Editorial Anagrama. 396 páginas. 1ª edición de
1986, ésta es de 1990.
Traducción de Isabel Núñez y José Aguirre
Leí por primera vez El
periodista deportivo en mayo de 2001. Lo acabo de comprobar en el
archivador en el que anoto las fechas en las que acerco a mis lecturas.
Recordaba que el primer libro que leí de Richard
Ford (Jackson, Mississipi, 1944) fue el conjunto de relatos Rock
Spring (en noviembre de 1998, compruebo), y creía que el siguiente
había sido El periodista deportivo, pero no: entre medias leí -en enero del
2000- De mujeres con hombres. No lo recordaba. Y no mucho tiempo
después de El periodista deportivo
leí El Día de la Independencia, en
octubre de 2001. Richard Ford es uno de mis escritores favoritos, y a veces
pienso que es uno de los que más me ha influido a la hora de escribir. El
periodista deportivo –pese a que tengo algún amigo al que no le gusta-
me causó una honda impresión. Cuando leí este libro iba a cumplir veintisiete
años. Me recordaba más joven la verdad, porque la historia del adulto Frank
Bascombe, que en la novela tiene treinta y ocho años para cumplir treinta y
nueve, me parecía lejana entonces. Sobre todo porque era ya, a su edad, un hombre
divorciado, padre de tres hijos y cuyo primogénito había muerte a la edad de
nueve años.
Además Frank Bascombe, que en su
juventud quiso ser escritor y que llegó a publicar un libro de relatos bastante
prometedor, pero que al enfrentarse a su primera novela acabó sintiendo que no
tenía nada que contar, trabaja, por una carambola del destino, como periodista
deportivo; aunque tampoco da la impresión de ser un hombre especialmente
predispuesto para los deportes, las historias sencillas que tiene que escribir
sobre equipos y semblanzas de jugadores de baloncesto o beisbol es algo que se
le da bien, con lo que se siente conforme.
La acción de El periodista deportivo se desarrolla en tres días (o casi cuatro,
porque el día anterior al que comienza la novela está profundamente recreado en
el texto también), pero este dato no deja de ser engañoso. Más bien debería
apuntar que el presente narrativo del libro se desarrolla en tres o cuatro días
y, entre una escena y otra, Frank nos va desgranando toda su vida, desde su infancia
y juventud en el lejano sur (ahora vive en Haddam, un pueblo de Nueva Jersey) y
la relación que mantiene con su exmujer o sus hijos. La novela comienza con un
momento solemne, triste: Frank espera desde las cinco de la mañana del Viernes
Santo (20 de abril) del año 1983 en el cementerio de Haddam la llegada de su
exmujer (que en el texto siempre será X) para honrar, como cada año en la fecha
de su muerte, la memoria de su hijo que en la actualidad tendría trece años de
seguir vivo. El día va a ser intenso para Frank: luego ha de recoger a Vicki,
una enfermera más joven que él con la que mantiene una relación desde hace unos
meses. Juntos tomarán el avión para ir a Detroit, donde Frank debe entrevistar
a un exdeportista, que sufrió un accidente y actualmente está en una silla de
ruedas.
Ya he comentado que este libro me
impresionó mucho, y aunque a veces olvido detalles importantes de libros que
leí tan sólo hace un año, me ha resultado curioso comprobar cómo recordaba
algunas de las reflexiones que vierte aquí Frank. Por ejemplo seguía teniendo
presente esta de las páginas 70 y 71: “Pero esta vez, un viento errabundo ha
aspirado mi buen ánimo hacia fuera del coche, dejándome el estómago encogido y
la boca contraída en una mueca, como si estuviera ocurriendo lo peor. Poco a
poco, me he ido deslizando hacia ese nivel en el que ni siquiera una mujer
puede ayudarme (eso es lo que X ha dicho esta mañana y yo lo he pasado por
alto). No es que haya perdido el viejo anhelo, pero éste parece súbitamente
derrotado por los hechos, de una forma ineludible. Esta es la esencia de un
momento de vacío fugaz.” La situación parece prometedora: Frank ha recogido de
su casa a la bella y joven Vicki, y está a punto de emprender un viaje de unos
días a Detroit en el que va a mezclar trabajo con placer, pero le asalta ese
miedo existencia que él llama “vacío fugaz”. Me llamó la atención este párrafo
en apariencia sencillo o intrascendente porque en la época en la que leí este
libro por primera vez recuerdo que me asaltaban a mí de vez en cuando esos
momentos de “vacío fugaz” y nunca lo había visto reflejado en un libro.
Por detalles así me sentía
atraído por El periodista deportivo y
la voz narrativa de Frank Bascombe, porque me parecía una voz narrativa sabia,
alguien del que podías fiarte y aprender sobre la vida.
En la página 288 Frank afirma: “Yo
suelo acabar en casa leyendo. Aunque a veces me subo al coche y conduzco
durante todo el día.” Lo cierto es que Frank no habla mucho de lo que lee en
esta novela. En realidad el lector acaba teniendo la impresión de que a través
de Frank Bascombe está escuchando a Richard Ford, pero a un Ford que a pesar de
que hace algunas alusiones a la escritura, o a la condición de escritor o
lector, ha decidido camuflarse tras la máscara de una persona más mundana que
él, alguien que no aspira a la trascendencia de la literatura sino que le basta
con la satisfacción inmediata de la escritura para un periódico deportivo y, de
este modo, trata de retratar al ciudadano medio norteamericano, con unas
aspiraciones y unos miedos algo separados de los que se podrían esperar del
Ford escritor. Como leí hace no mucho en una entrevista que le hicieron a Richard
Ford hablando del cuarto libro de la saga Bascombe (Francamente, Frank) éste
afirmaba que “la literatura es un artificio”, y la verdad es que en esta
segunda lectura, aunque he seguido disfrutando mucho de este libro, sí que me
ha dado la sensación de que sentía más el artificio sobre el que estaba
construido: para mí existe aquí una distancia entre las reflexiones de Frank
(siempre inteligentes, sutiles y mesuradas) y los comportamientos y
conversaciones de Frank (bastante más erráticos y absurdos). Es decir, las
reflexiones que hace Frank sobre las personas con las que se relaciona están
muy por encima de la altura de las cosas que hace o dice. Quizás esto quede
explicado en las primeras páginas de El Día
de la Independencia (que también estoy releyendo): “Desde que me divorcié
y, más exactamente, después de que la vida que llevaba llegó a un repentino
final y sufrí lo que debe de haber sido una especie de «obnubilación psíquica»
transitoria y me escapé a Florida y posteriormente más lejos, a Francia, he
tenido la desagradable sensación de que no he hecho demasiadas cosas buenas en
la vida a no ser para mí mismo y para los que quiero (y ni siquiera todos ellos
estarían de acuerdo con esto).” (pág. 37). Así que el comportamiento
aparentemente poco inteligente de Frank en El
periodista deportivo lo podemos achacar al fin de ese periodo de
“Obnubilación psíquica” que le hace consultar a adivinas baratas y haberse
acostado con muchas mujeres después de la muerte de su hijo, lo que hizo que su
mujer terminara divorciándose de él, una situación que no deja de causarle
dolor. Y la idea de que todo es un artificio vuelve a activarse para mí cuando
de un modo consciente me percato de que la primera persona de Frank se dirige a
alguien; así podemos leer en la primera página del libro: “No sabría decirles
exactamente en qué iba a consistir la mejoría que yo esperaba” ¿Ha vuelto a
escribir Frank de forma literaria aunque dijo que lo había dejado de hacer? ¿A
quién interpela nuestro narrador?
Dentro de una prosa elegante y
sutil, me llaman la atención algunas frases hechas que quizás quedan un poco
raras; expresiones como “perdido como un pulpo en un garaje” (pág. 157) o “no
está el horno para bollos” (pág. 150), que tal vez tengan que ver con
dificultades en la traducción.
Me gusta mucho la sutilidad de
esta novela, cómo sabe Richard Ford describir los distintos planos de la
realidad: cómo lo que vivimos nos afecta en relación a lo que ya hemos vivido,
y además cómo sabe arrancar momentos poéticos a la realidad cotidiana
norteamericana mediante descripciones de lo que rodea a los personajes según
están relacionándose. Me gustó mucho también Rock Spring, el libro de relatos de Ford que leí en primer lugar, y
me doy cuenta de que muchos momentos de una novela como El periodista deportivo podrían ser relatos del más puro estilo
norteamericano, son muchos los momentos en los que brilla la epifanía en estas
páginas.
Me doy cuenta ahora de que gran
parte de la trama de El periodista
deportivo transcurre en torno a la fiesta del Día de Pascua, que podría
haber sido otro título para el libro si Ford hubiera caído desde el primer
momento en que su trilogía se iba a articular así.
Ya estoy releyendo El Día
de la Independencia, y esto también disfrutando mucho del reencuentro.
Y luego Acción de Gracias y Francamente, Frank; para qué parar.