Revista Cine

El príncipe prometido

Publicado el 13 noviembre 2021 por Jesuscortes
EL PRÍNCIPE PROMETIDOLas habladurías sobre el mundo imaginado por Alexander Ptushko - folklore, bonhomía, magia, mitología - son, por sí mismas y sin necesidad de ver sus películas, argumentos más que suficientes como para hacer correr despavoridos a una mayoría de cinéfilos actuales. Ni con la mayor confianza en las posibilidades plásticas del cine, parece sensato esperar otra cosa salvo general extrañeza y alergia sentimental ante las imágenes que impresionó este cineasta consagrado a las más fantásticas historias. Como me temo que solo conectaría con los condescendientes y con los que aún cultivan "placeres culpables", que son dos de las actitudes que más desprecio, si solo fuese capaz de confesar que me gustan notas y estrofas aisladas o los colores de sus obras, es mejor ir al grano y decir que en particular de una de ellas, “Alye parusa”, no solo disfruto de algunos de sus planos del mar, de la música de Igor Morozov o de secuencias como esa serie de encadenados justo al comienzo, del atribulado Longren, que ha regresado a su casa para encontrar que su mujer se murió de frío tratando de sacar adelante a su hija, la ve crecer. En realidad, muchas revisiones y muchos años después de la primera vez, a pesar de su previsible peripecia, me parece una película admirable. Si retrocediéramos a su estreno en 1961, ya sería difícil compartir la discreta emoción que puede comunicar una obra perdida desde su macimiento en la noche de los tiempos y tal vez solo si estuviese camino de cumplir "Alye parusa" un siglo - la novela de Alexander Grin que muy elípticamente adapta es de 1923 - resultaría menos anacrónica su defensa.El valor representativo del film es casi nulo porque no resume ni ejemplifica el cine de Alexander Ptushko, que es mayormente otra cosa, pero supongo que una anomalía desgajada de una obra tan alejada de cánones es doblemente singular. Ojalá hubiese una docena de películas maravillosas suyas, mas suele adolecer su cine de ciertos excesos que “Alye parsusa” evita, pero que no la han rescatado tampoco del olvido en que permanece sumida: abusos de vestimentas, decorados y disfraces, de un blanquísimo sentido del humor o de una fantasía infantil que demasiados niños no entienden cómo les fascinaba en cuanto crecen un poco. EL PRÍNCIPE PROMETIDOEL PRÍNCIPE PROMETIDOEL PRÍNCIPE PROMETIDOLo que bulle en la cabeza a pájaros de Assol, como le sucedía a la huérfana de "Lili" de Charles Walters, es estrictamente incomprensible para todos, espectadores incluidos, cuantos la miren por encima del hombro y lo mismo sucede con el desheredado Capitán Grey que nunca dejó de jugar a ser Robin Hood. Al propio Ptushko también, que no quiso filmar una miniatura del barco con las velas rojas que tantos años esperó Assol y mandó comprar dos mil quinientos metros cuadrados ante el asombro de la Mosfilm.
Nada hay más serio que la fe, los sueños o la rebeldía, así que ya pueden pasar otros sesenta años y "Alye parusa" no va a rejuvenecer un ápice ni revestirá su pequeña alma aventurera de novedades para ser abanderada de nuevas causas. La que indiciariamente representa, la del romanticismo, no encontró en ella un arquetipo clásico, a pesar de las apariencias.Personajes románticos, sí, pero por separado, ajenos a la posibilidad de compartir un destino común y de hecho tendrá que materializarse, casi por casualidad, una profecía tomada durante años por un disparate, para que no termine siendo el film una tragedia. El parlamento final, oportuna y certeramente solemne - porque no son privados los gestos que lo provocan - da el último paso necesario para que sea este un raro ejemplo de film romántico sin amor, que debe ser lo más parecido a uno religioso sin Dios.  
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