Revista Ciencia

El síndrome de heróstrato. apuntes para una filosofía personal de la historia

Publicado el 11 marzo 2010 por Jesuszamorabonilla

Durante la carrera, creo que no tuve ninguna asignatura más aburrida que la de "Filosofía de la Historia", pero luego me he arrepentido de no saber un poco más sobre el tema, ya que la historia es un asunto que me apasiona, y da para mucha reflexión filosófica interesante (aunque la mayoría de los paradigmas dominantes sobre el tema, de la línea hegeliana, son un tostón).
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Así que dedicaré una serie de entradas (contingentes, por supuesto, como la historia misma) a hacer filosofía de la historia.
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Por de pronto, presentaré al antihéroe de esta historia, o sea de esta serie de entradas. No podía ser otro que el bueno de Heróstrato (en castellano se suele trasliterar sin la hache, pero no se por qué quitársela). Como muchos sabréis, la fama de este personaje se debe a que, la noche del 21 de julio del 356 a.C., incendió una de las siete maravillas del mundo antiguo, el Artemision de Éfeso (un templo parecido al Partenón, pero el doble de grande). Bajo tortura, confesó que el motivo de su "hazaña" había sido el alcanzar fama imperecedera. Artajerjes, rey de Persia bajo cuyo dominio estaba la ciudad en aquellos tiempos, ordenó, asustado por las admoniciones de sus adivinos de que la destrucción era el símbolo de una gran catástrofe para su reino, que nadie pronunciara jamás el nombre del pirómano. Y quizá el persa hubiera conseguido su propósito de condenar a Heróstrato al olvido absoluto en el que reposa eternamente la inmensa mayoría de la humanidad, de no ser porque esa misma noche, al otro lado del Egeo, nació un niño que sólo un par de décadas después acabaría con el imperio persa. Efectivamente, Alejandro el Grande nació el mismo día que fue quemado el templo de Diana (perdón, Artemisa, la de múltiples pechos) por el pastor Heróstrato (aunque lo de pastor no está del todo claro).
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.Así que mi reflexión sobre la historia comienza con la consideración de ésta como un territorio en el que penetrar, o como un club al que pertenecer. "Que la gente te recuerde mucho tiempo después de que hayas muerto". ¡Vaya estúpido propósito!, ¿no? ¿Qué puedes ganar por ello? Naturalmente, si hay un más allá con un agujerito para que puedas mirar tu antiguo mundo y ver cómo la gente habla de ti, tal vez tenga sentido. Pero el caso es que incluso muchos de los que no creen, o creemos, en una vida ultraterrena, experimentan como una intensa motivación el conseguir que las generaciones futuras se acuerden de ellos..La historia es, pues (entre otras cosas), lo que se recuerda (o se cree que se recuerda; gran parte es un invento) en el futuro. ¿Y por qué puede merecer la pena grabar el propio nombre en ese sutil material del recuerdo?.Enrólate en el Otto Neurath

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