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El prisionero español

Publicado el 14 mayo 2012 por Josep2010

Ése es un engaño, mejor un timo, que ya forma parte del clasicismo y que, según define apropiadamente la wiquipedia, tiene la siguiente estructura:
"Uno de los timadores, el confidente, contacta con la víctima para explicarle que está en contacto con una persona muy famosa e influyente que está encerrada en una cárcel española (o según versiones más modernas, de algún país africano) bajo una identidad falsa. No puede revelar su identidad para obtener su libertad, ya que esa acción tendría repercusiones muy graves, y le ha pedido al confidente que consiga suficiente dinero para pagar su defensa o fianza. El confidente ofrece a la víctima la oportunidad de aportar parte del dinero, a cambio de una recompensa extremadamente generosa cuando el prisionero salga libre.
Sin embargo, una vez entregado el dinero surgen complicaciones que necesitan de más dinero, hasta que la víctima ya no puede o quiere dar más. En ese momento se acaba el timo y el confidente desaparece."

Seguro que a más de uno se le viene a la memoria más de un nombre y más de un rostro, mejor caradura, que han salido en los noticiarios hace muy poco, gentes con muy pocos escrúpulos y menos vergüenza que se enriquecen constantemente a costa del prójimo.
Esos estafadores, esos timadores de apariencia noble, de afables maneras y mirada ávida y ambiciosa no dudan en acometer acciones criminales con tal de proveer sus bolsillos de monedas de oro y su psicología, su maldad, se forma rocambolesca de entender la vida, han llamado la atención a dramaturgos de todas las épocas y David Mamet, uno de los más interesantes autores teatrales estadounidenses de la actualidad, no tan sólo no ha hecho ningún esfuerzo por sustraerse a dicha atracción sino que lo ha asumido hasta convertirlo en recurso recurrente en su obra y especialmente en la que podemos ver en pantalla grande: sabemos que Mamet, además de dramaturgo, ejerce como guionista -en ocasiones por encargo, firmando con seudónimo- y también como director y productor.
El prisionero españolEsa atención dispensada a los malhechores no tan sólo la admite Mamet sino que, más allá, viene a titular como The Spanish Prisoner una película basada en guión propio, que en España, quizás por un orgullo mal entendido (o para evitar premoniciones) se modificó de la peor manera, otorgándole el de La Trama, demostrando claramente la idocia habitual del titulista de turno que, evidentemente, ni idea tenía -ni el ni el tonto de la distribuidora que era su jefe- de la anterior película de Hitchcock con el mismo título: en España, aparte de estafadores, también tenemos buen surtido de estúpidos.
Sigamos: decía que Mamet desde el primer momento muestra las cartas encima de la mesa y con la cara hacia arriba: vamos a ver un timo, una estafa, un engaño.
Nos damos cuenta que Joe Ross, que ha tenido una gran idea mientras trabaja en la empresa que dirige el Sr. Klein, está siendo merodeado y mareado como una perdiz por Jimmy Dell cuyas intenciones parecen buenas, mientras no sabe a qué atenerse con las embelesadas miradas que le lanza su nueva secretaria Susan Ricci que le mima como a un niño, desoyendo los consejos de su buen amigo y abogado George Lang que le recomienda se decida de una vez por todas: tanto tarda, que acaba por necesitar contactar con la agente del FBI Pat McCune que, casualmente, coincidió con todos los anteriores mientras estaban en una espléndida isla caribeña, todos de vacaciones, llegados de la fría y gélida Nueva York, donde de nuevo se encontrarán.
Mamet mueve los hilos a su antojo no en vano es guionista y director y sabe dosificar los datos que complementan las sospechas que el espectador va sintiendo, porque hay apariencias que engañan y por momentos uno siente en el cogote el aliento del mal, un susurro que advierte que algo no cuadra, que hay que ser más cauteloso, pero, ay, el protagonista no nos oye; el engaño funciona como una máquina apisonadora, lenta e inexorable, intento tras intento, incluso con alguna que otra sangre que señala la impiedad de la farándula fraudulenta. El desarrollo de la acción está bien medido y la tensión no cae, aunque en los últimos veinte minutos del metraje, que no llega a las dos horas, se le cuelan a Mamet algunos detalles que por una parte revelan demasiados descuidos -o falta de lógica y sentido común- del protagonista y también evidencias de intenciones que deberían permanecer ocultas unos minutos más, quedando la sensación que se rebaja el tono del engaño para favorecer que la audiencia se diga a sí misma: ¡mira, mira! perjudicando ostensiblemente el final, resuelto con demasiada tibieza para mi gusto.
El conjunto adquiere la consistencia de un juego de artificio, una presentación de tipos con intenciones poco claras pero sin hincar el diente en sus motivaciones, quizá para mantener la duda respecto a en qué bando está cada cual a pesar que llega un momento en que parece que en un bando está el protagonista, que no acaba de enterarse, y en el otro el resto, que saben más de lo que debieran. Esta concentración en los actos más que en las personas hace que haya una cierta falta de empatía y produce un alejamiento del espectador que, como todos sabemos, precisa de información para decidirse: es una opción arriesgada, porque rechazar la posibilidad de profundizar en la necesariamente compleja psicología del delincuente de buenas maneras para detenerse únicamente en la contemplación de sus actos, siempre engañosos, forzosamente representa desestimar una llamada a la inteligencia del público que siempre la agradece, para centrarse en un nivel más sencillo en el que la complejidad reside únicamente en discernir si lo que vemos es lógico o no y si va o no a tener repercusiones que caerán como una losa sobre el incauto protagonista.
Para mantener la atención durante esos ciento diez minutos cuenta Mamet con un elenco muy profesional formado por parientes, amigos y conocidos, todos ellos concurrentes a finales de los noventa en las tablas neoyorquinas, gentes de sobrada experiencia que visten con solvencia y economía de gestos un reparto de secundarios capaz de sorprender al más pintado, participantes de un juego milimétrico donde todo debe encajar como un mecanismo de relojería: nadie podrá negar que un timo de altura, que una estafa millonaria, necesita, como mínimo de un poco de imaginación. De propina, Mamet cuenta con la participación de Carter Burwell que compone una banda sonora efectiva y funcional y se vale de los buenos oficios como montadora de Barbara Tulliver con la que trabajaría en más de una ocasión, señal de buena sintonía entre ambos.
En definitiva, una película que nos muestra gentes con pocos escrúpulos, una trama que se enrosca y retuerce pero que no engaña -ése es un mérito habitual de Mamet- y permite reflexionar acerca de los esfuerzos que algunas gentes hacen para beneficiarse al margen de toda ética, con un final cuando menos discutible que, en mi opinión, perjudica al conjunto.
Para amantes del subgénero específico de estafadores y timadores sin que el humor haga acto de presencia.
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