Revista Cultura y Ocio

El síndrome de Rosalía

Publicado el 25 septiembre 2017 por Sofiatura

El síndrome de RosalíaDe Rosalía de Castro dicen que fue una mujer taciturna, depresiva, melancólica. Sufría una enfermedad del alma que la mantenía en un estado de continua aflicción y ojos alicaídos que se convirtieron en un símbolo característico de la literatura gallega. Quién sabe si dicho sentimiento, mezclado con la frustración de una pluma que, por femenina, no podía escribir libremente, fue el que despertó su inspiración más profunda, sus negras sombras que la perseguían allá a donde iba. 
Pero no es que Rosalía fuese una mujer triste, simplemente. Lo que acuciaba a la escritora gallega era en realidad un miedo terrible a la felicidad. Pensaba, ahogada por el peso de la melancolía, que los momentos de regocijo tendrían consecuencias nocivas garantizadas. Que una sonrisa se pagaría más tarde con cientos de lágrimas, que la alegría traería detrás de sí un castigo doloroso por haber osado traspasar los márgenes grises de la tristeza. De este modo, Rosalía vivía presa de una pescadilla que se mordía una cola cargada de perpetua amargura. 
A pesar de ser una mujer también combativa y de ideas fuertes -aspecto del que se habla menos de lo debido-, la poetisa se vio despojada de su derecho a ser feliz por ese síndrome apesadumbrado que la acompañó durante la mayor parte de su vida.
Recuerdo lo sorprendida que quedé al enterarme en aquella clase de literatura de ese "Complejo de Polícrates" del que supuestamente era víctima. Tal vez la ingenuidad de la adolescencia me hizo pensar entonces que Rosalía se amargaba la existencia porque quería, la pobre. 
Sin embargo, con el tiempo empecé a entender que había juzgado muy dura e injustamente a la escritora. Porque, mirándolo fríamente, El síndrome de Rosalía es un mal mucho más común de lo que parece. Cuántas veces esa enfermedad se manifiesta de manera tal vez volátil o efímera, pero reincidente, en esos momentos en los que sospechas que la alegría y la tranquilidad pueden preceder alguna tormenta. Esas ocasiones en las que dejas de disfrutar, en las que te empeñas en acortar la felicidad con dosis de absurda preocupación, de problemas inventados y de sufrimientos voluntarios.
Nadie le teme a ser feliz, al menos en principio. Pero lo extraño del caso es que con frecuencia me he sorprendido a mí misma acelerándome hacia ese abismo de sospechas porque todo va bien, a ese temor a que lo bueno esconda algo malo justo después. No obstante, a Rosalía hay que perdonarle el absurdo de su enfermedad. A los demás, creo yo, nos sobran pastillas de carpe diem como para permitirnos el lujo de asustarnos por la infelicidad tanto tiempo antes de que llegue, si es que llega. 

Publicado el 25/9/2017 



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