Revista Historia

El secreto de las sangrientas e invencibles espadas de Damasco

Por Ireneu @ireneuc

El secreto de las sangrientas e invencibles espadas de Damasco

Acero de Damasco.

El desarrollo de la industria siderúrgica durante la historia, ha estado íntimamente ligada al desarrollo de las armas de guerra. Resulta curioso comprobar como la extraordinaria afición del hombre a autoaniquilarse ha propiciado el descubrimiento y la creación de infinidad de técnicas que, de otra manera, no se habrían llegado a producir y la siderurgia, sin duda, es una de ellas.  Espadas, lanzas, hachas, mazas... han sido históricamente el motor de desarrollo de la industria de los metales, en búsqueda de aquella arma que matara más y mejor que las demás. Sin embargo, el hecho que se dominara una técnica no implica que se conociera el porqué funcionaba, tal era el caso de las espadas de Damasco, las cuales, tenían unas características impresionantes que las hacía temibles. ¿El inconveniente? Que algunos herreros pensaban que su fuerza provenía de ser templadas a base de clavarlas al rojo vivo en el cuerpo de prisioneros.

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Las Cruzadas

Durante las Cruzadas, los caballeros cristianos que luchaban contra las huestes sarracenas por el control de Tierra Santa se encontraron frente a frente con un tipo de espadas que nada tenían que ver con las europeas. Estas espadas, veteadas, al contrario de las brillantes y bruñidas espadas cristianas, tenían una dureza y una resistencia que -según las crónicas- las hacían capaces de cortar un velo de seda en el aire y a la vez de cortar una piedra sin perder su filo. Estas espadas, llamadas espadas de Damasco porque las fabricaban herreros en la actual capital de Siria, fascinaron a los herreros cristianos, los cuales intentaron copiarlas sin éxito, debido a que los herreros mantenían un férreo secreto sobre la particular técnica utilizada con aquellas espadas.
Este misterio desató toda serie de especulaciones sobre cual era el secreto de la construcción de semejantes portentos de la ingeniería "espadil".

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Herreros sirios (1900)

Una de las leyendas que corrían de boca en boca era que estas espadas, una vez forjadas al rojo vivo, se templaban introduciéndolas en el cuerpo de prisioneros musculados para, de esta forma, tomar el valor de ellos y crear las temidas espadas de Damasco. Ya fuera una simple leyenda o fuese una media verdad con la cual meter miedo al enemigo (aunque alguna "judiada" sufrieran algunos prisioneros a cuenta del acero damasquino, era imposible que toda la producción de Oriente Medio desde el año 900 a 1700 fuese a base de esclavos), la realidad era que ni unos ni otros sabían la razón por la cual salían aquellas espadas. Y más cuando, a partir de 1700, los últimos herreros que conocían la técnica real mueren y, con ellos, se pierde la memoria del acero de Damasco.

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Detalle de una espada

Siglos después, a finales del siglo XX, con el desarrollo de la investigación científica relacionada con la cristalografía y la metalurgia, diversas universidades -entre ellas la Complutense de Madrid- dedicaron sus esfuerzos a intentar descifrar la técnica secreta que los herreros de Persia y Oriente Medio utilizaban para hacer las espadas damasquinas. 

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Daga

Si bien no consiguieron reproducir exactamente el mismo proceso, los investigadores llegaron, siguiendo vías diferentes, a recrear las condiciones que pudieran haber actuado sobre el acero sin igual de aquellas antiguas espadas. Eso sí, llegaron a la conclusión de que aquellos herreros, con sus rudimentarios conocimientos, habían conseguido producir un acero superplástico el cual, de no saber que se había forjado en la Edad Media, perfectamente podría pasar por uno de última generación.
Según parece, el proceso de las espadas de Damasco empezaba en las fundiciones que habían en el sur de la India y en Sri Lanka. Aquí, los fundidores mezclaban el mineral de hierro con madera, hojas y carbón en hornos que eran ventilados desde abajo -se comenta que aprovechaban el viento de los monzones- hasta que alcanzaban la temperatura de 1.200 grados.

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Fabricación del wootz

En este punto, el mineral se fundía y combinaba con el carbono suministrado por los materiales de combustión, dando como resultado un hierro colado de una cierta esponjosidad, pero frágil debido al alto contenido en carbono. Posteriormente, se machacaba y se volvía a fundir formando una serie de pastillas del estilo de las pastillas de hockey y se las dejaba enfriar lentamente. Estos discos, llamados wootz o pasta, eran exportados a Persia y a los países del Oriente Medio, donde servían de materia prima para la forja de todo tipo de armas, entre ellas las espadas.

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Forjado a partir del wootz

Una vez llegado a destino, los herreros calentaban el wootz hasta los 650 u 850ºC a ojo (se guiaban por el color púrpura que tomaba el hierro candente) y procedían a darle forma a martillazos. Una vez conseguida la forma, se metía súbitamente en agua y la espada tomaba de golpe la dureza y resistencia características.

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Proceso de templado

Más allá de la técnica repetida hasta la saciedad, lo que los herreros desconocían era que, al partir de un hierro muy rico en carbono, una temperatura relativamente baja de forja era propicia para que la estructura interna del hierro admitiese el máximo carbono posible y adquiriera sus características propias. Ello hacía que, al ocupar al máximo los espacios intersticiales de los cristales, las impurezas de otros metales como el wolframio (ver El wolframio o la batalla perdida por la química española) que pudiera haber en el hierro, se disponían en capas alrededor de los cristales, las cuales eran mezcladas en el momento que se forjaban, dando como resultado el veteado característico.

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Herrero actual en su forja

Los cristianos, por su parte, estaban acostumbrados a trabajar con aceros con bajo contenido en carbono, lo que significaba que necesitaban temperaturas de trabajo que alcanzaban los 1.200 ºC. En estas circunstancias el wootz original, al ser de alto contenido en carbono, reaccionaba diferente de lo que lo haría un acero con menos carbono, convirtiéndose, a pesar del templado -el cual incluso repetía el macabro proceso con el consiguiente esclavo- en un acero muy frágil que se rompía a las primeras de cambio. Ello hacía infructuosos todos los intentos de repetir aquellas espadas magníficas.

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Mineral de hierro

De esta forma, ignorantes tanto unos como otros de la química que actuaba en la producción del acero damasquinado, lo único que los diferenciaba es que unos acertaban en la temperatura de forjado adecuado para el hierro base que trabajaban y otros no.
Sea como sea, la leyenda de las espadas de Damasco trascendieron las fronteras y los siglos, en un claro ejemplo de que, el hombre, en lo que se trata de rebanarse el gañote mejor que el otro, no tiene límites.
...y en ello continúa.

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Vetas del acero de Damasco


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