Revista Cine

El mirón

Publicado el 10 diciembre 2010 por Andres
El mirón“Peeping Tom” (1960) era una película aborrecible. La prensa gritó indignada: los responsables debían ser castigados, los negativos incinerados y su director apartado de su oficio. Un crítico dispuso que fuera lanzada a una cloaca, pero aún así, advirtió, seguiríamos percibiendo su hedor. Y así fue. Su “pestilencia” en lugar de disiparse es más intensa que nunca. Pero eso vino mucho después. En el mismo año en que se estrenó la clásica “Psicosis” (1960), el director Michael Powell lanzó su propia cinta sobre un psicópata. El problema fue que aquel lunático era aficionado al cine y cómplices de sus asesinatos eran todos aquellos que observaban, confortablemente hasta entonces, en la sala oscura.
Antes de “Peeping Tom”, el inglés Michael Powell gozaba de prestigio gracias a las películas que había realizado en asociación con el húngaro, Emeric Pressburger. Powell se había iniciado en la era silente y adquirió dominio del oficio dirigiendo decenas de “quota quickies", films breves y de bajo presupuesto con las cuales las compañías británicas cumplían una ley de fomento de la producción nacional. Pressburger, por su parte, era un guionista cuya carrera en Alemania se vio truncada por el ascenso de los nazis. Ambos se encontraron en Inglaterra, y en plena Segunda Guerra Mundial, desafiaron el canon del cine inglés de entonces, inclinado por dramas monocromáticos y realistas. Establecieron su productora, The Archers, con la que emprendieron films que podían no obedecer la narrativa lineal, se inspiraban en mitos u ocurrían en lugares exóticos. Su obras más reconocidas fueron “A Matter of Life and Death” (1946), “Black Narcissus” (1947) y “The Red Shoes” (1948), historias llenas de romanticismo, fantasía y audacia visual, justo lo que el afligido público europeo de entonces necesitaba. Pero durante la siguiente década, la crítica les fue menos favorable y el entusiasmo del dúo se fue disipando. En 1957, Powell y Pressburger emprendieron caminos por separado. Tres años después, Powell, sin proponérselo, terminaría de liquidar su carrera dando al cine inglés su peor tormenta.
El mirónA finales de marzo de 1960, durante la proyección de prensa de “Peeping Tom”, los críticos londinenses se sintieron sofocados. Algunos hicieron sonoras retiradas manifestando su indignación, y todos, hayan alcanzado el último carrete o no, se lanzaron a sus máquinas de escribir para disparar adjetivos tales como “bestial” (Financial Times), “espantosa” (Sunday Dispatch), “perversión sin sentido” (Daily Worker). El rechazo contra esta cinta, como nunca antes ni después, fue unánime y apasionado. ¿Qué había irritado tanto a estos señores? ¿Una escena inicial donde una prostituta es asesinada, aparentemente utilizando una cámara como arma? Esta escena y las que siguen.
El serial killer es Mark Lewis, camarógrafo de un estudio de cine que también se gana unas libras extra fotografiando señoritas desnudas. Es un solitario que siempre lleva su cámara bajo el brazo y se encierra en la oscuridad de su departamento para visionar el material que ha registrado. Su obsesión es capturar “el rostro de la muerte”, ese gesto de horror absoluto del que sabe que está a punto de morir. La manía le viene de familia. De niño fue conejillo de Indias de su padre, un célebre siquiatra (interpretado por Powell), que a su vez estaba obstinado con el sistema nervioso trastornado por el miedo. Su padre registró toda su infancia en carretes de película y lo sometía a pruebas como, por ejemplo, despertarlo en la mañana metiendo una lagartija en su cama, sólo para registrar su reacción. Hasta que un día Mark obtiene de su padre un regalo decisivo, su propia filmadora. Todo esto será revelado a Helen, una joven que logrará aproximarse a Mark y conocer sus secretos. Sabrá, por ejemplo, que su nuevo novio asesina prostitutas y actrices necesitadas de oportunidad, apuntándolas con la cámara y el cuchillo que surge de una pata del trípode.
El mirónPero, insisto, ¿por qué “Peeping Tom” resultó tan insufrible para los señores de la crítica? Por si la descripción de su argumento no es suficiente, a continuación trataré de exponer las razones que se han dado para explicar la urticaria que produjo sobre las reseñas cinematográficas.
Siendo “Peeping Tom” una película sobre el voyerismo, la alusión a la pornografía es inevitable. Aunque Mark parece no estar interesado en el sexo, es un consumado fotógrafo de desnudos y al mismo tiempo camarógrafo de una compañía cinematográfica tradicional. Debió ser irritante observar que el asesino atraviesa ambos mundos rutinariamente: lo pornográfico es presentado como parte de la vida diurna. Hay una escena en la que un cliente entra a un puesto de periódicos y, además de The Daily Telegraph y The Times, se lleva un álbum de inglesitas al descubierto, todo a un precio especial. Así también Mark, gracias a su cámara, se hace pasar por periodista para que la policía lo deje cubrir el levantamiento del cadáver que él mismo se despachó horas antes. Es decir, un indecente revoltijo de extremos que se pretendían inconfundibles. Un estudio de cine respetable donde de repente, durante el ensayo de una escena trivial ambientada en una boutique, los actores se encuentran con un muerto en un baúl de utilería. Además, como se mencionó, Mark es hijo de un eminente psiquiatra quien también es responsable de su “desviación”. La perversión como resultado de la práctica científica racionalista.
El mirónEl voyerismo sádico. Posiblemente fue más incómodo que la perversión del voyerismo sea equiparada de manera tan directa con la práctica de hacer y observar el cine. El espectador-voyeur aquí es puesto en evidencia. Es considerado de mala educación mirar fijamente a un desconocido o fisgonear a los vecinos, pero este mismo afán por “contemplar” se vuelve lícito dentro de la sala oscura de un cine, en compañía de otros “mirones”. Pero “Peeping Tom” es como si te sorprendieran observando, de rodillas y a oscuras, a través de una cerradura. Y esto lo logra obligando al espectador a compartir el punto de vista del pervertido: el visor de la cámara de Mark, que hace que su realidad también sea la nuestra. La escena inicial pone las cosas bien claras, observar es participar. No hay un ángulo de visión alternativo que nos permita distanciarnos. Vamos con el asesino donde él quiera llevarnos y eso es preocupante y excitante al mismo tiempo.
La mujer como cordero del cine. Esto siempre se supo pero “Peeping Tom” te lo restriega en la cara. Como reflejo de la sociedad patriarcal de donde surgen, Hollywood y Europa presuponen que el “punto de vista” de su cine es obligatoriamente masculino, mientras que femenino es el objeto a ser mirado. El placer de mirar está reservado a los hombres y las mujeres deben aceptar un rol exhibicionista. Pero el que mira es también el que juzga, así que tanto en “Peeping Tom” como en otras tantas películas, algunas mujeres pasan la prueba y otras son llamadas al sacrificio. Entre las primeras están las esposas, y las esposas potenciales, y entre las últimas, las prostitutas y las amantes. Estas son también las que desencadenan la perturbación en el protagonista, y en general son las que “desvían” al hombre hacia la violencia. Las tres víctimas de Mark son chicas sexualmente activas, mientras que Helen, algo curiosa pero pasiva, es la única que puede proveer la tranquilidad para que Mark baje la guardia y exteriorice su trauma.
El mirónY mi favorita: el cine como posesión/destrucción del sujeto filmado. Parece tener sentido aquel rechazo de algunas tribus indígenas de ser fotografiadas por temor a que se les robe el alma. La cámara de Mark con su trípode filudo alude al cineasta como un “ladrón de almas”, un colonizador de la imagen de los otros. ¿Qué es más real? Mi cuerpo víctima del tiempo o mi imagen capturada en un instante infinito. En el cine es el registro de lo ocurrido lo único importante, nunca la ocurrencia en sí misma. Las leyendas, los grandes actores y actrices, pueden ser polvo ahora y eso es secundario pues sus “almas” gozan de buena salud. Entonces el cineasta es un pequeño dios que decide qué gesto secuestrar para la inmortalidad y dejar expuesto a la corrosión del tiempo todo lo demás.
Como habrán podido apreciar, “Peeping Tom” era demasiado para su época. Te ataca a nivel consciente y te ronda mientras sueñas. La ferocidad de las críticas incentivó que los distribuidores retiraran esta cinta de las salas casi de inmediato, al menos eso cuenta la leyenda. La verdad es que tampoco parecía importar demasiado a sus productores y en adelante las puertas de la industria se cerrarían para Powell. Aunque hizo un par de películas más, estas cayeron en el olvido apenas se estrenaron.
El mirónPero afortunadamente, bastante tiempo después, Powell tendría la oportunidad de reír al último. Al otro lado del Atlántico, un joven cineasta con ánimo de pasear por calles penumbrosas, Martin Scorsese, seguidor del cine anterior de Powell, tuvo el acierto de adquirir una copia de “Peeping Tom” por un par de cobres. Entonces la película fue exhibida en el circuito alternativo de New York para la admiración de los inquietos artistas de aquella generación. Eran los 70 y esta cinta vilipendiada por fin ascendía a los altares del cine de culto. Powell no se murió sin antes gozar de mostrarles el dedo a aquellos críticos pusilánimes y miopes.
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"La Tetona de Fellini" husmea entre cintas curiosas, clásicos recónditos, films perseguidos. El cine nos cuenta historias, aquí contamos las historias del cine.

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