Revista Cultura y Ocio

El pinchazo de la burbuja festivalera

Por La Cloaca @nohaycloacas

El verano se acabó.  Además de porque estamos a 19 de octubre, lo sabemos por tres implacables razones:

  • Llueve mucho. Así, de forma concisa. En Madrid no para desde hace una semana.
  • Ya hemos despertado a través de Facebook a Billy Joe Armstrong, cantante de Green Day y que todos los años, por estas fechas, tiene la costumbre de echarse una reparadora cabezadita de un mes.
  • Y por último, y no menos importante: ya casi no quedan festivales, salvando al Interestelar Sevilla de este fin de semana y poco más.

Sí, señores. A la temporada festivalera le quedan dos telediarios. Atrás quedarán recuerdos como la primera edición del Mad Cool, Pixies y Arcade Fire tocando en Bilbao,  un nuevo llenazo del Primavera Sound… Buenos momentos, ¿eh?

Pero ojo, porque también hay otros recuerdos que, tristemente, no van a quedar atrás. Nada más lejos de la realidad: van a marcar el futuro próximo y negro, bien negro, del clima festivalero español. Agárrense los machos, porque se avecina tormenta:

“La organización de BOELO SUN FESTIVAL informa que, por problemas de índole técnico, ha decidido proceder a la cancelación de la primera edición del festival (…)”

Con esta triste noticia nos levantábamos hace pocos meses en Andalucía. El nuevo festival de la provincia de Cádiz, el Boelo Sun Festival, moría antes de nacer; se cancelaba sin haber podido disfrutar siquiera de una sola edición. Y decimos en Andalucía porque el Boelo era el tercer festival con nombres internacionales que se cancelaba en esta Comunidad en un intervalo de tan sólo dos meses (primero vino Territorios y acto seguido el Trafalgar, también de reciente creación). No sólo eso: el Cabo de Plata, otra novedad en el panorama festivalero, nos tuvo en vilo hasta sólo unas semanas antes de su celebración, con cambio de localidad incluido.

¿Casualidad? Yo creo que no.

Como hemos dicho ya en alguna ocasión, en España los festivales eran los nuevos aeropuertos: toda provincia quería tener uno. Y dos. Y tres. Sin ir más lejos, Cádiz contó en tres semanas con el No Sin Música, el Alrumbo y el citado Cabo de Plata. Pero oye, que aún quedaba el Tarifeando, no os creáis.

Sí, la moda festivalera está en este momento en su punto más alto en nuestro país… Y la gravedad está a punto de hacer de las suyas.

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FOTO FUENTE ecodiario.eleconomista.es

Nosotros, los festivaleros, los festilovers, los frikis de la música, los pesados que nos llenamos de pulseras los brazos cada verano; pero también nuestros amigos, esos que son más fiesteros que otra cosa y se vienen con nosotros como podrían ir a una discoteca de playa; nosotros, los jóvenes en general, hemos creado en los últimos año una burbuja festivalera cuyo pinchazo es inminente. Los primeros signos ya están empezando a dejarse ver, y mucho me temo que no harán sino acentuarse.

Los inicios

Hace 10 años, España contaba con un festival llamado FIB, cuyo cartel, organización y precio era puramente british. Se aprovechaba el sol castellonense para atraer a una ingente masa guiri que, acompañada por unos pocos miles de pioneros asistentes patrios, constituía uno de los festivales de música más importantes de Europa. Paradójicamente, el Festival Internacional de Benicassim era más conocido en Londres que en Madrid. Tampoco era de extrañar, pues la empresa organizadora, británica, orientaba todos sus esfuerzos en ser atractiva para los súbditos de la Reina Madre. ¿Por qué? Porque el público español no pagaba cientos de euros para irse de conciertos. No estaba de moda.

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Foto FIB fuente danisanchezburgos.wordpress.com

Sin embargo, en esas mismas fechas, una importante promotora internacional decide cambiar ese concepto del público español. En 2006, Last Tour International se alía con el ayuntamiento bilbaíno para crear el Bilbao Live Festival, un evento que iba a reunir a nombres como Guns N’ Roses, Andrés Calamaro o Placebo, en una clara apuesta por implantar el concepto de festival como forma de ocio en nuestro país. Si funcionaba con los guiris… ¿Por qué no iba a hacerlo con los españoles?

Y se ve que la apuesta no salió mal pues, con los años, además de asentarse y crecer el hoy conocido como BBK, empezaron a llegar otros de los festivales que, en la actualidad, tenemos como imprescindibles del panorama musical, tales como el Low (2009), Arenal Sound (2010), Dcode (2011)… Decenas, cientos de miles de jóvenes comenzaron a abarrotar recintos y a apuntar las citas festivaleras en sus agendas estivales. Desde los más melómanos a aquéllos que sólo iban por la fiesta, la aglomeración y el sexo relativamente fácil. El efecto se había conseguido: edición tras edición estos eventos se llenaban de cantidades ingentes de jóvenes especímenes de todo tipo. Los festivales, como las New Balance, se habían puesto de moda. El negocio estaba ahí y prometía ser muy lucrativo.

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Foto festival fuente blog.ono.es

El origen del verdadero problema

Y a partir de aquí empiezan los líos. En España funcionamos siempre de la misma manera: empresarialmente solemos ser poco creativos y un tanto cazurros. Si tradicionalmente se ha dicho que en España sólo se invierte en bares y en pisos, durante los últimos 5 años se podría decir que el festival de verano ha sido el producto estrella, el preferido por marcas, inversores y ayuntamientos para sacar tajada de esa masa humana ávida de consumo que somos los festivaleros. Cada año aparecían nuevas citas, todas ellas en pugna constante por elegir el lugar y el fin de semana más idóneo, hasta tal punto de poder pasar literalmente todo el verano yendo de festival en festival sin descansar o de poder elegir entre 3 o 4 grandes citas sin casi salir de tu provincia.

Y ese precisamente es el germen del mal que está afectando a los festivales. El exceso de oferta ha provocado una serie de efectos negativos que han iniciado la senda del cataclismo festivalero:

  1. No somos Hermione Granger… Ni muchimillonarios

Los que hayáis leído o visto Harry Potter quizá recordaréis que la repipi-pero-buenorra amiga de Harry tenía un giratiempo, un cachivache mágico que le permitía estar en todas partes a la vez. Muy bien, fantástico. Pero nosotros, pobres diablos que no tenemos dicho artilugio –porque ni Amazon ni AliExpress lo venden-, y a falta de poder limpiarnos el culo con billetes de 100€, tenemos que elegir. No podemos ir a todos los festivales.

¿Qué ocurre? Que cuando había sólo tres o cuatro festis importantes en España, era cuestión de elegir uno o dos de ellos. Ahora, sin embargo, tienes que usar un Excel y empezar a arrancarte muelas –para ver si al Ratoncito Pérez le da por volver- para poder acudir a todas las citas que te resulten atractivas.

¿El resultado? Hay más festivales, más opciones, sí; pero todos cuentan con menor afluencia de público que cuando sólo había sota, caballo y rey para elegir.

  1. La falta de presupuesto

Este inevitable descenso de público lleva parejo un desastroso descenso en la venta de entradas. Es decir, menos entradas = menos pasta. Y menos pasta puede significar varias cosas:

  1. En primer lugar, la más noble: que el promotor asuma pérdidas y quizá deudas pero que artistas y trabajadores cobren lo que les corresponde y todo se desarrolle con normalidad. Eso sí, lo más probable es que ese festival ya no se celebre más (como ha acabado pasando con Territorios, que acumulaba deudas de ediciones pasadas).
  2. Que el promotor decida continuar pero ahorrando costes. ¿Cómo? Amigos míos, sentenciando de muerte al festival: apostando por nombres con menos tirón, bajando la calidad musical del festival. Si alguna vez sois promotores y os veis tentados de hacer algo así, desechad la idea; peor cartel implica menos afluencia de público, lo que conlleva a su vez menos pasta aún. La pescadilla musical que se muerde la cola.
  3. La opción más temida: la cancelación. Han sido al menos 6 los festivales cancelados este verano, dándose el caso de que incluso uno de ellos anunció la cancelación con el festival ya iniciado y los grupos ya tocando.

Por supuesto, los promotores no dejarán morir a su festival tan fácilmente, inventando todo tipo de argucias para mantenerlo a flote. El problema es que estas medidas pueden volverse fácilmente en su contra. Por ejemplo: el FIB ha bajado el precio de sus entradas un 20% en sus últimos años, mientras que el Alrumbo sacó durante una semana una oferta para adquirir sus bonos a mitad de precio.

Sí, probablemente lograrán que se vendan más entradas, pero: ¿merece la pena vender unas cuantas entradas más a un precio más bajo? ¿Y las quejas de todas las personas que compraron su abono con tiempo y ahora ven como los últimos los adquieren más baratos?

Se trata, sin duda, de soluciones cortoplacistas que, a la larga, no hacen ningún bien al festival.

  1. “La creación del primer festival sin Love of Lesbian”

Este genial artículo de El Mundo Today nos habla, con su habitual tono irónico, del tercer gran problema del exceso de oferta festivalera: los mismos grupos recorren una y otra vez los escenarios nacionales. Todos los festivales comparten el 60% del cartel y se hace cada vez más difícil innovar, ser original.

Hablamos de Love of Lesbian este año, pero también de Vetusta Morla o Izal el anterior. Y, en cuanto a nombres internacionales, más de lo mismo: la falta de presupuesto obliga a los promotores a olvidarse a menudo de los primeras espadas y acudir siempre a nombres de menos envergadura, con mucha calidad pero que se repiten cada dos o tres años, tales como Two Door Cinema Club, The Hives, The Kooks, Mando Diao…

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Foto LOL abc.es

  1. Las quejas vecinales

El FIB es uno de los motores económicos de la localidad de Benicassim. Sus vecinos lo asumen desde hace lustros y aguantan estoicamente que, una semana al año, sus parques y plazas sean albergues públicos, sus aguas estén llenas de mierdusas y sus calles sean ríos de gente embriagada y con la vejiga muy, muy pequeña.

Bilbao o Barcelona observan alegremente como sus festivales, BBK y Primavera Sound o Sonar, respectivamente, se celebran a las afueras de los núcleos urbanos, reportando un interesantísimo beneficio económico sin mucha molestia, carga o destrozo público.

El problema, sin embargo, llega cuando tienes que explicarle a Encarnación, una señora jubilada de Burriana, de Chipiona o de la Conchinchina, que su tranquilo pueblo va a ser tomado por hordas de jóvenes que, durante una semana, arrasarán con las provisiones del Mercadona, con los huecos en la playa, con los elementos de seguridad vial y con el respeto por el medio ambiente. “Doña Encarnación, entienda usted que esto le dará vida al pueblo, que ganaremos medio millón de euros con los que pintaremos casas, repararemos aceras y plantaremos árboles”.

No. La buena de Encarnación, Encarni para las amigas del bingo, esa abuela de todos, se quedará en última instancia con las toneladas de mierda esparcidas por su barrio, los cinco días sin poder ir a la playa en pleno agosto, y “el ruido ese” que no le dejaba dormir por las noches.

Bien, pues ahora imaginemos que todas las Encarnis del pueblo se quejan a su alcalde, al hijo de la Mari Carmen. “Mira niño, que lo llego a saber y no te voto, ¿eh? A mí no me traigas más jevy metal de ese –para Encarni, toda música más allá de Raphael, Lola Flores y Rocío Jurado es jevy metal– que se lo digo a tu madre y te vas a enterar”.

¿El resultado? El Cabo de Plata pasando de Zahara a Barbate, Alrumbo de Rota a Chipiona, el Arenal manteniéndose in extremis pero cambiando de recinto… Un follón, vamos.

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Foto Un Festival x Dentro

Lo que está por venir

Estos cuatro grandes factores –que no son los únicos, por cierto-, como ya hemos comentado, han empezado a causar estragos en forma de cancelaciones y cambios de recinto; pero esto no ha hecho más que empezar. Ojalá nos equivoquemos, pero todo apunta a que, a partir del próximo verano, el mercado festivalero –si no lo impiden ayuntamientos o Comunidades Autónomas- se autorregulará como haría cualquier otro mercado: los festivales más pequeños desaparecerán, olvidándose pronto de la conciencia colectiva que alguna vez existieron, los medianos recuperarán algo del nivel perdido en las últimas ediciones, y los grandes volverán al trono musical para el que nacieron, aglutinando gente de toda España y parte del extranjero.

Por nuestra parte, disfrutaremos de mejores carteles en cuanto a diversidad y calidad, pero sufriremos de nuevo el aumento de precios y de horas de coche.

¿Es justo? Probablemente no, pero los festivales no dejan de ser un negocio. Un maravilloso negocio, correcto, pero un negocio al fin y al cabo.


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