Soñé con un insomnio en flor, con mis huellas hechas abrojos, con un suspiro huyendo del dolor y pétalos secándose en mis ojos. La noche tenía dientes y la luna había tropezado. “Dime, ¿qué sientes?” me susurraba un vacío alado. “Ceniza y fuego” respondí aullando y luego… luego escuché al silencio llorando.
Soñé con latidos disueltos en sangre, con amores que van a la guerra, ilusiones muriendo de hambre y la luz de un ángel cayendo en la tierra. Las risas eran truenos y las miradas eran rayos. “¿Dónde están los buenos?” gritaban los malos.
Soñé que te ibas, o yo me iba, pero que habitabas mis heridas durante toda una vida. Éramos de papel, un libro, lleno de llagas y cicatrices, titulado “Ya no te escribo”, donde se tachaba lo que ya no me dices.
Soñé con jardines con césped de metal. No había rosas, sino balas, una atmósfera letal y mariposas con óxido en las alas. Un estanque de llanto, congelado por el invierno, y la dulzura y su quebranto ardiendo en las llamas del infierno.
Y me desperté sudada y me levanté hasta los cojones, sin ganas de nada… sin sueños, sin ilusiones.
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