Revista Cultura y Ocio

El móvil

Publicado el 06 julio 2016 por Icastico

(Continuación “El último domicilio”, léelo pinchando aquí)

El macabro suceso alteró el ritmo habitual del pueblo. Todos los comercios y tiendas eran centros de información para la legión de curiosos, más de lo habitual. En particular revolucionó a la Cofradía del Cotilleo. Sus miembros más ilustres tenían ante si el ingente reto de elaborar una primicia antes de que el periódico pusiera coto a la imaginación. Esta anticipación es el summum de cualquier fisgón que se precie. Urgían unos mínimos datos para armar el esqueleto de la noticia. Ya la prensa le pondría carne y el rumor mil trajes. Lo imprescindible, antes de comenzar a escupir whatsapps a destajo y agotar la lista telefónica de ávidas orejas. Un terremoto de lenguas que batirían el chisme hasta llevarlo a punto de nieve en un trabajo agotador. El chismoso es como la hoja parroquial. Tiene sus raíces (y su copa) en el pueblo. Conoce motes, apodos. Revuelve en la trastienda de otras vidas. En ellas encuentra desde una lejana y traumática historia de cuernos nunca olvidada – de eso se encarga el cotilla – pasando por embarazo prematuro de la niña del tercero, “se veía venir”, hasta el marido de Juanita, camarera en un bar de carretera. El pobre se quedó en el paro, “con todo lo que tienen encima”. Su bienestar se funda sobre malestar externo. Alérgico a la gente feliz, tal vez porque en su vida no cabe la felicidad, o no halla la dicha motivos para visitarlo. Las buenas noticias no tienen acomodo en sus boletines. La envidia es un cáncer incurable.

Lo que sobraba rigurosamente en esta ocasión era el “no se lo digas a nadie”, al contrario, mencionar la “fuente” confería prestigio, una oportunidad de oro para consagrarse. Me lo dijo la Menchu, que resulta que estaba de copas esa noche, vio un despliegue policial y allá se fue a investigar”. “Me lo acaba de contar Paco, fíjate, ¡qué horror!, estaba echando un cigarro asomado a la ventana y ve aparecer un tipo dando tumbos que fue a caer tras el muro que da al colegio. Bajó a toda hostia, se encontró con el petate y llamó al 112, mientras no llegaban le dio tiempo a curiosear un poco

El cadáver presentaba cinco heridas de arma blanca de una hoja de considerables proporciones. Una de ellas – localizada en la tetilla izquierda – resultó mortal, según se supo más tarde por el informe del forense. La Guardia Civil identificó a la víctima de inmediato una vez registró la cartera hallada en el bolsillo interior de su cazadora. Martín, varón, 17 años. Domicilio en un pueblo cercano. Por el apellido, poco frecuente, localizaron a la familia y la pusieron al tanto telefónicamente. El padre, trastornado, acudió al cuartel en taxi. Entre su testimonio entrecortado, a preguntas de los investigadores, y la propia imagen del fallecido se obtuvo una descripción bastante completa. Martín era alto, 1,80, delgado, 68 kilos. Rostro cuadrangular, facciones angulosas, mentón sobresaliente y pómulos marcados. Mejillas ligeramente cóncavas, nariz proporcionada, tipo “romana” a lo Tom Cruise, ojos entre verdes y marrones predominando lo primero, pestañas largas y cejas pobladas, separadas entre si unos tres centímetros. Pelo corto, cuidadosamente alborotado (con la mano), color avellana. Según el padre, era un hijo ejemplar, nunca ocasionó problemas más allá de los inherentes al desarrollo: algún episodio de salud, sustos, golpes… travesuras propias de cada edad, tan útiles para el aprendizaje. Buen estudiante, serio, maduro. Un chico equilibrado. Quizás demasiado introvertido últimamente, agregó. Era amante de los deportes, la naturaleza, le gustaban las series de televisión y pasaba mucho tiempo atendiendo las redes sociales. Según creía el padre, no fumaba ni consumía sustancias de esas, “ya sabe a lo que me refiero”, por lo menos en casa. Todo esto iba reflejando el agente en su parte.

Preguntado sobre la vinculación de Martín con Cabañal, población donde ocurrieron los hechos, dijo el padre que era el lugar de veraneo desde siempre, motivo por el cual tenía el hijo un grupo de amigos que iba más allá de la mera relación estival. De hecho, debido a la cercanía entre este pueblo y su residencia habitual – 15 kilómetros – se veían con relativa frecuencia: fiestas patronales, carnavales, cumpleaños y cuando lo consideraban conveniente. No era extraño que quedase a dormir en casa de alguno de ellos. Cabañal era una población tranquila en invierno pero que en verano multiplicaba sus habitantes. Enclavada en un paraje singular, rodeada de rías, ríos, bosques y aldeas, ofrecía múltiples alternativas de ocio: rutas ecuestres, itinerarios gastronómicos de cocina gallega tradicional, excursiones en kayak por río y mar, pesca, senderismo y cicloturismo. Durante el fin de semana el ambiente era muy concurrido y animado debido a la gente que acudía de las inmediaciones a los vinos y tapas en sus calles de vestigio medieval.

Una vez rematada la declaración, Martín padre se dirigió al lugar en que hallaron el cadáver, que ya había sido levantado. Estaba acordonado con cinta policial, una superficie irregular de unos 20 metros cuadrados. Una taquicardia se apoderó de él unos instantes, inspiró y espiró profundamente, varias veces hasta que normalizó las constantes. Le había extrañado que entre las pertenencias del hijo no encontraran su teléfono móvil, la dependencia era absoluta; de noche lo guardaba bajo la almohada. De pronto tuvo un pálpito. Sacó del bolsillo el suyo y marcó “Martín”. Escuchó un tono débil, lejano. De nuevo taquicardias. Se movió en la dirección del sonido, que iba en aumento. La oscuridad le permitió distinguir un destello de luz bajo una gran piedra, resquicio por el que apenas entraban los dedos. Buscó un bolígrafo en su chaqueta y ayudándose con él consiguió extraer el móvil del escondite. Apenas tenía carga. Por un segundo pensó entregarlo en el cuartel pero de inmediato desechó la idea. Sintió una pronta necesidad de averiguar por su cuenta, ¡era todo tan extraño! Desconocía la contraseña que utilizaba el hijo, urgía regresar a casa antes de que se agotase la batería y enchufarlo al cargador. Si eso ocurriera sería arriesgado ir a una tienda de la operadora para recuperar la clave de acceso, era una posible prueba en un caso muy mediático, alguien podría relacionarla con el homicidio por la incesante información que pronto saldría en la prensa. El cuerpo también le pedía seguir el rastro de la sangre aun fresca de Martín hasta donde le llevara, pero era demasiado para ese día que amanecía, estaba agotado y la carga que sentía podría complicar las cosas.

(Seguro que continuará, el profe, juan re crivello me “obliga” a estirar la masa)


Este relato corresponde a la actividad 5 del taller de escritura. Puedes verlo aquí


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