Revista Expatriados

El raid Doolittle

Por Tiburciosamsa


Para enero de 1942 los japoneses en el Pacífico habían pasado de ser una mosca cojonera a convertirse en una grave amenaza. Entre el 7 de diciembre de 1941 y el 17 de enero de 1942, poco más del tiempo que uno dedica a montar el árbol de navidad y el Belén y a desmontarlos, los japoneses habían bombardeado Pearl Harbour, habían conquistado la Península malaya, habían invadido las Filipinas y tomado Manila, habían conquistado en el Pacífico Guam, Tarawa y Wake, habían ocupado Hong Kong y estaban iniciando la invasión de Birmania.
El 21 de diciembre de 1941 en una reunión de la Junta de Jefes de Estado Mayor el Presidente Roosevelt instó a sus generales a que bombardeasen Japón. Había que levantar la moral de la población, después de una cadena ininterrumpida de éxitos japoneses, y de paso enseñarles a los japoneses que los norteamericanos también sabían jugar a eso de bombardear por sorpresa el territorio enemigo. Al objetivo moral señalado por Roosevelt, los planificadores añadieron dos más: 1) Ponerle palos en las ruedas a la producción de armamento japonesa mediante la destrucción de fábricas; 2) Forzar a los japoneses a redesplegar parte de su flota y de su aviación en las islas japonesas.
Como todos los subordinados sabemos, lo que en la cabeza del Jefe parece una cosa sencilla, para el currito que la tiene que ejecutar puede ser uno de los trabajos de Hércules. Para empezar, no había aeródromos disponibles que pudieran ser utilizados como base de despegue. Los de Filipinas acababan de caer en manos japonesas. Los de China no estaban acondicionados y la URSS no quería ceder los suyos para no poner en peligro su Tratado de No Agresión con Japón, gracias al cual podía desentenderse de su frontera siberiana mientras hacía frente a los alemanes en Europa. Existía la opción de lanzar un ataque desde un portaaviones, pero ello implicaría que el portaaviones debiera acercarse en exceso a las costas japonesas y, después de Pearl Harbour, EEUU no estaba para perder muchos portaaviones.
A mediados de enero, los almirantes Ernest J. King y Henry Arnold dieron con una idea brillante: utilizar bombarderos medios que despegasen desde los portaaviones. Al tener los bombarderos medios mayor autonomía que los bombarderos que normalmente servían en los portaaviones, sería posible lanzar el ataque sin acercarse demasiado a las costas japonesas. De los modelos de que disponía EEUU, el más adecuado era el B-25.
Todo el plan sólo tenía un quid: los B-25 no estaban preparados para aterrizar en un portaaviones. Una vez que hubieran despegado, no podrían regresar al punto de partida. Había que encontrarles pistas de aterrizaje en el continente asiático. EEUU sondeó a China y a la URSS. La URSS se negó en redondo, por las razones ya expuestas. La China de Chiang Kai-shek se mostró reticente, ya que temía las represalias japonesas, pero acabó accediendo.
Se decidió que participarían en la operación 15 B-25 (al final serían 16) y dos Task Forces, la TF-18 constituida en torno al portaaviones Hornet y la TF-16 formada en torno al portaaviones Enterprise (supongo que para los fans de Star Trek será una sorpresa saber que antes que nave espacial el Enterprise fue un portaaviones de la II Guerra Mundial). Ambas Task Forces enlazarían en alta mar y seguirían un curso más o menos recto entre los meridianos 40º norte y 35º norte hasta llegar a 400 millas de las costas japonesas, lugar desde el que lanzarían los aviones.
El secreto era clave para el éxito y se mantuvo un control rígido sobre las comunicaciones. EEUU se jugaba mucho en la misión. Un fracaso, otro más, tendría un efecto nefasto sobre la moral nacional. Pero, más importante aún, EEUU estaba jugándose la supremacía naval en el Pacífico. Después de Pearl Harbour no podía permitirse perder dos portaaviones más. Por cierto, que estos dos portaaviones representaban el 50% de la flota de portaaviones norteamericana en el Pacífico. Por lo que sabían los planificadores norteamericanos, el grueso de la flota japonesa se encontraba viajando de regreso después de haber operado en el Océano Índico.
Se decidió que los bombarderos serían lanzados al anochecer. Se estimó que el efecto sorpresa y la evitación de las defensas antiaéreas primaban sobre la efectividad a la hora de distinguir los objetivos. También se decidió que, en caso de que la Task Force fuera detectada, los aviones se lanzarían inmediatamente. Y esto fue lo que ocurrió.
Estaba previsto que los bombarderos fueran lanzados el 19 de abril al atardecer. Sin embargo, el 18 temprano por la mañana el Nitto Maru, un barco de alerta temprana, detectó la Task Force. El Nitto Maru fue hundido, pero el Almirante Halsey, que estaba al mando de la operación, imaginándose que habría alertado al enemigo sobre su presencia, ordenó el lanzamiento de los bombardeos día y medio y 220 millasmás lejos de lo previsto.
La decisión de Halsey puso a los B-25 al límite de su autonomía y hacía que existiese el peligro de que no pudiesen alcanzar los campos de aterrizaje prefijados en China. No obstante, fue la decisión correcta. Tan pronto los japoneses supieron de la presencia de una Task Force norteamericana, la Flota Combinada, de regreso del Océano Índico, cambió de rumbo y se dirigió a interceptar a los norteamericanos.
La operación fue ayudada por una serie de circunstancias. La primera fue que la defensa de Japón era compartida por la Marina Imperial y el Ejército del Aire, cuyas relaciones eran menos que idílicas. La Marina contaba con medios más modernos, pero, siendo su doctrina básicamente ofensiva, había descuidado un tanto la defensa. El Ejército del Aire, por su parte, tenía destacados para la defensa aviones de intercepción que se revelaron obsoletos e incapaces de combatir con los B-25. A ello se añade que los radares japoneses eran poco eficientes y el personal de los puestos de vigía estaba poco preparado. Para colmo, al no haber un mando de defensa centralizado, las comunicaciones y la transmisión de información fueron caóticas. Finalmente, otra circunstancia que ayudó a los norteamericanos fue que los japoneses nunca se imaginaron que emplearían bombarderos medios de gran alcance en la operación. Pensandoque utilizarían los bombarderos habituales, creyeron que no los lanzarían hasta el día siguiente, cuando estuvieran a unas 300 millas de la costa japonesa.
Los bombarderos fueron lanzados en cinco oleadas entre las ocho y las nueve y veinte de la mañana. El día estaba claro sobre Japón y la visibilidad fue muy buena para los bombarderos. El raid se vio ayudado por varios factores: 1) La descoordinación entre los defensores japoneses; 2) La sorpresa, agravada por el hecho de que, al llegar los bombarderos en varias oleadas y desde direcciones algo diferentes, los japoneses pensaron que la fuerza atacante era mayor; 3) Los aviones interceptores que los japoneses lanzaron contra los B-25 tenían un nivel de prestaciones inferior y no pudieron competir ni con la velocidad ni con la cota de altitud de los norteamericanos.
El problema para Doolitle y los suyos fue alcanzar los campos de aterrizaje designados en China. Habían partido desde más lejos de lo previsto e iban a llegar varias horas antes de lo que les esperaban. Para colmo, el Almirante Halsey no advirtió a los responsables de los aeródromos que la fuerza había sido lanzada. El resultado fue que nadie les esperaba y en alguno de los campos apagaron las luces cuando oyeron acercarse los aviones, pensando que era el enemigo. De los 16 aviones, 15 se perdieron, bien por los destrozos sufridos al aterrizar o porque sus tripulaciones tuvieron que abandonarlos al haber agotado el combustible. Seis miembros de las tripulaciones murieron en los aterrizajes y ocho terminaron en territorio chino bajo la ocupación japonesa. De estos ocho, tres serían ejecutados por los japoneses.
Desde un punto de vista meramente táctico, el raid fue un fracaso. El jefe de la Fuerza Aérea, el general Henry Arnold, señaló en un memorándum que dirigió al Presidente Roosevelt el 21 de abril: “Desde la perspectiva de una operación de la Fuerza Aérea el raid no fue un éxito, ya que ningún raid es un éxito cuando las pérdidas exceden el 10%...” ¿Qué destrozos causaron los norteamericanos a cambio de los 15 aviones perdidos (en torno al 95% de pérdidas)? No mucho: un arsenal en el centro de Tokyo (menudo lugar para colocar un arsenal), daños en el portaaviones Ryuho, que estaba siendo remodelado en la base naval de Yokosuka  y no estaría operativo hasta noviembre de 1942, algunos edificios y almacenes en la refinería Ogura…
Sin embargo, desde un punto de vista estratégico fue un éxito clamoroso. La moral de EEUU subió como la espuma y la de los japoneses siguió el camino inverso. Después de una racha de victorias inauditas, que les bombardearan en casa y que incluso algunas de las bombas cayeran cerca del palacio imperial, fue como un jarro de agua fría. De pronto se sintieron vulnerables. Es posible que esa desmoralización se agudizase por los propios esfuerzos de la propaganda japonesa por describir el raid como cruel y afirmar falsamente que había ido dirigido contra objetivos civiles.   
Entre el Alto Mando japonés cundieron el pánico y la vergüenza por haberse dejado sorprender. El Comandante de la Defensa de Aérea de Tokyo expresó su vergüenza de una manera muy japonesa: se hizo el sepukku. EEUU logró uno de los objetivos del raid: el Alto Mando japonés decidió destinar más recursos a la defensa de las islas, 250 cazas entre otros.
El raid también influyó sobre el proceso de planificación estratégica japonesa que llevó a la batalla de Midway. Desde comienzos de año había habido discrepancias entre los planificadores japoneses sobre lo que hacer a continuación. Se habían barajado opciones tan dispares como desembarcar en Ceilán, centrarse en China o invadir Nueva Guinea. El Comandante en Jefe de la Flota Combinada, el Almirante Yamamoto, estaba presionando por realizar una campaña en el Pacífico central, en la que se conquistaría la isla de Midway y se atraería a la flota norteamericana en el Pacífico a una trampa para destruirla. La Marina Imperial había aceptado el plan con bastante poco entusiasmo a comienzos de abril. El raid Doolittle hizo que el plan de Yamamoto se convirtiese en una prioridad absoluta para el Alto Mando japonés. Sólo por eso, mereció la pena haber perdido 15 bombarderos.

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