Revista Arte

El Romanticismo lo vislumbraron ya algunos creadores del melancólico final del siglo de oro.

Por Artepoesia

El Romanticismo lo vislumbraron ya algunos creadores del melancólico final del siglo de oro.
El movimiento que surgiría en Europa a mediados del siglo XVIII y que alemanes y británicos crearon primero que nadie ya habría sido sospechado, de un modo a veces vago e impreciso, por los artistas y creadores -poetas y pintores- del periodo barroco denominado como Siglo de Oro español. Cuando el escritor inglés Horace Walpole compusiera su obra El Castillo de Otranto en el año 1764, empezaba ya un cierto sentido romántico en los hechos narrados donde evadir por entonces el espíritu anquilosado de los hombres. ¿Qué cosa representaba por entonces ese espíritu anquilosado? La ociosidad inteligente e inquisidora producto de la auto-indulgencia y la molicie que ofrecía por entonces la sociedad satisfecha. Cuando esos fenómenos psicológicos se dan en cierta sociedad ilustrada satisfecha surgirán la huida, el refugio, la oscuridad, el mesianismo perdido o la búsqueda de una cierta indefinición basada en el pasado o en la exaltación de lo misterioso. El Romanticismo nació de esos anhelos melancólicos muy poco definidos sobre la vida, el sentido de la historia o de una individualidad introspectiva y disidente. El siglo XVIII europeo se desarrolló en algunas sociedades con esas pautas propicias para el devenir existencial más desasosegado. En el caso del Romanticismo de finales del siglo XVIII fue el cansancio metafísico ocasionado por la satisfacción personal y agnóstica de la Ilustración. Pero en los años en que el siglo de Oro español tuvo parecidas singladuras espirituales y personales, entre 1630 y 1680, lo fue no por el cansancio metafísico sino por el desarraigo espiritual más desolador que una sociedad ilustrada venida a menos pudiese tener entonces. Porque de haber nacido en las excelsas moradas de un imperio esplendoroso, los hombres y mujeres de ese periodo hispano tan sobrecogido sintieron y plasmaron luego en sus obras barrocas el desaliento, la fatuidad o la dulce melancolía más elogiosa para poder llegar a componer, henchidos de gloria artística, las mismas sensaciones de evasión y retraimiento que, un siglo más tarde, alumbrara, ya exitoso, el sentimiento romántico más prometedor.
Un pintor muy poco conocido de ese periodo barroco tan maravilloso en el Arte español lo fue Francisco Collantes (1599-1656). De características prerrománticas por no saberse nada de él apenas, se dedicaría artísticamente a componer paisajes desolados, oscuros y nostálgicos en una época donde los paisajes no eran valorados propiamente. Fue por eso además paradigma anticipado del héroe-artista auto-marginado y para nada mundano o exitoso. Lo que sería  más de un siglo después una personalidad artística muy elogiada por los poetas y creadores del Romanticismo clásico. En fecha poco precisa por desconocerse, aunque situada con probabilidad entre 1640 y 1650, el pintor Francisco Collantes compuso su obra Paisaje con un Castillo. En una nación con tantos castillos entre sus paisajes conocidos o no, el pintor realizaría una obra de Arte con la silueta de un castillo imaginario y melancólico. Pero además lo posiciona en un montículo imaginario rodeado de un paisaje tenebroso en un mundo con tintes fantasmagóricos para la época. En psicología podría evaluarse el sentimiento romántico como una huida enardecida hacia otro ámbito distinto del momento padecido. ¿Cómo no valorar esta impresión artística tan precoz en un periodo tan diferente al de los elementos románticos posteriores? Sin embargo, la historia es a veces una mala consejera para evaluar con exactitud honesta la vida y los sentimientos reales de los hombres. De la historia académica compartimentada y más conocida, hacer resúmenes históricos es una barbaridad sólo entendida o mal justificada por el afán falsamente ilustrativo de una realidad imprecisa. Como los periodos artísticos y sus encasillamientos culturales, que no reflejarán exactamente lo que sucediera o lo que se sintiera por sus creadores en algunos momentos, pueblos, sociedades o culturas del mundo. 
En esta pintura barroca anticipadamente romántica el creador inspiraría ya los elementos que propiciarían el desarraigo o el desmembramiento sobrecogedor de un espíritu para entonces nada sosegado. Vemos ahora un castillo ruinoso sobre riscos abandonados y rodeados de un bosque desperdigado por ocres y oscuras siluetas verdecidas. La atmósfera mágica y ensoñadora de la obra se percibe completada por las rocas emergentes del mismo color que el cielo macilento del atardecer, que apenas ocultará un crepúsculo dorado reflejo poderoso ahora de lo finalizado, de lo perdido o de lo caduco de la vida o de lo sin vivir...  Pero no solo en esos rasgos nostálgicos veremos las pasiones emotivas de un enajenado acontecer, también lo veremos en el frágil pasadizo del puente de tablas de la derecha, donde inusitadamente se nos muestra, sin pudor ni jactancia metafísica, la disonancia más desalentadora entre un esplendor acaecido y olvidado y un desatento, ridículo y desmerecedor porvenir. No hay seres en el paisaje emotivo y aséptico de la obra de Collantes, ni vivos ni muertos, ni animados -de ánima humana- o no. Porque no hay tampoco nada que lo haga emotivo siquiera..., pero tampoco que no lo haga. Sólo el paisaje oscurecido bajo un aura de incierta ensoñación misteriosa que emerge ahora del pasado silencioso para, sin nada aún que afecte al sentimiento, evoque enaltecido, sin embargo, el sentido más lírico, acuoso, absoluto o metafísico del paso del tiempo y de su gloria..., aunque ahora todo eso apenas sin dolor. Desde la lejanía de un siglo barroco tan distante de inspiración melancólica y prerromántica, sentiremos la grandiosidad de una etapa tan gloriosa en el Arte que expresara ya, sin embargo, una época de contrariedad, confusión, asombro perdido u orfandad psicológica.
El Castillo de Otranto fue el disparadero de una forma de expresar literatura que llevase al Romanticismo a descubrir el lirismo atrayente de las ruinas medievales y de los misterios del pasado. Fue conocida además por ser la primera novela de terror gótico, de literatura fantástica o de cuento donde el espíritu vagabundo de lo humano se perdiera entre ensoñaciones o lugares olvidados. Tanto como lo fuera antes aquella inspiración barroca tan introspectiva de Francisco Collantes y su obra Paisaje con un Castillo. Como siempre que hay que analizar, escudriñar o profundizar una obra de Arte, habrá que situarse en el momento y en el lugar histórico donde fuera realizada. A finales de la primera mitad del siglo XVII, España vivía su efusión cultural más elogiosa gracias a unos creadores fascinantes, lo que se llamó el Siglo de Oro. Pero también viviría una época de abatimiento o de crisis existencial por sus particularidades sociales e históricas tan especiales. El pasado por entonces pesaba mucho porque había sido ese pasado el más glorioso pasado que país alguno hubiese tenido jamás entonces. Por mucho que se quisiera revivir toda aquella viveza de antes fue imposible conseguir mantenerlo en el tiempo y en la inercia de la historia contingente, salvo lo que se pudiera conseguir hacer con la poesía o con la pintura o con la prosa más elaborada y primorosa. Pero, además, el pintor Collantes tuvo la premonición lírica más extraordinaria porque fue la más exitosa inspiración luego con los años, no así en su propia época, que no llegaría más que a ser admirado o copiado por sus propios paisajes, pero no por lo que supondrían o presentirían algunos de esos paisajes subjetivos como expresión de una sentida emoción espiritual que, todavía, aún no sería más que una latente forma de poder expresar la vida procelosa..., para nada por entonces tan oscuramente misteriosa.
(Óleo Paisaje con un Castillo, primera mitad del siglo XVII, del pintor barroco español Francisco Collantes, Museo del Prado, Madrid.)


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