Revista Cine

El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2.009)

Publicado el 09 abril 2011 por Rugoleor @rugoleor

El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2.009)

S/C

 

Estadísticas:

Crítica: 8,200 Público: 8,467 España: S/C Rugoleor: S/C

Espectadores: 1.023.583 Recaudación: 6.245.316,47 € Visitas: 0 Popularidad: 0,00%

 

Ficha:

Título original: El secreto de sus ojos

Director: Juan José Campanella

Guionistas: Eduardo Sacheri, Juan José Campanella

Intérpretes: Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Pablo Rago, Javier Godino, José Luis Gioia, Mario Alarcón, Mariano Argento, Ricardo Cerone, David Di Nápoli

Productores: Mariela Besuievski, Juan José Campanella, Gerardo Herrero, Vanessa Ragone

Fotografía: Félix Monti

Música: Federico Jusid, Emilio Kauderer

Montaje: Juan José Campanella

Nacionalidad: Argentina, España

Año: 2.009

Duración: 128 minutos

Edad: 7 años

Género: Crimen, Drama, Misterio, Romántica, Suspense

Distribuidora: Alta Classics, S. L. Unipersonal

Estreno: 25-09-2009

WEB Oficial: http://www.elsecretodesusojos.es/

 

Sinopsis:

Benjamín Espósito ha trabajado toda la vida como empleado en un Juzgado Penal. Ahora acaba de jubilarse, y para ocupar sus horas libres decide escribir una novela. No se propone imaginar una historia inventada. No la necesita. Dispone, en su propio pasado como funcionario judicial, de una historia real conmovedora y trágica, de la que ha sido testigo privilegiado. Corre el año 1.974, y a su Juzgado se le encomienda la investigación sobre la violación y el asesinato de una mujer hermosa y joven. Espósito asiste a la escena del crimen, es testigo del ultraje y la violencia sufrida por esa muchacha. Conoce a Ricardo Morales, quien se ha casado con ella poco tiempo antes y la adora con toda su alma. Compadecido en su dolor, Espósito intentará ayudarlo a encontrar al culpable, aunque para ello deba remar contra la torpe inercia de los Tribunales y la Policía. Cuenta con la inestimable colaboración de Sandoval, uno de sus empleados y a la vez su amigo personal, que escapa a los rutinarios límites de su existencia emborrachándose de cuando en cuando, hasta perder la conciencia. Cuenta también con Irene, su jefa inmediata, la secretaria del Juzgado, de la que se siente profunda, secreta e inútilmente enamorado. La búsqueda del culpable será cualquier cosa menos sencilla. No han quedado rastros en el lugar del crimen, y Espósito deberá avanzar a través de corazonadas y conjeturas. Por añadidura, la Argentina de 1.974 no es un escenario pacífico. La violencia, el odio, la venganza y la muerte encuentran un terreno propicio para enseñorearse de las vidas y los destinos de las personas. En ese marco cada vez más hostil, cada vez más oscuro, la tarea de Espósito terminará por mezclarse hasta el fondo con esa violencia monstruosa y creciente. Ya no será un testigo privilegiado, sino un protagonista involuntario cada vez más cerca del peligro. Pero no sólo es ese joven Espósito de 1.974 el que se ve arrastrado por la tempestad de los hechos. También ese otro Espósito, el del presente, ese viejo con pretensiones de escritor, se verá sumido en una tempestad que lo pondrá a la deriva. Porque Espósito ha puesto en marcha la máquina atroz de la memoria, ha aceptado ventilar y revivir todos sus recuerdos. Y esos recuerdos no son inocentes, no son neutrales, no son asépticos. Espósito escribe, y al escribir revive, y en el pasado que se levanta ante sus ojos se yerguen también todos sus fantasmas: sus decisiones, sus confusiones, sus irreparables equivocaciones. A medida que avance, Espósito entenderá que ya es tarde para detenerse. Narrar el pasado dejará de ser un simple pasatiempo para llenar las horas muertas de sus días. Será el camino estrecho y sinuoso que deberá recorrer para entender y justificar su propia vida, para darle sentido a los años que le queden por vivir, para enfrentarse de una vez por todas a esa mujer de la que, treinta años después, sigue enamorado.

Comentario:

Juan José Campanella cambia de tercio y se alía con el novelista Eduardo Sacheri para contar una historia un poco más negra donde la nostalgia y el amor siguen de cuerpo presente. Su actor fetiche Ricardo Darín acaba aquí de jubilarse de un empleo en el juzgado y decide escribir una novela que le traerá el pasado de vuelta. Todo gira en torno a un crimen, acontecido en 1.975, y el amor secreto que sentía por su jefa de entonces, una atractiva Soledad Villamil.

Crítica:

27.09.2009 – JOSU EGUREN

Los trenes de la memoria

Si el realizador coreano Bong Joon-ho le hubiese colocado un apéndice amoroso a su magistral “Crónica de un asesino en serie” muchos hubiésemos torcido el gesto. El suyo era un sólido ‘thriller ambientado’ en la Corea dictatorial, con tintes tragicómicos y un final inusualmente abierto; pero Campanella se atreve a obrar ese pequeño milagro cinematográfico, cocinando una historia de amor, atemporal, que le mira a los ojos a un apasionante ‘thriller’ detectivesco.

Para sorpresa de muchos, las millas televisivas que ha recorrido el padrino de “El hijo de la novia” nos han devuelto a un realizador maduro, de hechuras clásicas, que no acarrea las maletas cargadas de sensiblería azucarada que caracterizaron sus primeras obras. Campanella, en su versión rigurosa, se alía con Ricardo Darín para adaptar la novela homónima de Eduardo Sacheri, un espléndido relato desde el que parten varios trenes que se cruzan en la memoria.

No sorprende la brillante locuacidad de sus personajes, ni el oficio del actor porteño, ni tan siquiera la minuciosa rigurosidad de la puesta en escena, lo asombroso es que una película con tal propensión genética a dilatarse sea capaz de resolver tantos conflictos a tiempo. Es cierto que a la cinta le sobran minutos, quizá 20, pero el metraje extendido no la debilita, la hace más densa. En cualquier caso, un director que resume de manera tan concisa los años de la dictadura argentina merece algún tipo de reconocimiento. Campanella maneja un único tema, lo aquilata y lo desdobla, otorgando la ración justa a cada uno de sus personajes; y ese tema es el pasado, una losa que marca el futuro de aquellos que no son capaces de resolverlo. El argentino mira hacia atrás sin ira, como Soledad Villamil, su Irene, pero la suya no es un apología del olvido, sino un toque de atención para quienes se laceran con los cristales rotos de la memoria.

En resumen, una estupenda película que producirá la envidia instantánea de otras cinematografías latinas ajenas.


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