Ignorante de su incapacidad, su empeño era preñar a la reina. Como ese era su deber, así se lo demandaban todos. Tampoco era ajena a esta presión para quedar encinta la reina, que puso cuanto pudo de su parte.
Que la reina fuera francesa, que llegara con un séquito de damas francesas que hablaban en francés, comían comida francesa y lo impregnaran todo con los modos de país vecino, no hizo más que enfrentar a las cortesanas francesas y a las españolas, y que el pueblo español demostrara, en mayor medida aun, su antipatía por todo lo francés. Tantas ganas tenía el rey por tener un heredero, tan obsesivo se tornó el asunto que, siendo la marquesa de Terranova camarera mayor de la reina, ocurrió lo inevitable.
Era la marquesa mujer en extremo rigurosa de las costumbres palaciegas, que mantenía la corte en un estado de tedio permanente difícil de soportar. No era la excepción a ese sufrimiento la jovencita reina María Luisa, francesa, alegre y, por lo primero seguro y por lo segundo probable, objeto de las antipatías de la marquesa, a la que todo lo que oliera a francés despertaba el más profundo odio.
En cierta ocasión, a una de las damas de la reina, francesa, naturalmente, la marquesa de Terranova, por quién sabe qué cuestión probablemente baladí, dio un tirón de orejas o parejo castigo. Corrió, pues, la dama a quejarse a su señora por tan impropio castigo, y ésta, indignada llamó a su presencia a todas sus camareras, la marquesa de Terranova a la cabeza, a quien nada más llegar propinó dos sonoros manotazos en el rostro, ante la estupefacción de todas las servidoras. Ahora, quien corría era la marquesa, pero buscando el amparo del desvalido rey Carlos. El pobre, convencido por la camarera, llamó a su esposa. Quería reprenderla por el trato tan cruel dispensado a la marquesa, mas cuando llegó María Luisa, adujo sus razones, que no eran otras que las de habérsele presentado un impulso irresistible, un necesario de satisfacer e imposible de reprimir antojo. Fue oír esta palabra el rey, y olvidar lo que significan otras como imparcialidad o justicia. Qué emoción la del rey, la reina preñada. Y Carlos en su agitación, y para asegurarse del feliz término de lo que él creyó, autorizó a su reina a dar dos nuevas bofetadas a la marquesa.
María Luisa de Orleans, de José García Hidalgo. 1679. Museo de Bellas Artes de Xátiva, cedido por el Museo del Prado.Si de alguna mujer estuvo sinceramente enamorado Carlos II fue, sinduda, de su primera esposa María Luisa de Orleans, a la que invocabacon frecuencia como "Mi reina". En 1699 quiso el rey visitar, con susegunda esposa, Mariana de Neoburgo, el pudridero de El Escorial.Allí estaban su madre, Mariana de Austria, y su primera esposa MaríaLuisa. Incapaz de contenerse, no pudo evitar, entre sollozos, gemir:"Mi reina, mi reina, antes de un año vendré a haceros compañía".
Tampoco, lejos ya de palacio “La Cantina”, lograron los reyes su propósito, recayendo sobre la reina, a ojos del pueblo cruel, la mayor parte de las culpas. Varias coplillas se le dedicaron a la reina, el verdadero amor del incompetente Carlos II, pues si algún sentimiento de sincero enamoramiento tuvo el rey, fue precisamente para con la reina María Luisa, a la que nunca dejo de llamar “Mi reina”.