Debieron poner señales anunciadoras para que las ardillas
supieran por dónde cruzar.
De tal esperpento pueden deducirse varias conclusiones, las cuales conducen inevitablemente a la chanza. Para empezar, cuando dicen que a los vecinos no les ha costado nada ese desembolso están dando a entender que el dinero del erario no procede de los contribuyentes (entre los que están los de La Haya), o sea, esos politicortos tienen el convencimiento de que dicha cantidad surgió por generación espontánea o que creció en los árboles…, en todo caso ellos entienden que esos euros no los aportó nadie.
Por otra parte, siguiendo ese modo de pensar tan típico de los tontos inmaculados (¿alguien recuerda aquel grupo y aquella canción, ‘Inmaculate fools’?), seguro que cuando debatieron y aprobaron este proyecto estaban convencidos de que las ardillitas iban a ponerse contentísimas con su nueva pasarela, y que harían cola para atravesarla. A nadie se le ocurrió pensar que si el animal está a un kilómetro no va a ponerse a buscar un paso elevado para cruzar sin peligro la carretera (¡claro!, debieron poner señales que los avisaran). Ninguna de las lumbreras municipales cayó en la cuenta de que los animales no piensan ni actúan como las personas; es más, seguramente alguno de los impulsores de la ocurrencia se habrá sentido decepcionado con la ingratitud de esos habitantes del bosque. Y aquí está parte del problema: hay muchos buenistas que encauzan rematadamente mal su intención benefactora y, como en este caso, humanizan a los animales y los tratan como si fueran seres conscientes y racionales; tal vez por eso construyeron el puente de metal, con un bonito y moderno diseño, con barandillas y magníficas vistas. Los resultados han sido chuscos, bochornosos, como para que a los responsables del desaguisado se les cayera la cara de vergüenza (hasta los ecologistas criticaron la construcción).
También resulta más que evidente que en la ciudad de La Haya no existen verdaderos problemas, ya que si se pueden destinar tantos miles de euros a causa tan estúpida es que todo funciona allí de maravilla, y que no hay ningún otro asunto que merezca tanta atención pecuniaria. ¡Qué suerte tienen esos vecinos!, tienen cubiertas todas sus necesidades, proyectos y deseos.
De lo anterior pueden deducirse, sin temor a equivocarse, que los que se dedican a la actividad política (o sea, a administrar los dineros del primo-contribuyente) parecen no vivir en la tierra, como si jamás tocaran el suelo, tanto que algunos dan la sensación de estar en la luna o muy cerca, ya que hay quien da pruebas de vivir más allá del Sistema Solar. Igualmente, el grado de idiocia de los representantes públicos se muestra directamente proporcional a los años de permanencia en política, aunque hay excepciones, puesto que existe el ejemplar que alcanza la máxima graduación a los dos días de sillón y sueldo oficial.
Aunque mal de muchos consuelo de tontos, no deja de ser tranquilizador (en cierto modo) que no sólo sean los políticos tontainas de aquí los que se gastan la pasta de todos en costosos e inútiles proyectos, sino que esa especie también se da en otros lugares y ocupa cargos en los países tenidos como más avanzados… Aunque en este caso a los ediles holandeses les queda mejor el traje de bobos rubios o nor-memos (Simpson dixit).
CARLOS DEL RIEGO