Revista Cultura y Ocio

El nombre propio y su evolución

Publicado el 31 marzo 2013 por Jocoma

Creo que mis amigos virtuales tienen derecho a una explicación de porqué el cambio de nombre.
Cuando alguien por lo que sea me llama de forma exótica, yo siempre le digo que en esta vida me han llamado de todo y le quito importancia; ahora verás porqué. Mi abuelo materno debió llegar a Sueca hace ahora un siglo aproximadamente. Venía desde Valladolid y le llamaban Lorenzo. Se estableció en este pueblecito al sur de Valencia y se casó con mi abuela. Compró una casa en el mejor punto de la ciudad, fundó un comercio y colocó en la parte superior de la fachada un gran cartel con letras cerámicas que ponía: “Casa Llorens”. No fue a la guerra pero esta le mató. Recién acabada la contienda cogió una mala enfermedad y murió. No llegué a conocerlo.
El nombre propio y su evolución Cuando vino al pueblo, la gente casi no sabía hablar castellano, su idioma era el valenciano. ¿Cómo iba a poner “Casa Lorenzo”? Supongo que aunque su lengua materna era el castellano, pondría lo que hay que poner para aprender pronto el idioma de la gente con la que iba a vivir y adaptarse a aquella sociedad. Mi otro abuelo (Agustí) descendía de gente Balear y estos lo tuvieron más fácil. Aunque su idioma era el mallorquín, teníamos en común una cultura mediterránea y un idioma: El catalán. También murió después de la guerra y tampoco llegué a conocerle. Mis abuelas eran de la tierra. Si continúo buscando antecedentes me encuentro con una bisabuela alemana; y si sigo profundizando más seguro que tropiezo con antepasados moros, judíos o fenicios. Lo que quiero decir es que vivo en un punto geográfico de la península ibérica que ha sido cruce de culturas a través de la historia.
Aunque los profesores del Instituto (medias) a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, siguiendo instrucciones de “arriba”, intentaron que habláramos entre nosotros en castellano, aquello fue imposible. Pero otros sistemas triunfaron. Toda la enseñanza, todos los medios, la capital, el miedo… todos hablaban en castellano. Lo teníamos difícil en una dictadura, pero a pesar de todo  nuestro idioma sobrevivió. El vencedor nunca logró matar la esencia de este pueblo ni consiguió asimilar totalmente al pueblo vencido, y eso que la cosa venía de lejos, de la Edad Media.
Mis padres eligieron dos nombres para mí: El de Juan, por mi padre y el Lorenzo, por mi abuelo; en castellano. Se había producido la involución. Mi padre, mis abuelas y mis hermanos me llamaban Juaenso, fusión de Juan y Lorenzo, pero a mi madre se le llenaba la boca cuando pronunciaba entero mi nombre, JuanLorenso (no pronunciamos la “z”, la hacemos “s”). Yo era el mayor, luego siguieron cuatro chicos, y eso pesaba.
El nombre propio y su evolución
Hay una persona conocida (ni familiar ni amiga) que cuando nos cruzamos por la calle, me llama por mi nombre, como mi madre. Cada vez que lo veo y escucho como pronuncia mi nombre, mi cuerpo se estremece. Es como si mi madre me estuviera llamando, pero ella hace ya un buen puñado de años que falleció; quizás por eso.
Luego llegó la “democracia”; aparecieron nuevas leyes que permitían el cambio del nombre y pasarlo al valenciano. Algunos de mis amigos se acogieron a ello, pero yo no lo hice. No sólo estaba identificado con mi nombre, sino que una especie de sentimiento tradicionalista me impedía romper con aquella raíz. Desde entonces que me lo he planteado un montón de veces. Mis hijos no han tenido este problema porque el nombre que les pusimos era internacional, de la Humanidad. Pero mientras mis amigos se habían cambiado el nombre a todos los efectos y a mí comenzaron a llamarme Llorenç en nuestras relaciones, siempre dejé ese lazo de unión con el pasado para los asuntos legales.
El nombre propio y su evolución
Ha llegado el momento de deshacer esa dicotomía. No puedo seguir siendo esto para estos, y aquello para aquellos. Puede que esta sea la forma menos dañina de la consabida hipocresía, pero lo sigue siendo al fin y al cabo. Mi nombre (yo mismo), tiene que ser el mismo para todos, incluso para mis compañeros de viaje virtuales. Esto se ha puesto de manifiesto precisamente cuando los amigos y conocidos del mundo real conectábamos en el mundo virtual. Les chocaba. Quienes conocían a Llorenç no podían estar “hablando” con Juan-Lorenzo. ¿Qué pasaba? Me han respetado durante muchos años. Si acaso, algún sutil y rápido comentario, pero personalmente y en muy pocas ocasiones. En el mundo virtual, nunca hasta ahora.
La persona que se llamaba Juan-Lorenzo, hace mucho tiempo que pasó. La persona de ahora tiene muy poco que ver con aquello, si acaso pequeños recuerdos, aunque no por ello menos emotivos. Debo dejar atrás el lastre del pasado. El Joan-Llorenç de hoy casi no tiene cada que ver con el Juan-Lorenzo de entonces. Voy a romper definitivamente el cordón umbilical con algo del pasado, ahora sólo quiero mirar al presente, el futuro es incierto y ya no me preocupa personalmente. Es un acto de coherencia. ¿De madurez, quizás? No sé. Una amiga se “atrevió” el otro día a insinuarme algo por el Facebook. Era el momento. Me lo había pedido una mujer valiente, joven, con futuro; alguien desde Londres que ha tenido que dejar su tierra e ir a trabajar fuera. Era mi propio regalo que le ofrecía. Era mi regalo al futuro. Esa joven, todos los jóvenes del mundo me habían convencido de que tenía que mirar hacia delante; que lo importante es el ahora que está construyendo un mundo mejor para ellos.
Fíjate ¿cómo mezclo el futuro de la Humanidad con la simple traducción de un nombre? Pues esa es mi coherencia. No es que nada importe, al contrario, todo es importante.
No quiero hablar de mí. No me gusta hablar de mis cosas y menos en primera persona. Pero si alguna vez lo hago, simplemente pienso en que puede servirle a alguna persona. ¿No es acaso una lástima que algunas vivencias constructivas de una persona se pierdan con la desaparición de la vida? Que no te sirve… pues nada; será por lo que será. Pero ¿y si sirve a una sola persona? Cuanto me habría gustado a mí que durante la mayor parte de mi vida hubiera estado Internet para que me hubiera ayudado a crecer.
El nombre propio y su evolución
El nombre es muy importante, si no, recuerda aquel cuento en que el duende cantaba “Mañana tendré yo al fin un príncipe que me sirva, pues del punto hasta el confínnadie sabrá que llamo el enano saltarín”.
Mi nombre tenía que haber sido este desde un principio, y esto demuestra que, de una u otra forma, al final la razón se acaba imponiendo, las aguas siempre vuelven a su cauce. No se puede ir contra natura.
Desde hoy, me gustaría ser para todos y a todos los efectos Joan-Llorenç.
Caña a quienes intentan manipular la historia a su antojo.
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El enano saltarín (audio)

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Joan-Llorenç [email protected]                        

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