Revista Cine

El mundo en guerra

Publicado el 15 febrero 2011 por Vicented @Elcineesnuestro

El mundo en guerra
El bélico ha sido un género que, independientemente de su ubicación espacio-temporal, ha tratado en multitud de ocasiones el lado más vulnerable del ser humano: en situaciones de alto riesgo, en soledad y lejos del hogar, en una dinámica de alerta constante, sus personajes han consentido que se les despojara de esa coraza llamada virilidad para enseñar el latido del miedo y el horror en su más pura esencia. La guerra obliga a hombres normales, en su mayoría jóvenes inexpertos y asustadizos, a convivir en un mismo espacio con un objetivo común: salvar la vida. Eso posibilita estrechar entre ellos fuertes lazos de amistad, reflejados en la confesión y la solidaridad mutua, muy presentes en la mayoría de films bélicos. Es también frecuente que se produzca una extraordinaria dualidad: por un lado, se nos muestra a soldados crueles y sanguinarios en el fragor de la batalla, pero por otro, la guerra contamina al ser humano de una fragilidad sentimental incomparable a la de cualquier género. Por ello, no resulta exagerado afirmar que es el género en el que más veces hemos visto llorar a un hombre, y es precisamente esta introspección del soldado la que lleva al género bélico a oscilar entre su carácter documental e ideológico, más o menos tendencioso, y el carácter reflexivo, interesado siempre en la compresión del alma humana.  

El mundo en guerra

Sangre, sudor y lágrimas (1942)

Podríamos establecer una división del cine bélico entre aquellas películas que realizan una exposición tendenciosa y subjetiva de los hechos, otras con un potente mensaje antimilitar y aquellas interesadas exclusivamente en el espectáculo y la pirotecnia.  Entre las primeras, destinadas al ensalzamiento patriótico, hubo una gran proliferación de títulos durante los años cuarenta, en los años de la Segunda Guerra Mundial y posteriores. Es el caso de Sangre, sudor y lágrimas (1942, David Lean y Noel Corward), Jornada Desesperada (Raoul Walsh, 1942), Bataan (1943, Tay Garnett) y Objetivo: Birmania (1945, Raoul Walsh). Estas películas evidencian un profundo fervor patriótico y ensalzamiento militar que no ocultan bajo ningún concepto, algo que podremos encontrar en películas posteriores como Boinas Verdes (1968, John Wayne y Ray Kellogg), Top Gun (1986, Tony Scott) o Cuando éramos soldados (2002, Randall Wallace).

El mundo en guerra

James Coburn en La Gran Evasión

 Por el contrario, el antibelicismo surge casi como un subgénero en sí mismo, pues asume un compromiso claro de denuncia y, mediante la exposición de los hechos, le da la vuelta al mensaje que se venía transmitiendo. Tenemos claros ejemplos, como Sin novedad en el frente (1930, Lewis Milestone), Adiós a las armas (1932, Frank Borzage), Senderos de gloria (1957, Stanley Kubrick) y Apocalypse Now (1979, Francis Ford Coppola). Todas ellas son vehementes alegatos en contra de la sinrazón de la guerra, a las que hay que sumar otras películas que poseen un mensaje también antibelicista, pero que se mantiene en segundo plano, en pos de la espectacularidad pirotécnica hollywoodiense, preocupadas más por el entretenimiento que por la carga ideológica de sus mensajes, pero no por ello de inferior calidad como El Puente sobre el río Kwai (1957, David Lean), La gran evasión (1963, John Sturges), Doce del patíbulo (1967, Robert Aldrich), Patton (1970, Franklin J. Schaffner) o Salvar al soldado Ryan (1998, Steven Spielberg).

El mundo en guerra

De Niro en El Cazador

La crónica del regreso tras la guerra también ha sido una gran fuente de inspiración para muchos cineastas, atraídos por esos héroes incomprendidos por la sociedad, despojados de medallas y honores, sobre todo si la guerra en la que participaron acabó en derrota. Es el caso de Michael (Robert de Niro) en El Cazador (1978, Michael Cimino), un humilde trabajador de una fábrica que disfrutaba de la vida cazando y bebiendo con sus amigos y, tras servir en la guerra de Vietnam, su vida no volvería a ser la misma. El mismo tema es tratado en Los mejores años de nuestra vida (1946, William Wyler), Fred Derry (Dana Andrews) descubre, al volver de la guerra como su mujer le ha sido infiel durante ese tiempo, Al Stephenson (Fredric March) observa impotente cómo se ha perdido la infancia de sus hijos y Homer Parrish (Harold Russell) sufre las consecuencias de volver de la guerra con las manos amputadas. Todos ellos sufrirán la frialdad e indiferencia de una sociedad que ha vivido de lejos los acontecimientos de la guerra. De la misma manera es marginado Ron Kovic (Tom Cruise) en Nacido el 4 de Julio (1989, Oliver Stone), un joven voluntario lleno de ideales que regresa de Vietnam postrado en silla de ruedas y abandonado en un cochambroso hospital. Todos estos ejemplos representan a soldados caídos en desgracia, incapaces en la adaptación y reincorporación al sistema que les mandó luchar, situados en las antípodas del héroe patriota del cine pro-belicista, que viven atrapados en sí mismos, huyendo de los fantasmas del pasado y condenados a un final existencial trágico e inevitable.

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