Revista Maternidad

El principio del fin

Por Lamadretigre

Foto-nieve-compressor Me estoy haciendo vieja. Lo digo sin pena ni acritud, pero es un hecho que no puedo más que constatar, voy hacia la senectud con paso firme y más celeridad de la que me gustaría reconocer.

En mi empeño por alcanzar la senilidad completa cuanto antes he decidido adelantarme a la crisis de los cuarenta. ¿Quién necesita cambiar de década para sumirse en la más profunda de las catarsis existenciales? Yo desde luego no.

En realidad lo hago por el padre tigre, con tanto lío se le olvidó pasar la suya y he decido pasar yo la de los dos para ir tachando tareas de nuestro to-do list vital.

  • Más hijas de las que podemos gestionar, tic.
  • Crisis de los cuarenta, tic-tic.

Ahora lo entiendo todo, lo de los deportivos encarnados y los descapotables vergonzantes, lo del botox y las inyecciones de colágeno. Lo que me extraña es que no haya más calvos paseándose por las calles con sus bisoñés de estreno. Esto de la midlife crisis no es moco de pavo, créanme.

A mí lo de las arrugas me da igual, como buena hipocondríaca de pro, para mí las patas de gallo no son sino testimonios de un triunfo, el de seguir viviendo pese a todos los males -reales y ficticios- que me acechan. ¡Chúpate esa melanoma maligno!

No es la decrepitud física la que me preocupa por mucho que la flacidez campe a sus anchas por mis curvas desvencijadas. No, el vértigo viene cuando te asomas al abismo del resto de tu vida y ves que te queda menos por hacer de lo que has hecho ya.

Uno se pasa la juventudbenditotesoro construyendo, planeando y, sobre todo, mirando hacia adelante. Hasta que un día te colocan el cuatro y el cero en el frosting de la tarta y caes en la cuenta de que el futuro era esto. Hoy, no mañana, hoy. Y, si me apuras, ayer.

De ahí a la inevitable pregunta hay sólo un leve tremor: y ahora… ¿qué?

La realidad es que ahora empieza lo bueno, lo de verdad, pero no es tan fácil entrenar a nuestros sentidos atolondrados para poder apreciarlo. Después de una vida corriendo sin mirar atrás ahora toca sentarse, respirar muy hondo y abrir mucho los ojos. Esto que ves pasar a toda velocidad es tu vida en su máximo esplendor. Aquí. Y ahora.

Uno puede intentar mantener la inercia, comprarse un deportivo, y lanzarse a las calles a vivir una juventud de imitación, como quien se compra una Louis Vuitton en los chinos. También puedes rebelarte contra lo inevitable y aferrarte a la minifalda como si fueras la reencarnación de la mismísima Obregón, o convencerte de que la lozanía es directamente proporcional al tamaño de tus pechos de estreno.

Se puede, claro que se puede, como el atleta que al llegar a la meta pasa de largo. Supongo que tiene algo de heroico, pero yo que soy de corte vago tirando a complaciente, he decidido darme un par de palmaditas en las espalda y acomodarme en mi butacón para verlas pasar.

Y se está divinamente, oigan, esto de la madurez es un alivio. Saber quien eres y limitarte a serlo. Que no es poco.

Me van a disculpar por estrenar el 2015 así, a lo loco, pero nunca he sabido de que iba a escribir hasta que lo había escrito y hay que cuidar las buenas costumbres. Aprovecho también para disculparme por la variedad de signos de puntuación que les he infligido hoy, cuando uno está en crisis hasta las comas vienen al rescate.

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