Revista En Femenino

El parto…ese momentazo

Por Puramariacreatriva

EL PARTO…ESE MOMENTAZO

Dedicado a Noni Medina, que en estos momentos debe estar

a punto de que le enchufen el gotero de oxitocina

para que Hugo, su bebé, vea la luz al final del túnel.

Con todo mi amor para ellos, Daniela y Roberto.

Ya. Ya lo sé. No hace falta que pongas esa cara. Me hago perfectamente a la idea: habrás leído el título del monólogo, habrás cerrado los ojos, apretándolos como si de repente te hubieses convertido en un “oliental”, habrás abierto la boca, simultáneamente si eres una mujer y después, si eres varón, y habrás emitido un sonidito tal que “aiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”. La longitud de onda y la intensidad habrá dependido de tu umbral del dolor. Porque se trata de eso, de dolor. En cuanto leemos la palabra parto, da igual que lo hayamos hecho una o varias veces, lo que sentimos, como primera reacción es una especie de dolorcillo en la zona gástrica (luego ya, si racionalizamos, y más con los tiempos de crisis que malvivimos, el dolor de bolsillo que acarrea el acto de parir es cosa derivada y hasta algebráica)

Parir. Desde tiempos inmemoriales, filósofos y pensadores preguntándose de dónde venimos y no se nos ocurre recordar que el punto de partida de todo, de la vida, es un acto no nuestro, en el que somos un poco como invitados, una mini-fiesta sin champán a la que no tenemos más remedio que acudir (y no valen las excusas de que echan partidazo por la tele o entrevistan al jardinero del jardinero que cuidaba el jardín de la prima de la Pantoja), un momento extraño que nos da pistas de cómo va a continuar siendo la vida: nadie nos pregunta si queremos aparecer por ese túnel húmedo por el que salimos como si tuviésemos contratada la vía T. Así, como si tal cosa, nos quitan segundos antes de nacer la libertad. Y eso no es nada. Nueve meses incubándonos dentro de una barriga, que pasa de ser un mini a una auto caravana, para bien poco: nada más nos ven no creáis que se pelean por abrazarnos y llenarnos de besos. Ni mucho menos. La escena no tiene desperdicio: tú sales con toda la vehemencia del mundo, a veces incluso ayudado por una bestia que se te echa encima y le pone las manazas a la barriga auto caravana, en la que has hecho el rallye de los 9 meses parís-vida exterior, sin pasar por Dakar, con el argumento monotemático que consiste en repetir algo así como “empuja, empuja, empuja, ahora conmigo, soy la comadrona”. Uno -que anda entre líquidos que desaparecen rápidamente, como el contenido de un vaso de gin-tonic en noche-madrugada de sábado, y subidas y bajadas de la barriga que te ha acogido y de la que ahora, 36 semanas después, te desahucian sin que venga el equipo testimonial de reporteros de la cuatro- escucha el mantra empuja-empuja, bien es verdad que con la orejita aplastada vilmente con el apretujón del brazo-forastero, y cree que se ha equivocado de orificio y está, no se sabe si como penitencia o qué, en la puerta de la casa del representante de Georgie Dann, en el lanzamiento del éxito del verano: puja-empuja-puja-eiiiiii!

La comadrona… ¿No dicen que el nombre es indicativo de la personalidad? Pues la palabra comadrona a uno, en pleno tránsito (no intestinal sino uterino) el palabro le suena a especie animal. ¿Os imagináis si en el segundo anterior a que el espécimen humano le ponga la zarpa a la barriga de la parturienta (generalmente la madre del viajero hacia el mundo exterior) aparece un señor con chaleco-mil-bolsillos diciendo eso de “queridos amigos del planeta azul…la comadrona ataca de frente a su presa, con un guante de latex y un penacho de papel-servilleta verde manzana intenso en la cabeza y, por ende (qué fina soy) en ambos pieses…” Lo dicho, a mi comadrona me suena  a especie animal, tipo castor, ardilla o algo así. Pues bien, uno anda traspuesto en margarita existencial (salgo sí, salgo no; salgo sí…) y cuando se despista, y se detiene a dudar, como mandan los tratados de filosofía, el brazo que no mecerá la cuna se le posa encima, te aprieta en modo “exprimiendo lo que queda en el tubo de Colgate” y no tienes más remedio que emerger al exterior. Iba  adecir “a regañadientes”, pero la verdad es que, cuando vas a nacer, te dotan con un kit de supervivencia (2 ojos, 1 boca, 1 nariz, un culete, generalmente ya viene de fábrica con escoceduras, 2 piernas, 2 brazos…) austero y simple en el que no entran los dientes. Digo yo que porque, como te hacen regalos por llegar, tampoco es cuestión de abusar y empezar tan pronto con el famoso tema del impuesto revolucionario y el chantaje odontológico ese de “papá, mamá…se me ha caído un diente…hay que avisar al ratoncito Pérez!” Y menos mal que llegamos sin piños, porque nos daríamos con ellos, directamente, sobre el borde de la camilla o contra los hierros esos que sujetan las piernas de la madre de uno. Por cierto, sé por muchos neonatos que más de uno se ha vuelto para dentro del túnel al ver los susodichos hierros y creer, con la consabida caída del mito maternal, que su madre no es una mujer sino la reencarnación de Forest Gump y los hierros no son hierros sino ídem para sujetar sus piernas.

Pero…a lo que iba.

Uno sale de la prolongación materna y el panorama, por lo que sé, es tan desolador que poco falta para que, entre balbuceos y gruñiditos incomprensibles (como un político, estaréis pensando, lo sé) uno exija que le dirijan, sin pasar por la pila esa donde te lavan con un chorrillo de agua fría para cagarse, a la oficina de reclamaciones a poner una queja que empiece tal que así: “Por la presente yo, el neonato abajo firmante, expresa por escrito su queja al haber hallado, como epílogo a un viaje largo, de preparativos nuevemesinos, una escena más bien típica de película de Tarantino en la que una señora, cuyo brazo me suena, se mantiene al lado de la camilla, te coge de las patas al menor descuido y te pasa, como un vulgar cigarro, a las manos enguantadas de un tío que parece Mister Proper, pero uniformado de verde…” Dicho señor, nada más verte, y sin mediar palabra, te atiza un azote en el culo, justamente en la parte donde las escoceduras son más abundantes. Se alegra, el muy cruel, cuando te ve llorar, sonríe (esta parte debe ser la que ellos llaman “de coña”) y te deja caer sobre la auto caravana a la que se le han desinflado las cuatro ruedas y dice: ahora te pondré a tu bebé sobre la barriga ¿Barriga? No sea usted tan delicado con mi madre, oiga, ya que conmigo se ha permitido incluso practicar la violencia física al darme un azote. Eso  no es una barriga, es un flan bailante. Al lado de la poseedora de la auto caravana en la que he viajado durante nueve meses, y sin tomar biodramina, que tiene más mérito, hay un señor que debe ser amigo de los pieles rojas (“este ser rostro pálido”, seguro que dirían los del poblado de los tOmajouk o como se escriba) que parece una estatua de cera, no hace ni un gesto, ni pestañea y ni casi respira. No le conozco de nada, es más, creo que no  pasar la prueba del carbono 14, porque está literalmente momificado. Ella, la auto caravana deshinchada, me coge con sus manos sudorosas (menudo día de emociones fuertes lleva uno), me levanta un poco (pero la muy egoísta …ella no se levanta de la camilla ni de casualidad, así cualquiera, oye) y dice- en voz tan alta que, por un momento, creo que estoy en el plató de sálvame de luxe, asistiendo a la enésima pelea de Kiko Matamoros y el esperpento de Karmele Marchante- una frase impactante: MIRA, CARIÑO, ES TU PAPÁ

¿Mi papá?

¿A quién se lo está diciendo?

¿Que soy yo el papá de esa momia o que el rostro pálido es mi padre? ¡No puede ser!

Yo no soy un cariño de la autrocaravana (pues sí que se enamora y se entrega pronto esta señora, oye) y no puede ser que nada más llegar, me encuentre a un padre, eso no venía especificado en el billete de mi viaje ( y ya me extraña si he venido en low cost intrauterino que te regalen un bocata y un padre…ya me extraña, ya)

En fin, que uno mira alrededor y el único consuelo que encuentra está a fuera de la extraña habitación que sigue al túnel húmedo: una señora más mayor que la auto caravana , con gafitas, que me mira tras un cristal enorme y mueve la mano como si estuviese despidiendo a alguien que se monta en un avión destino a Sebastopol. Mi padre sigue sin pestañear. La auto caravana, no debe estar acostumbrada a sostener neonatos, me pasa a las manos de la comadrona, que me lleva al spa improvisado que es esa pequeña duchita de agua fría que me espera y yo…pues yo, después de haber convivido y9 meses con acideces, flatos, placentas mutantes y líquidos sin gas, amnióticos, creo que les llaman, y haber sobrevivido, me pregunto cómo voy a librarme de ésta, miro a la señora que me hace aspavientos con las manos y pienso: esa, con esa señora me voy a  quedar.

A la momia que le den, que es de cera, ea!

Mientras dejo fluir estos pensamientos, la auto caravana, a punto de adormirlarse dice: “Ay, pásenle mi bebé a su abuela, a su abuela, a su abuela… “

En fin…esto no ha hecho más que empezar…

Os dejo, me lleva ese ser en peligro de extinción de la comadrona hacia el spa, ya la veo ducáfono en ristreeeeeeeeeeeee


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