Revista Viajes

El Pico de Adan. A 5200 escalones de un amanecer sobre Sri Lanka

Por Drlivingstone

Cuando el despertador me sonó a las 2 de la mañana no me lo podía creer… ¡pero si acabo de cerrar el ojo! En fin… ¡me tengo que poner las pilas, que hay una montaña que subir! Un café, unas galletas, repasar la mochila (que no se me olvide el agua como la última vez) ¡y listo!

A las 3 de la mañana comienzo la ascensión por el primero de los 5200 escalones que me separan de la cima del Sri Pada, o como se conoce popularmente, Pico de Adán, que con sus 2.243 metros es la montaña más alta de Sri Lanka, y destino de cientos de peregrinos que cada día realizan el mismo recorrido que el que acabo de comenzar. Y es que el monte de Adán es un lugar de peregrinaje, ya que en su cima hay una huella que según unas religiones se trata del pie de Adán al abandonar el paraíso. Para los budistas es de Buda. Y los hinduistas afirman que se trata de Shiva. Así que independientemente de quien dejara su huella en la cima, todo parecer coincidir a que todos somos hijos de un mismo Dios.

Vistas aéreas del Pico de Adan

Vistas aéreas del Pico de Adan

Os preguntaréis sobre las extrañas horas en las que decido subir montañas. Pues existen dos razones. La primera es evitar las calurosas horas del día donde la subida, ya de por si extenuante, puede convertirse en un auténtico infierno. Y la segunda, perfectamente relacionada con la primera, es llegar a tiempo para disfrutar de la salida del sol dominando todo el verde paisaje de Sri Lanka.

Ascensión nocturna al Pico de Adan

Ascensión nocturna al Pico de Adan

Comienzo la caminata envuelto en una misteriosa niebla. Unas farolas iluminan el recorrido donde fantasmagóricas siluetas caminan en una suerte de silenciosa procesión, como si nos dispusiéramos a traspasar las puertas de otro mundo. Dejamos atrás los puestos de comida y traspasamos un arco de piedra, y poco a poco la subida comienza a ser más pronunciada, caminando con pasos irracionalmente desiguales sobre escalones tallados en la roca. A mi lado contemplo a familias enteras de peregrinos, ancianos, niños con fuerzas para jugar y saltar y hasta embarazadas con esa firme mirada que solo puede tener la mujer en ciertos continentes. Casi todos ellos descalzos, vestidos con el distintivo blanco de los peregrinos y un gorro para protegerse del frío nocturno.

Peregrino ascendiendo a la cumbre

Peregrino ascendiendo a la cumbre

Tras hora y media de subida aprovecho para tomarme un descanso de cara a afrontar la temida parte final. El malhumorado dependiente de un kiosco me derrama un caliente té sobre mi taza. Imagino que a esas horas, levantarte para atender el negocio de tu jefe que duerme en la trastienda, no debe de ser el empleo más gratificante del mundo. Mientras engullo unos plátanos, observo la serpiente humana que avanza lentamente hacia mi. Parece mentira todo lo que he subido en tan poco tiempo. Miro hacia arriba. Allí arriba, en algún punto de la oscuridad, está mi anhelada meta.

El último tramo es terriblemente escarpado. Afortunadamente, el gobierno ha tallado los escalones eliminando el escarpado terreno natural. Las barandillas metálicas ayudan a impulsarse, y es que el último kilómetro es casi como subir la infinita escalera de un bombero. Parece que no tiene fin. Mis pulmones se dilatan como si fueran a explotar. Pero una anaranjada línea en el horizonte me conmina a seguir, que la ansiada meta está cerca. Adelantas a gente que se para constantemente para tomar resuello. (aunque también debo decir en su defensa, que algunos me doblan en edad). Una pequeña estatuada de Buda rodeada de luces multicolores anuncian como a los ciclistas al subir un puerto, que la cima está cercana. Llevo algo menos de 3 horas de ascensión.

Cuando llego a la cima, el incipiente sol me permite discernir los relieves de la cima. ¡prueba superada!. Una plataforma atestada de peregrinos y algunos otros turistas me aguardan como desilusionante recompensa a mi ascensión. No va a ser posible disfrutar del amanecer en perfecta soledad, pero bueno, el espectáculo consigue abstraerme del resto de peregrinos. El cielo comienza a derretirse en un abanico de añiles, púrpuras, rosas y rojos, hasta que como si de una estrella rock comenzando un concierto, una luz cegadora que barre el horizonte de oro líquido asoma por el horizonte. Y lo más increíble de este momento es que la atestada cima del Pico de Adán, enmudece, como si los allí presentes manifestaran sus respetos al Dios Sol.

Sombra de la cumbre sobre el horizonte

Sombra de la cumbre sobre el horizonte

Durante unos minutos todo permanece en la más absoluta calma, y me permite disfrutar de un espectacular amanecer, contemplando a un lado el nuevo sol bañando la isla de Sri Lanka, y al otro la sombra del Pico de Adán recortada sobre una alfombra del nubes sobre el horizonte. En un momento dado, esa magia se desvanece, y todos los peregrinos comienzan una desaforada carrera para descender del monte. Aprovecho esos momentos donde todo está más tranquilo, para explorar la cima, contemplar como unos monjes realizan sus rezos y como los devotes extienden sus plegarias sobre la sagrada huella.

Antes de que el sol se decida a ascender más sobre la bóveda celeste, emprendo el vertiginoso descenso. La primera parte de la bajada, destroza mis rodillas, que a mitad de camino deciden dejar de funcionar, así que me tomo unos minutos de descanso, reponiendo mis articulaciones antes de emprender de nuevo la marcha. Una vez abajo, mis maltrechas rodillas me recordarán durante un par de días que ciertos excesos con la edad comienzan a pagarse. Pero bueno… ¿que son dos días de penitencia pudiendo haber disfrutado de un espectacular amanecer sobre la cima del Pico de Adán, en el corazón de Sri Lanka? Hay cosas en la vida que sin duda merecen la pena, y los dolores se olvidan rápidamente, pero ciertas escenas se quedan en la retina durante muchos, muchos años….

Tramo de la ascensión

Tramo de la ascensión

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