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El Romanticismo desvirtuará la realidad para hacerla más acorde a la mirada.

Por Artepoesia
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El mejor pintor español de paisaje romántico, del romántico siglo diecinueve, lo fue el gallego Genaro Pérez de Villaamil (1807-1854). El Romanticismo paisajista habría tenido grandes creadores en otros países europeos, como Turner o Roberts, pero en España el más genuino de los románticos, el más romántico de todos, el más inspirado y el menos conocido fue Villaamil. Pero es que, además, tuvo una vida romántica, se impregnó ya de ese signo propio de su tiempo romántico. Y que mejor paisaje que el más romántico de los paisajes europeos para nacer. El pintor escocés David Roberts (1797-1864) lo supo desde sus viajes a Africa y Oriente medio. Pasaría por España antes y comprendería, entonces, el verdadero sentido del color en sus momentos del día donde el sol está más alejado de su cenit. Y comprendería, también, el verdadero sentido del paisaje más romántico, ese donde lo agreste y lo apacible, lo diferente y lo cercano, lo luminoso y lo misterioso, lo único y lo variado, se darán tan sólo en el sur de España.
Y en 1834 pasaría Roberts por Málaga camino de Gibraltar, pasaría por su sierra de Ronda y por los aledaños suroccidentales de su serranía. Allí, en lo alto de un cerro muy elevado, se encontraría, de pronto, con el antiguo castillo del águila, una fortaleza derruída iniciada ya por los romanos y desarrollada luego por los musulmanes. Pero entonces la idealizaría el pintor británico aún más con sus recuerdos orientales vistos ya en Sevilla, o en Córdoba, o en tantos otros lugares hispanos recorridos. Porque el Castillo de Gaucín -el castillo del águila- habría sido en gran parte destruído durante la guerra de la independencia frente a los franceses en 1810. No tendría ese aspecto tan soberbio de la imagen que David Roberts crease en 1834. Tampoco su peña era tan elevada, tan majestuosamente romántica, ni con esos riscos puntiagudos que, como una bella catedral rocosa, imprimiese ahora espíritu de superación en todos los muros de su fortaleza.
Pero, como británico, querría pintar una vista de Gibraltar y de la bahía de Algeciras, con el perfil dibujado incluso de Africa al fondo. Roberts, a diferencia de Villaamil, tendría influencias geopolíticas o de guía de turismo para los viajeros de su país. Él conocería muy bien el lugar que dibujaba desde tan lejos, y que aparecía ahora límpido entre las pocas brumas luminosas de la serranía. Porque, sin embargo, es imposible ver las cosas de Gibraltar desde los alrededores del castillo con la claridad que él ya las pintaría en su Vista de Gibraltar desde Gaucín. Entonces, ¿cómo lo hizo?, ¿por qué lo hizo así? Porque no es el realismo, ni el detalle real, ni el sentido exacto lo que primaba, lo que importaría, en el Romanticismo. Para los deseos románticos bastaba ya que el paisaje mostrase atrevimiento, gallardía, belleza, pintoresquismo y misterio. Y es por esto que cualquiera que vaya a Gaucín, y se sitúe cerca del castillo, comprobará que nada de lo que se ve en su obra es, dimensionadamente, real ni acorde a las distancias. Sencillamente, no existe un lugar desde donde se pueda ver la imagen que el pintor utilizó ya para crear su vista.
Genaro Pérez de Villaamil conoció a Roberts en Sevilla en 1833, y luego marcharía a Madrid para, allí, realizar ya toda su creación artística. Los pintores como Villaamil, a diferencia de Roberts, no tendrían que visitar los lugares requeridos para imprimir el sentido romántico de lo que querían. En 1847 el pintor romántico español compondría su obra Vista del Castillo de Gaucín tan sólo gracias a un grabado de la obra de Roberts. Tan sólo no, el resto, inspiración, semblanza, genio, sutileza e imaginación romántica lo pondría el pintor.  En su obra recreará, desde la misma perspectiva, la imagen de la vista de la bahía de Algeciras y Gibraltar con el aparecido y fantasmagórico castillo de Gaucín. ¿Qué más daba entonces, si nadie iría a comprobar la verosimilitud o no de la realidad del paisaje? Y tampoco importaba, porque lo importante en el Romanticismo era la emoción que provocaba la visión subjetiva de algo objetivo, la semblanza del momento sugerido, además, por una realidad ahora maleable, transformable, adaptable y sensible. 
Roberts y su inspirado en él colega Villaamil, fijarían el paisaje con los rasgos geográficos parecidos a la realidad, aunque ahora totalmente adimensionados en las distancias, el peñón de Gibraltar no se aprecia tan bien en la realidad, desde ese lugar, como en estas obras románticas. Y, sin embargo, todo es pintado conforme a lo que es su imagen local, ¿por qué, entonces? Porque el pintor británico conocería muy bien el lugar, y por esto lo pintaría con su forma conocida, pero no así el castillo, algo que idealizarían ambos como en un maravilloso cuento hispano árabe surgido de la pluma de un escritor de su tendencia. Tendencia inconsiderada, pero inconsiderada con la realidad no con el sentimiento. Ni los arcos de herradura, ni las puertas asombradas, ni las murallas empinadas, ni la torre del almuhecín, existirían en esos ruinosos despojos de castillo. Todo recreado, todo vestido de gloria romántica. Porque, aún más, Villaamil llegará a crear un mundo onírico que no existía en el Castillo de Gaucín ni siquiera en su época musulmana. El resultado, no obstante, fue grandioso, extraordinario, del todo inspirado ya tanto por el sueño exótico de otro pintor como por el genio inspirado de su bella paleta romántica.
(Óleo Vista del Castillo de Gaucín, 1847, del pintor romántico español Genaro Pérez de Villaamil, Museo del Prado; Detalle del mismo cuadro, Vista del Castillo y del peñón de Gibraltar al fondo, Genaro Pérez de Villaamil, 1847, Museo del Prado; Grabado en plancha de acero de un dibujo del pintor David Roberts, Vista de Gibraltar desde Gaucín, 1834; Fotografía actual de las ruinas del Castillo del Águila, Gaucín, Málaga, España; Reproducción de la obra original de David Roberts, Vista de Gibraltar desde Gaucín, 1834, Museo de Edimburgo, Escocia.)

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