Revista En Femenino

El punto de inflexión

Por Mamaenalemania
Señores, tengo un problema. Y este es de los orondos, además.
¿Se acuerdan de cómo alardeaba yo por aquí de arpía inmisericorde? Pues no se lo van a creer, pero resulta que he metido la zanca hasta el fondo, y ahí que sigue encajada.
Mi vida es un desastre.
Verán, todo empezó cuando la acojoeditorial me publicó un libro y yo me creí muy eminente. En casa, aclaro, porque lo que fue en las entrevistas, ustedes no me vieron, pero mi enfermiza timidez a punto estuvo de lanzarme en más de una ocasión a los bajos de las mesas, temblorosa y ovillada, bramando nopuedo-noquiero-memuero. Así de corrido, sí.
En la intimidad de mi hogar, empero, tengo una reputación - de bruja - que aprecio un huevo y que atiborro con mimo cuando la ocasión me lo permite.
Supóngome pues que no les costará nada entender con qué jocosa perfidia le anuncié al Maromen mi inminente incursión promocional a la capital Ibérica ¿no? Kariñen, me marcho ocho días - con sus respectivas noches -, y me marcho sola, le espeté malvada, paladeando la terrible cifra con alevosía.
Tentada estuve de dejarme embaucar por la culpa en alguna ocasión, no crean, como cuando mi madre, recién aterrizada, con el gesto alarmado me preguntó si, al menos, le habría dejado la compra hecha o las sábanas cambiadas.
Pues claro que no, le contesté altiva. Que aprenda. Que no hay en el mundo peor ama de casa que yo, y bien que sobrevivo cuando es él el que se marcha de misión ¿verdad?
Y funcionó, oigan, vaya que si funcionó.
No obstante, temo comunicarles que los resultados han sido catastróficos.
Conste en acta que yo ya sabía que dos horas de paternidad en solitario no son lo mismo que dos días; ni que dos días lo mismo que ocho. Y es que, durante una semana entera, no se pueden ignorar la lavadora, ni la compra, ni la falta de pañales, ni las pelusas, ni la colección de mocos deshidratados que Destroyer fija noche a noche con esmero en el cabecero de su cama.
Por eso, a la vuelta de mi egoviaje, lo que deseaba encontrarme era un Maromen derrotado y, sobre todo, infinitamente agradecido por mis esfuerzos domésticos de estos últimos años. Y un cuartelillo destartalado.
Mas lo que descubrí fue una casa impoluta - y ordenada -, unos polluelos bien comidos, bien bañados y bien dormidos, y un marido cojonero.
Ignoro el momento exacto en el que se produjo el punto de inflexión y desgracié a mi teutón. Y sí, han leído bien, he dicho desgracié, porque no sólo se le da mejor que a mí, sino que es que, para colmo de males, ha descubierto que le gusta.
Le gusta, señores.
Horror.
Ha pasado de abandonar calcetines debajo de la cama a desarrollar un sistema ultraeficaz de tendido de ropa y peinarme a los niños con raya. Y a corregírmelo todo.
Que yo no quería que aprendiese, koñen. Yo sólo quería que se jodiese un poquito y seguir quejándome tranquila.
Y la he pifiado.
El único consuelo que me queda ahora es haber llegado a tiempo de esconder la plancha y la cera para muebles. Y, eso sí, a este no le vuelvo a dejar más de dos días solo en casa.

Volver a la Portada de Logo Paperblog