Revista Cultura y Ocio

El príncipe y su castillo – @LaBernhardt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Yo soy un hada que cuenta cuentos y nunca quise ser una princesa ni mucho menos tener un príncipe con castillo, césped artificial y un labrador retriever esperando en el jardín a sus dueños perfectos.
Las hadas follamos, reímos y todo lo demás, también. Sobretodo, las hadas titiriteras. Por todo eso, lo de los príncipes, princesas y tules almidonados me da un poco de angustia. La perfección, queridos, me remueve el estómago y la realeza me da dolor de cabeza. El tema del perro, sin embargo, es innegociable: siempre he tenido y siempre tendré a un ángel de cuatro patas a mi lado.
Nunca me he pedido ser princesa. Nunca he pedido un príncipe en mis cuentos. Puag.
Os parecerá una tontería pero es algo importante el tema de no “pedirte” ser nada en una historia. Son leyes no escritas de los cuentos: nadie se pide ser prota de un montón de letras porque nunca elegimos nuestra historia y porque los cuentos se viven y se cuentan; se viven, se escriben muchas veces y se maquillan otras mil más .
Pero volvamos a lo nuestro, que me pierdo, veréis: todos los cuentos tienen un poquito de verdad y mucho de mentira y eso lo saben hasta los de Infantil.
Mi cuento, el de esta noche de verano, tiene dos verdades: un hombre que nunca fue, es ni será un príncipe y un castillo, que es un piso pequeño y a medio habitar.
Me inventé lo del príncipe porque la realidad me dolía tanto que la maquillé en tonos soft y lo del castillo, pues igual.
Os lo cuento aquí, que de aquí no sale nada y porque aquí casi todo es mentira: pasó que un día tropecé con un hombre roto, tanto o más que yo. Al principio, lo observé a una distancia prudencial: ninguna tía en su sano juicio se lía con alguien que lleva un letrero luminoso que dice: NO TE ACERQUES: DUELO.
Bueno, borrad eso de “a una distancia prudencial”, ¿veis?, los cuentos están llenos de mentiras porque la realidad fue que lo vi y me enamoré como una perra y eso es otro desastre añadido porque en los cuentos bonitos ninguna chica bonita hace eso pero, qué coño, así pasó. Me enamoré de él como nunca antes de nadie y vaya mierda eso porque ya tenía yo una edad, ¿eh?.
Durante un tiempo me dediqué a vivir en la realidad del “No me puedo enamorar de ti” “Puedes seguir viniendo a verme, pero no te puedo ofrecer nada más que esto”…Exacto, yo también lo pensé: ” ya es oficial; soy gilipollas de nacimiento y me quiero dos mierdas”, e hice lo que cualquier persona sin cerebro haría: me quedé en la puerta de ese puto castillo de hormigón, al ladito del puente levadizo. Por si, quién sabe, en algún momento, quedaba la entrada libre y sin obstáculos.
A veces, muchas veces, conseguía llegar hasta el príncipe. Los abrazos eran increíbles, o eso me parecían a mí…pero claro, yo soy cuentacuentos y mi visión de la realidad siempre es sesgada: real o no, era mi historia y la cosa es que sí, que aunque en aquel castillo hacía un frío de cojones, yo estaba bien. El príncipe me quería “on his way” y eso me bastaba pero pasó que, ya lo dice el gran Ismael Serrano, “como en todas las historias de amor, al menos en las más bellas, la nuestra por supuesto también acabó en tragedia”

Y así fue, aunque eso es otro cuento que no sé si un día contaré porque es tan triste que hace llorar hasta a los geranios de las casas de las abuelas de mi pueblo y no es plan.
En pleno huracán de tristeza sin límites y antes de irme para siempre de ese castillo, hice algo: dejé escrito un cuento en cada rincón, en cada libro, en cada bote de Nocilla vacío. Dejé un trocito de mí en cada metro cuadrado de aquel monstruo sin corazón que tenía forma de piso. No dije nada, por supuesto: las sorpresas lo son porque nadie las cuenta.
Dejé tantos cuentos como preguntas tenía, tantos cuentos como besos me quedaron por darle a ese hombre sin corona ni reino en el que gobernar, un cuento por todas las risas que no estallarían entre esas paredes,otro cuento por las letras que no volverían a contar las cenas de las noches de los veranos que ya no vendrían. Al cabo de unas horas, se me acabaron las palabras y los folios y me fui porque allí ya estaba todo escrito.
Sé que sigue encontrando mis cuentos escondidos porque cada poco recibo un mensaje:
“Prométeme que no se van a acabar tus cuentos, hada. Prométeme que volverás a este castillo feo sin ti”.

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