Revista Ciencia

El poema con el que Nabokov se ganó al amor de su vida

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22
El poema con el que Nabokov se ganó al amor de su vida

Vladimir Nabokov escribió este poema horas después de conocer a la que sería su esposa y editora durante más de 50 años.

En mayo de 1923 tuvo lugar un baile de disfraces para inmigrantes, donde un par de jóvenes rusos se conocieron, intercambiaron algunas impresiones sobre Berlín, y probablemente sobre la máscara de arlequín que ella usaba, para despedirse cordialmente al final de la velada. Ninguna sorpresa hasta ahora. Sin embargo, este se trató de uno de los encuentros más determinantes en la vida de Vladimir Nabokov y Véra Slonim, de 24 y 21 años respectivamente.

El joven Vladimir pasaba por un mal momento luego de la muerte de su padre y su primera gran ruptura amorosa; tal vez sea esta la negrura que se disipa, en el poema, cuando aparece la misteriosa chica del antifaz. Ella repitió de memoria un poema de Nabokov, publicado unos meses antes en un diario liberal ruso, ante lo cual quedó hechizado.

Aún no se trata de amor, ni pura y llanamente de deseo sexual: Nabokov crea en este poema una delicada miniatura donde no sólo se documenta el encuentro con Véra, sino que logra darle forma de invitación, como -disculpen la imagen- un extraterrestre diciendo "vengo en son de paz", tal vez consciente de la violencia (temida pero hasta cierto punto inevitable) que implica asumir los propios sentimientos amorosos por el otro. El amor, deseo o simple curiosidad no se plantean como conquista o descubrimiento, ni como reto o disputa: el joven Vladimir se confía en las últimas imágenes al movimiento de los astros ("revolución") y espera, sencillamente, conocer a la chica detrás de la máscara de arlequín.

El encuentro entre los futuros señor y señora Nabokov terminaría en boda dos meses después de conocerse, y permanecerían juntos durante medio siglo, hasta que la muerte los separó. Se dice que Véra metió las manos al fuego, literalmente, cuando una soleada tarde de primavera Vladimir echó a las brasas el manuscrito de Lolita. Y esta, seguramente, no fue la única vez que le salvó la vida.

El encuentro encantado por esta extraña proximidad

Fuente: Faena Aleph, Inspiración. (Traducido de la versión al inglés de Olga Voronina).

C. Marco

En mayo de 1923 tuvo lugar un baile de disfraces para inmigrantes, donde un par de jóvenes rusos se conocieron, intercambiaron algunas impresiones sobre Berlín, y probablemente sobre la máscara de arlequín que ella usaba, para despedirse cordialmente al final de la velada. Ninguna sorpresa hasta ahora. Sin embargo, este se trató de uno de los encuentros más determinantes en la vida de Vladimir Nabokov y Véra Slonim, de 24 y 21 años respectivamente.

El joven Vladimir pasaba por un mal momento luego de la muerte de su padre y su primera gran ruptura amorosa; tal vez sea esta la negrura que se disipa, en el poema, cuando aparece la misteriosa chica del antifaz. Ella repitió de memoria un poema de Nabokov, publicado unos meses antes en un diario liberal ruso, ante lo cual quedó hechizado.

Aún no se trata de amor, ni pura y llanamente de deseo sexual: Nabokov crea en este poema una delicada miniatura donde no sólo se documenta el encuentro con Véra, sino que logra darle forma de invitación, como -disculpen la imagen- un extraterrestre diciendo "vengo en son de paz", tal vez consciente de la violencia (temida pero hasta cierto punto inevitable) que implica asumir los propios sentimientos amorosos por el otro. El amor, deseo o simple curiosidad no se plantean como conquista o descubrimiento, ni como reto o disputa: el joven Vladimir se confía en las últimas imágenes al movimiento de los astros ("revolución") y espera, sencillamente, conocer a la chica detrás de la máscara de arlequín.

El encuentro entre los futuros señor y señora Nabokov terminaría en boda dos meses después de conocerse, y permanecerían juntos durante medio siglo, hasta que la muerte los separó. Se dice que Véra metió las manos al fuego, literalmente, cuando una soleada tarde de primavera Vladimir echó a las brasas el manuscrito de Lolita. Y esta, seguramente, no fue la única vez que le salvó la vida.

El encuentro encantado por esta extraña proximidad

Fuente: Faena Aleph, Inspiración. (Traducido de la versión al inglés de Olga Voronina).

C. Marco


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