Revista Cultura y Ocio

El mismísimo Münchhausen

Por Zogoibi @pabloacalvino
El mismísimo MünchhausenKindle

totsamyyEsta adaptación rusa de las famosas aventuras de Munchhausen es, con mucho, la mejor de todas las versiones, tanto en letra impresa como en el escenario; aunque quizá decir “la mejor” sea no decir mucho en este caso, dado que siempre puede un tuerto reinar en el país de los ciegos. No: El mismísimo Münchhausen está en realidad muy por encima de los otros intentos por llevar a la pantalla el trabajo literario de Raspe, y este guión de Grigoriy Gorin es también muy superior al libro.

El barón Karl Hyeronymous von Münchhausen fue un interesante personaje real de la Alemania del siglo XVIII que, según la historia, solía entretener a su audiencia con el exagerado relato… no, más bien con historias descaradamente imposibles sobre sus viajes y aventuras, aunque las contase de un modo tan natural que sería injusto tacharlo de vulgar mentiroso. De este barón y sus cuentos, otro no menos interesante personaje apellidado Raspe, un auténtico bribón, escribió y envió a imprenta una serie de ediciones de un libro (cuya autoría nunca admitió para evitar ser demandado por el barón) bajo el título de Extravagantes aventuras del barón Munchausen (o variaciones sobre el mismo) que, con el devenir del tiempo, se convertiría en un clásico del género de viajes maravillosos o relatos de aventuras, a la altura de un Gulliver o un Robinsón Crusoe.

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Siglo y medio después, el libro de Raspe se llevó al escenario teatral, y luego, a lo largo de las siguientes décadas, se hicieron algunas adaptaciones cinematográficas, como una producción alemana de 1943, una versión checa animada de 1961, esta película rusa para televisión de la que aquí hablo (Tot samyj Mjunkhgauzen), hecha en el año 1979, y una oscura producción de Hollywood en el 1988 (Uma Thurman y Robin Williams en el reparto). Pero, como digo, la versión rusa sobrepasa a todas las demás por goleada, desde cualquier óptica: la dirección (de Mark Zakharov), la escenografía, la interpratación y, sobre todo, el guión: mientras que las otras películas, claramente dirigidas a una audiencia infantil, se limitan a reproducir algunas de las aventuras del barón como historietas inconexas, sin ahondar ni apuntar más alto, el guión de Gorin nos presenta una historia lineal, para adultos, y tiene un enfoque más ambicioso, aunque no pretencioso, en el que juega maravillosamente con el absurdo y lo paradójico, con situaciones sorprendentes, hilarantes o dramáticas, encaminadas a ofrecernos una serie de interesantes dilemas morales.

¿Y cómo clasificamos una película tal? Cuando la fantasía, la aventura, el absurdo, el humor e incluso cierto matiz de ciencia-ficción se usan para proporcionar al espectador cuestiones filosóficas y morales, no hay un género concreto para el resultado; no hay un patrón con el que compararlo. Aun así, el mérito de Tot samyj Mjunkhgauzen está fuera de duda, creo yo; y me atrevo a decir que es una joya, una obra de arte, aunque muy desconocida.

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Salvo por su propia existencia, Karl Münchhausen se mueve entre fantasías, y toda su vida gira en torno a “hechos” irracionales; y aunque aparentemente se nos sugiere que él no es más que un mentiroso descarado o un pirado, su lucidez resulta patente y la total seriedad con que cuenta sus relatos o aporta supuestas pruebas de su veracidad son, más bien, pistas que apuntan en otra dirección: quizá lo imposible y lo absurdo son en esta película elementos reales, y sea ésta la única forma de entender al barón. Quizá se nos invita sutilmente a incorporarnos a la trama de la película, a ser parte de la alegoría, y una vez dentro nos hipnotizarán la poderosa personalidad de Karl, su halo seductor, y sobre todo sus desconcertantes desafíos, que desde dentro y por la fuerza de su confianza en sí mismo pierden algo de su inverosimilitud. Pero incluso aunque no creamos seriamente en el mundo de Münchhausen, aunque no creamos en sus fantasías, resulta casi imposible no creer en él, en el hombre Münchhausen.

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Por otra parte está el humor, un humor inteligente y de buen gusto que impregna toda la historia, y aunque el propio barón nos conmina a tomarnos la vida, y sobre todo sus propias aventuras, con una buena dosis de sal, su palabra no ha de ser puesta en entredicho: para él, el humor es una cosa muy seria, la precisión de los “hechos” es importante y decir la verdad es esencial; como cuando cuenta haberse izado a sí mismo por la coleta para salir de una ciénaga, caballo y todo…

Hay, no obstante, una persona y sólo una que cree ciegamente en él: su entrañable criado, cuya fe más allá de la duda y cuya lealtad sin fronteras resultan conmovedoras. Su afecto por su amo es admirablemente puro, sin mancha de desconfianza o recelo, y en este aspecto está por encima incluso de Marta, la prometida de Karl, que pese a su amor no parece creer del todo en el barón; no sin reparos. Por supuesto siente devoción por él; amaa su singularidad, su carácter divertido, romántico y entretenido; pero su instinto práctico es casi tan fuerte como su amor, y ambas fuerzas libran dentro de ella una lucha que, al final, será heroica: en una de las escenas más emotivas, se ve obligada a decidir entre ser fiel a Münchhausen y condenarlo a una más que probable muerte, o traicionarlo para salvarle la vida.

Pero, ¿qué sería una película rusa sin lágrimas? En uno de los momentos más emocionantes, Karl es arrinconado por la sociedad y por la propia Marta para que renuncie a sí mismo y a lo que más valora en la vida, que es paradójicamente la verdad, la misma verdad a la que no parece hacer mucho honor al contar sus aventuras. Pero no podemos evitar simpatizar con él y ponernos en su piel, compadeciéndolo en su desgracia.

Así, poco a poco, la acción nos lleva con gracia, habilidad y un doble salto mortal del absurdo, hacia un dilema desconcertante, una cuestión que haría empalidecer las dudas de Hamlet, un desafío para cualquiera a quien haya preocupado alguna vez el problema de la coherencia y la honestidad personal. Porque luchar o sacrificarse por la verdad u otro valor que goce de igual prestigio popular resulta trivial en el mundo de los héroes; pero luchar o sacrificarse por la realidad de una fantasía... esto es algo que no he visto antes, excepto quizá en el Quijote. El Münchhausen de Grigoriy Gorin podría ser el mayor héroe de la ficción.

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Y basta ya. Esta película es un atrevido brindis al inconformismo y un sublime homenaje a la coherencia, la integridad personal y la verdad, por paradójico que parezca. Realmente creo que, en esta obra, Gorin ha eclipsado a Shakespeare. En una de mis escenas favoritas -quizá la mejor- escuchamos a Karl decir sobre sí mismo, a la audiencia, lo siguiente: aún no habéis comprendido que el barón Munchhausen no es famoso por sus hazañas, por sus grandes aventuras ni por sus hechos heroicos. El barón Munchhausen es famoso porque siempre dice la verdad.


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