Revista Política

El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes

Publicado el 13 noviembre 2016 por Espeangel @luigiaguilar
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentesFrei Betto y 
"El oro perdido de los Arienim"


Esta semana ha estado en España el gran teólogo, político, ensayista y creador Carlos Alberto Cristo más conocido como Frei Betto. Concretamente en Asturias y en Madrid donde ha presentado su última novela “El oro perdido de los Arienim”. Dado que he tenido el enorme placer de escucharlo y acompañarlo en amena charla con vino tinto, no puedo por menos que compartir -a modo de recensión- esta joya de historia y fantasía que nos adentra en la historia milenaria del Brasil a través de sus extraordinarias minas de oro.
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes Para mucha gente joven –y no tan joven- que no conocen a Betto bastará con apuntar que tras ser encarcelado y torturado por la dictadura brasileña, fue parte importante en la fundación de los tres bastiones fundamentales que auparon al presidente Lula a la presidencia del Brasil: la CUT (Central Única dos Trabalhadores), el MST (Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra) y de la Teología de la Liberación en Brasil. Además de sus 60 ensayos y alguna que otra novela, este fraile dominico fue el responsable del programa estrella de Lula conocido como “Hambre Cero”.
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes Recomiendo pues esta novela -a cuya presentación pude asistir en la mítica librería madrileña Traficantes de Sueños por mor de mi amigo y presentador Juan Carlos Monedero-, por ser una auténtica joya de casi 300 págs. Una novela de ficción que -a la vez- narra con rigor científico, la historia del Brasil en el que se extrajo más oro que la suma de toda la plata de América Latina, gracias a las más de cien obras consultadas en 13 años de trabajo.
Podría pasar desapercibida en nuestro país pese a estar escrita por el conocido dominico, político, periodista, escritor y asesor de movimientos sociales -Frei Betto (Belo Horizonte 1944), quien gracias a la apuesta de una pequeña editorial asturiana como es Hoja de Lata, y a la brillante y entregada traducción de Irene Aragón, nos ofrece en castellano este impresionante testimonio.
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentesDe la misma, sólo desvelaré una anécdota, un breve relato y una frase lapidaria. La anécdota está en el mismo título. Como la novela recorre los últimos 5 siglos de Minas Gerais, -la tierra “mineira” de Betto- resulta que Arienim no es ninguna tribu o familia real sino el nombre de su tierra Mineira al revés. Del relato decir que comienza con el asesinato de un pirata inglés en Salvador de Bahía al que acusaban de tener un mapa del tesoro, pero del que solo tropiezan con la mitad del papiro. A partir de ahí todo el relato narra la historia de una familia buscando la otra mitad del mapa durante… 500 años. La frase finalmente, mi epílogo: “El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes” No os lo perdáis.
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes Para saber más:
• AQUÍ puedes leer presentación de Leonardo Padura,
que le define como un heterodoxo
que cree en el dogma
pero que no es nada dogmático, y
• AQUÍ puedes disfrutar de un aperitivo con éste primer capítulo que empieza con éstos tres párrafos (SIC):
El oro siempre deja por lastre la pobreza de las gentes De lo que me fue dado averiguar, abarco únicamente lo ocurrido aquende el mar, desde que los portugueses arribaran a estas tierras brasílicas convencidos de que aquello era el desmundo. Se atoraron en el error. Pululaba, bosque adentro, indiada incontable, gente abrasileñada desde hace siglos, otro mundo.
De lo alto de naves y carabelas bajó la iberada lusitana sustentada en la arrogancia. Traían el arcabuz en una mano y la Biblia en la otra. A los indígenas los tenían por desculturados, desprovistos de luces y letras, más próximos de la bestia que del hombre. Les faltó discernimiento a los desembarcados. Lo que la mente no ve, no lo perciben los ojos. Si hubieran sido menos obtusos, se habrían percatado: el pueblerío selvático transpiraba tanta cultura como los súbditos manuelinos del otro lado del océano. Solo que diferente, ni peor ni mejor: otras lenguas, otros usos, otras maneras. Saber desescrito en los libros, pero grabado en el alarido de los macacos, en la corriente de los ríos, en las palmas de los cocoteros, en el sutil desplazamiento de las hormigas presagiando inundaciones, en los rituales cuyas hogueras respondían crepitantes a las señales de la luna llena.

El tesoro de Fulgencio Arienim —herencia y quimera de familia— se insinuaba en una frase incompleta, grabada en el documento que le había entregado, en los muelles de Salvador de Bahía, un oficial inglés apuñalado por Raimunda Abunda, puta afamada porsu prominente trasero. Se enfadaba esta cuando blancuchos extranjeros se reían de ella en lenguas enrevesadas. Fue lo que la llevó a hundir la hoja fría en el corazón del susodicho. Tal destreza en el manejo de arma blanca ya había mandado a otros a criar malvas. Si su objetivo era un hombre blanco, apuntaba al corazón, blando como mantequilla. Porque el negro traía el corazón empedrado de tanto odio acumulado, debido a la servidumbre; así que con ellos prefería la yugular, a la manera en que se decapita una gallina para servirla en pepitoria. Al mulato, le hundía la hoja en el ombligo, de modo que se derramasen las vísceras
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