Revista Cultura y Ocio

El Rosa-Cruz escocés, para los Modernos, un grado masónico humanista en el siglo XIX. (2ª parte)

Por Vguerra
El Rosa-Cruz escocés, para los Modernos, un grado masónico humanista en el  siglo XIX. (2ª parte)
Proseguimos con la aportación del estudioso y francmasón Pierre Besses, en esta traducción libre de Victor Guerra, en la cual se recoge  la reflexión sobre el grado 18, o de la 4ª Orden de Sabiduría de los Modernos, lo cual es toda una novedad.
Tras tres siglos de secularización y descristianización de la Republica de 1789 y de la religión secular de los Derechos del Hombre 1790, el Rosa-Cruz del REAA pudo incardinar su sabiduría fundada en el basamento kantiano. De tal manera que el Rosa-Cruz, de cuño escocés enseña la cuádruple cuestión kantiana:
  • · ¿Qué puedo conocer? (Filosofía)
  • · ¿Qué puedo hacer? (Ética)
  • · ¿Qué me es permitido esperar? (Filosofía política)
  • · ¿Qué es el hombre? (Antropología filosófica)
Cuando un masón se refiere a Kant, quiere evitar la idolatría, y quiere creer en la idea de una razón práctica que no dejaría que en el progreso fuera una esperanza vana para pretender definir el Deber, el tema esencial de los grados de Perfección. Es la garantía para evitar las ilusiones del cientificismo, y los enredos del subjetivismo «estúpido»' y como no, el callejón sin salida que nos presenta el relativismo simplón.

«Maçonner» (Construir), es intentar hacer de esta búsqueda un sentido, una demanda social constante. Bien entendido, que el Rosa-Cruz puede ofrecer una red de lectura y un marco más allá del análisis kantiano. En filosofía, Maçonner» (Construir) es trabajar para hacer fructífero el humanismo que las fuerzas contrarias han tratado de impedir a lo largo del pasado siglo. -En la ética, está claro, que la fuerza está en constatar a pesar de nuestras anteriores suposiciones, que la moralidad universal kantiana está en parte obsoleta. "Maçonner" (Construir), es, por tanto, admitir que no hay ningún criterio absoluto para definir una ética y una moral. En la filosofía política, «Maçonner» es pensar, pero sobre todo vivir en sí mismo, las nuevas condiciones permanentes y novedosas de la vida en sociedad. -Por último, «Maçonner»' en el siglo XXI, es hacer viva y pertinente las estructuras antropológicas del imaginario masónico.Ante todas estas preguntas, el Rosacruz del REAA, parece decir de forma implícita o explícita, no es el sentido que parece este parece recoger, sino los errores que debemos evitar. ¿Es el mundo como lo vemos? ¿Cómo debemos «reconstruirlo»? El sentido es siempre productivo, construir, lo aleatorio y lo provisional. El Rosa- Cruz escocés recoge de Nathan el sabio que "el único impulso que nos mueve siempre hacia la verdad, a la «verdad total». De hecho, esta «buena hija»', un pelín adultera, fruto de las Luces y el ilusionismo, de la Gnosis y del cogito, del positivismo y del esoterismo cristianismo y del ateísmo estoico, del latitudinarismo protestante y la psique newtoniana, es la Francmasonería, el REAA es hijo de aventureros franco-americanos, y no parece dar ninguna respuesta cierta ante cuestiones esenciales y existenciales. La Viuda y su descendencia escocesa se convierten sobre todo en una gran duda de todo, y hasta para sus propias dudas (de cara a la deriva sectaria hacia el dogmatismo). Y sin embargo, es imposible para un Maestro Masón y para mayor razón, para un Rosa- Cruz, evadir estos temas, a menos de someterse a la existencia de la piedra bruta. El sentido es la vez «orien-tación» y significado (expresión intencional). El sentido no es algo que se puede llegar mediante la búsqueda directamente. Él se insinúa en nosotros como esa incidencia. Este grado Rosa-Cruz escocés, según el Barón Tschoudy con los tres valores cardinales, el francmasón puede sobre todo oponer una filosofía kantiana de la secularización propuesta por la 4ª Orden de Sabiduría, según Jacques Georges Plumet. De hecho, para el acceso a la 4ª Orden de Sabiduría la condición absoluta es la filosofía de las Luces. El Perfecto Masón Libre y Soberano Príncipe Rosa-Cruz comprendido en la 4ª Orden Sabiduría, es Jacques Georges Plumet define claramente el propósito del grado: la liberación y el desarrollo del Perfecto Masón Libre. Y no puede ser adquirido sólo por la investigación filosófica, ni tampoco es una investigación filosófica en los Grados de Sabiduría del Rito Francés que no impliquen las virtudes cardinales como son la valentía y la lucidez. Esta son para el Caballero Masón indisociables porque valor no es nada sin la claridad y la lucidez, y sin la valentía, Este valor, según Jean Jaurès, era «el coraje en la búsqueda de la verdad allá dónde se encuentre, y no es sufrir la mentira triunfante que pasa». Es esa lucidez, tan bien evocada por René Char: «lucidez es la herida más cercana del sol». Soportar esta mentira requiere serenidad, fuerza y sabiduría. Serenidad ante lo inevitable, fuerza para cambiar lo que puede ser, sabiduría para discernir uno de lo otro. Coraje, lucidez, sabiduría - estos son los valores que el Gran Capítulo General del Rito Francés pretende poner al servicio de la masonería adogmática y universalista del Gran Oriente de Francia. Si la imitación, como la energía, es individual, la política, como la acción es colectiva. Para subrayar la especificidad del Rito Francés, que lo distingue del Rosa Cruz, escocés de filiación kantiana, Irène Mainguy (p.415) cita a Daniel Ligou. El énfasis está más en la idea y en la imagen del Perfecto Masón libre: entendiendo por este estado de perfección el Soberano Príncipe Rosa-Cruz que puede recuperar la palabra, lo que le permite acceder a una verdadera maestría y a una liberación. Daniel Ligou señala que este rito (Rito Francés) se detiene en los Rosa Cruz, no se trata de grados «areopagitas» que culminan en el grado de Caballero Kadosch, 30º del REAA, ni entendidos como grados «blancos». Los masones franceses han considerado que ninguno de los grados que hoy son intermediarios entre los 18 y 30 del REAA, algunos de los cuales se practican en los Capítulos de Rito Francés, tenían suficiente prestigio para convertirse en el «nec plus ultra»" de la Orden. Por el contrario, podría pensarse que la palabra rencontrada, no había sido verdaderamente lograda... Ligou piensa como esta lógica explica la fuerza conquistadora del rito en 1786, y explica también su declinar. Después del establecimiento definitivo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en 1804. El (RF) no podría pretender luchar, especialmente en el seno de la aristocracia masónica contra de la atracción, no tanto de Kadosch, que adquirirá su popularidad real sólo después de 1850, sino entre los llamados grados «blancos». Tal vez la cooptación, la regla absoluta del Consejo Supremo, el hecho de ser soberano incluso de la masonería azul, mientras que el Gran Capítulo, después que el Gran Directorio siguiera siendo parte integrante del Gran Oriente, dio como resultado que dignatarios masones en primer lugar, el «pueblo» optara por el escocismo... en cuyo momento el Rito Francés en siete grados desapareció oscuramente.. Daniel Ligou, hizo este análisis en 1992, unos años antes aún el sistema del Rito Francés no se había reestructurado y no reanudaría con fuerza y vigor, su desarrollo, para proponer una progresión coherente a los Maestros Masones, paralela a la existente desde 1804 del Rito Escocés Antiguo y aceptado. (Ibíd., p.416) Según Cellé, el Rito Francés, a diferencia del Rito Escocés, no habla jamás de la palabra perdida, pero si de un nombre «Innominable» enseñado a los Maestros Masones. Daniel Ligou considera que esta 4ª Orden, titulada de la «Rosa Cruz» es una mezcla, en proporciones variables de esoterismo cristiano, con esencias específicamente luteranas y alquimia. De nuevo el Maestro Masón muere para de nuevo renacer. El recipiendario es un Caballero del Oriente que vagaba en la oscuridad más profunda, el cual ha perdido la palabra en la segunda destrucción del templo y que quiere recobrar con la ayuda del Muy Sabio. En el curso de los siete viajes, el Caballero de Oriente descubre las columnas de la Fe y la Esperanza y la Caridad, columnas sobre las que reposan los principios de la Orden. A través de un diálogo centrado en cuatro preguntas y respuestas, el destinatario va a descubrir realizando un trabajo de evocación, a la manera socrática, que la palabra deseada está en él, lo que le permite ser reconocido como «Perfecto Masón Libre». El ritual se centra en el descubrimiento de las tres virtudes, para que entonces la restitución de la palabra se haya cumplido. El simbolismo de este grado debe permanecer abierto y libre de cualquier interpretación restrictiva de una doctrina establecida. De tal forma que las nociones de Fe, Esperanza y Caridad deben ser aprehendidas como virtudes universales. Los objetivos de los rosacruces del siglo XVII, inspirados por Christian Rosenkreutz, debían establecer la paz universal a través de intercambios internacionales de reformas intelectuales y políticos. Buscaban una emancipación de la humanidad por un perfeccionamiento individual y el progreso de la ciencia, asociada a una voluntad universal de compartir mediante la combinación de la acción del corazón y la razón. ¿Es concebible que esta 4ª Orden de la Sabiduría continúe siendo el vector de este espíritu? ¿Cómo salvar al hombre? Él no puede salvarse a sí mismo, sino es renovado para que en él crezcan las virtudes más nobles, mientras encuentra su verdadera identidad mediadora entre el Cielo y la Tierra. Pero, ¿Cómo acceder a esta formulación existencial y sabiduría, haciendo caso omiso de lo que es en realidad, de qué se trata, de donde uno viene, o a dónde va, el sentido de su destino y el lugar que debe ocupar en el universo? El objetivo de los trabajos realizados por los Perfectos Masones Libres es la construcción del Hombre, del Ser, que es la genuina humanidad considerada objetivo ideal. Independientemente de creencias u opciones filosóficas, este enfoque parte de la premisa de la fe y de la esperanza en la perfectibilidad del ser. La simbólica de este grado está estructurada sobre la base aprovechando el tema de los valores en el ideal caballeresco ante el cual los masones se convierten en sus defensores. Inscribiéndose en una dinámica de lucha con la intención de espiritualizar este combate y deviniendo en un Caballero del Espíritu. En él rencontraremos los temas principales de búsqueda de la palabra, el amor, el sacrificio, de la resurrección y el fuego. (Ibíd., p.417). Deber y salvación: la ética moral (Luc Ferry, p.222). Esta secularización de la moral cristiana de la Rosa-Cruz de las Luces católicas, afirmada por la finalidad de la 4ª Orden de Sabiduría, puede reducirse a estas tres virtudes teologales. De hecho, estas tres virtudes cristianas teologales secularizadas por los Modernos implican también una doctrina de salvación, tal y como dice Luc Ferry. Para secularizarse, la moral cristiana y católica de Rosa- Cruz católica según el Barón que Tschoudy, ello significa mostrar cómo el humanismo moderno se funda todo él en la emergencia de una nueva visión del hombre, que apareció en un gran día en el pensamiento de Rousseau - que no significa, por supuesto, que haya un solo pensador en el origen de esta agitación, peo que dicho pensado tematizó mejor que nadie en su filosofía mejor que nadie. Es en este contexto, donde volvemos por un momento, sobre el significado de este trastorno, de esta agitación, así como las razones por las cuales se permite fundar fuera de los marcos religiosos tradicionales los dos grandes temas alrededor de los cuales las morales modernas van girar desde el momento que la libertad humana fue un absoluto: de una parte la valorización del interés general, de lo universal, contra los intereses particulares, y por otra parte, está la idea de que la verdadera virtud reside primero y ante todo, y en todo caso, en una acción desinteresada. En la tradición cristiana, el ser humano es concebido como una criatura. Esto significa, en el imaginario cristiano, su «idea», su concepto, si se quiere, se encuentra primero en el entendimiento divino antes de que Dios, no decida hacerlo existir por su Sola voluntad. Reconocemos aquí, un tema largamente desarrollado por el existencialismo ateo contra el cristianismo: en este último, la esencia, ola idea del hombre, precede a su existencia según un modelo que es el Dios mismo, es el relojero que traza primero en su cabeza y luego sobre un papel, un plano, el reloj que luego hará «existir», Dios concibe al hombre, y luego a la mujer, y les otorga después su existencia. El ser humano pues no es plenamente libre, está encerrado en una definición previa que traza las líneas de sus acciones futuras. Es justamente la primacía de esa esencia o de la idea de la criatura sobre su existencia sobre la que Rousseau antes de Sartre, va a desarrollar y desacreditar. Y lo hace, como es de uso en la época, en el curso de la comparación entre el hombre y el animal. La comparación sirve en efecto para definir lo mejor posible, por «diferencia específica»", al propio del hombre por oposición de lo que no es, sino que se le parece más. Sobre este motivo central en el nacimiento del humanismo moderno, Rousseau muestra que se piensa de otro modo en cuanto a la moral secularizada. Primero y ante todo esto: no es la inteligencia, ni la afectividad, ni hasta la sociabilidad verdaderamente la distinguen al hombre de un animal. La evidencia es que hay unos animales más inteligentes, más afectuosos y más sociables que ciertos humanos. La verdadera diferencia está en otro lugar: mientras que el animal está enteramente programado por un instinto natural, el hombre posee una libertad de maniobra con relación a la naturaleza. Aquí debemos recodar el ejemplo que da Rousseau en su Discurso al origen de la desigualdad. «Así es como un palomo moriría de hambre cerca de un estanque lleno de las mejores carnes y un gato sobre montones de frutas o de granos, aunque el uno o el otro pudieran muy bien sustentarse del alimento que desprecian sin ni siquiera probarlos. Así es como los hombres disolutos se entregan a excesos que les causan la fiebre y la muerte porque el espíritu deprava los sentidos y porque la voluntad todavía habla cuando la naturaleza se calla». La naturaleza no es pues nuestro código, y es en esta libertad, concebida como una facultad no para estar encerrado a priori en una esencia, en este caso en un programa natural, que reside en la posibilidad de la cultura y de la historia. Es porque son reglados por la naturaleza por los cual los animales no tienen historia. Las sociedades de abejas o de hormigas son las mismas hoy que hace dos mil años. Mucho más, el animal, la mayoría de las veces, pasa educativo. Bambi marcha algunos minutos después de su nacimiento, como las pequeñas tortugas que se encuentran solas y el instinto las lleva en dirección al océano salvador. Nuestros niños a menudo se quedan con nosotros más de veinte años... Doble historia la del hombre: de un lado el individuo, se nombra la educación, del otro lado la especie, cultura y política. Y el ideal moral, por supuesto, emancipándose de la naturaleza es como el ser humano se perfecciona, para ir hacia mejor. De ahí sus dos características fundamentales, la libertad y la perfectibilidad (historicidad). Los tratados, fundamentalmente de las morales modernas, dejan deducir que se fundan sobre la absolutización del humano como tal o, por lo menos, de la libertad en él. Para Luc Ferry (ibid.; p. 230), pertenece a Kant, pero también para los republicanos franceses que son tan próximos, les incumbirá deducir ambas consecuencias morales de esta nueva definición del hombre: la noción de virtud desinteresada y la de la universalidad. Es bastante fácil ver cómo emanan inmediatamente de la antropología rousseauniana. La acción verdaderamente moral, la acción verdaderamente «humana» ( es significativo que ambos términos tiendan a recortarse y que se diga, por ejemplo, sobre un gran crimen, que es "inhumano"), estará primero y ante todo lo que demuestra propio del hombre entender la libertad entendida como facultad para escapar de toda determinación por una esencialidad previa: mientras que mi naturaleza - ya que soy un animal – mi prioridad me empuja como toda naturaleza, al egoísmo (que es sólo una variante del instinto de conservación para mí y para los míos, incluso para la humanidad entera), tengo también, según la primera hipótesis de la moral laica, la posibilidad de apartarme de eso para actuar de modo desinteresado. Esta hipótesis no tendría ningún sentido, en efecto habría como lo propone la sociobiología, reducirla a la ilusión. En esta perspectiva laica de Luc Ferry, sin esta idea, la moralidad desaparecería. Si descubro, por ejemplo, que una persona que se muestra benévola y generosa conmigo con la esperanza de obtener una ventaja cualquiera que disimula (por ejemplo, una herencia), es claro que el valor moral que otorga a sus gestos se desvanece de un solo golpe. O todavía más: no le otorgo ningún valor moral particular al taxista que acepta encargarse de mí porque sé que lo hace, y es normal, por interés. En cambio, no puedo abstenerme de agradecer como si hubiera actuado moralmente, humanamente, sin interés particular, ya que tiene la amabilidad de ponerme el stop en un día de huelga. Estos ejemplos y todos los a los que se quieran añadir en el mismo sentido van hacia la misma idea: Con razón o sin ella (ese es otro debate), virtud y acción desinteresada son inseparables en el imaginario moderno y es solamente teniendo como base una antropología tal como la de Rousseau, en cuyo enlace toma sentido. Según esta concepción del Deber y de la Salvación, de Luc Ferry, vemos también cómo sobre esta primera vertiente la secularización de la moral cristiana integra también, al lado del pelagianismo, la herencia de Lutero: las obras humanas tienen valor moral sólo en la condición expresa de no ser secretamente destinadas a obtener una ventaja cualquiera que sea. Hay una gratuidad en la moral por lo menos tanto como en el arte. La segunda consecuencia de esta nueva antropología es el acento puesto sobre la universalidad a la que deben de referirse en principio las acciones morales. Una vez más, el lazo es claro: la naturaleza por definición, es particular. Soy hombre o mujer (lo que ya es una particularidad), tengo tal cuerpo, con sus gustos, sus pasiones, sus deseos que no son forzosamente (es una lítote) altruistas. Si sigo siempre mi naturaleza animal, es probable que el bien común y el interés general podrían esperar mucho tiempo antes de que me digne considerar solamente su existencia eventual (a menos, por supuesto, que recorten mis intereses particulares, por ejemplo, mi comodidad moral y personal). Pero si soy libre, si tengo la facultad para apartarme de las exigencias de mi naturaleza, para resistir por muy poco que sea, entonces, en esta misma desviación, puedo acercarme a otros para entrar en comunicación con ellos, y, por qué no, tomar en consideración sus propias exigencias. Con razón o sin ella, allí todavía dejo la cuestión indecisa, lo imaginario moderno va a fundar este altruismo, esta preocupación del interés general, sobre la hipótesis de la libertad humana. Libertad, virtud de la acción desinteresada, la preocupación del interés general: he aquí las tres palabras maestras que definen las morales del deber- del «deber», justamente, porque nos comandan una resistencia, incluso un combate contra la naturalidad o la animalidad que reside en nosotros. Todavía hace falta, percibir claramente que ello implica una rotura decisiva con las fundaciones religiosas tradicionales de la moral, en el que, también, nos fuerzan a reposar en términos nuevos la cuestión de la ética, y de la «salvación». Pierre Besses  



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