Título original: Kingdom of heaven
Dirección: Ridley Scott
Año: 2005
Duración: 144′
País: Gran Bretaña
Guión: William Monahan
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: John Mathieson
Intérpretes: Orlando Bloom, Eva Green, Jeremy Irons, Liam Neeson, David Thewlis, Brendan Gleeson, Edward Norton, Michael Sheen…
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Vamos a perdonarle a Ridley Scott unas cuantas cosas. No es para menos ante el papá cinematográfico de Alien, y Blade Runner, por mucho tiempo y vaivenes que hayan pasado. Si hubiera que ser riguroso con la crítica histórica ante un supuesto cine histórico, habría que darle unos cuantos coscorrones. Con un conocimiento liviano sobre las Cruzadas basta para encontrar varias incongruencias temporales, cuando no puras invenciones, y coincidencias de personajes reales imposibles o en un estatus que no tenían, asi que no quiero imaginar lo que se puede encontrar si le preguntamos a un experto.
Vale. Digamos que son licencias en pos del espectáculo -aunque muchas veces uno no acaba de verle el sentido total a estas maniobras a tal fin-, espectáculo que por cierto, está servido, porque la película tiene una factura impecable, a veces incluso estremecedora y con momentos de belleza fotográfica muy reseñables, pero lo que sobre todo hace que podamos perdonar estas imprecisiones es la intención final de la película.
En efecto, el mensaje es clarísimo y es lo que importa. La película utiliza un episodio, más o menos concreto de las Cruzadas para dialogar acerca del fanatismo religioso y la sinrazón humana que lleva
peleando por el mismo pedazo de tierra (en este caso Jerusalén) desde hace siglos, porque por si no nos hubiera quedado claro durante todos los argumentos que nos dan los personajes durante el metraje, nos queda certificado con los rótulos finales. Ésta era claramente la intención de la película. Y a mi entender, creo que al menos consigue que uno le de vueltas a cosas que en fondo son tan nimias y que sin embargo llevan tantos muertos a las espaldas.
La película además coincide con una época movidita en cine de espadas, es decir, “anillos”, “gladiadores”, etc. Pero con lo que sería más apropiado hacerla coincidir es con un tiempo en que buena parte del debate giraba -y gira- en torno al llamado “choque de civilizaciones”. Y ahí es donde se termina de cerrar el círculo de su discurso y de su sentido: una película históricamente inexacta, que sin embargo palpa y quiere recrear un episodio real del pasado para hablarnos de problemas eternos en la humanidad, y hechos y debates terriblemente presentes en nuestro hoy. No es ni mucho menos la primera en utilizar esta fórmula, pero si una de las últimas que mejor lo ha hecho. Existe ya una edición con el sempiterno -y tan útil a veces- corte del director, donde a base de 50 minutos más, Ridley Scott nos muestra lo que los productores no le dejaron y que, lo siento, no lo sé, puede que aporte mucho más al resultado final.