte, a los animales, pájaros. Y de repente el verano se convirtió en miedo. En miedo al fuego. Tenía (tengo) pesadillas, huía de lenguas de llamas amenazantes, el aire viciado, el calor aplastante.

A partir de aquí, décadas de miedo voraz al calor, a las llamas, al humo. Cada año se repite la misma estampa, cada año somos víctimas de las dentelladas, de las noticias crueles, de los cielos iluminados, del humo, de vidas truncadas, de la ceniza, de la impotencia.

Cada año el calor trae el miedo, y nadie nos redime de este pecado, todo arde. El paraíso se convierte en un purgatorio atroz, en un dantesco sinvivir.

También este año. También el miedo.


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