Revista Cultura y Ocio

El tapón del tito

Publicado el 16 enero 2018 por Elarien
El tapón del tito Este post también se podría titular ¿le interesa a alguien una historia sobre un tapón de cera? Al parecer al Catedrático sí y es el culpable de que esto esté aquí. En fin, dicen que lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta...
Hace unas semanas me llamó la Señora para preguntarme cuándo sería buena fecha para que viniesen los titos a la consulta. El problema era que a la tita le habían quitado un tapón de cera en su Centro de Salud y la operación había resultado algo traumática. Con el primer jeringazo de agua había sangrado así que, no contentos con el resultado, decidieron meterle un segundo jeringazo, esta vez con agua oxigenada, para solucionarlo. La tita vio las estrellas, todas, desde el Big Bang. El oído es muy sensible, la piel del conducto no tiene tejido subcutáneo y está pegada al cartílago y al hueso, por eso cuando se lesiona o se inflama duele mucho. No es de extrañar que a mi tía no le apeteciese regresar a una revisión. Lo de menos era el viaje a Madrid, si había que tocarle los oídos, mejor que lo hiciera su sobrina.
Salvo en vacaciones, suelo estar en el hospital todas las mañanas, así que le dije a mi madre que cualquier día era bueno, el día de quirófano siempre es más complicado, pero incluso ahí, entre paciente y paciente, se puede sacar un hueco. Optaron por venir un día de consulta, así todo era más fácil.
Llegaron a media mañana acompañados de una caja de dulces de Guarromán (alemanes de hojaldre y crema y sultanas de coco que en Guarromán hacen como nadie, una nube jugosa de merengue, azúcar y coco natural que es puro maná). Senté a mi tía en el sillón de exploración y le miré el oído con el microscopio. Salvo restos de costra, estaba todo en orden.
La Señora también quería que le mirase una cosa del cuello, así que fue la siguiente. Para no ser menos, mi tío me pidió que, ya puestos, por qué no le echaba un ojo también a él. Lo senté y descubrí, no sin sorpresa, unos hermosísimos tapones en sus oídos, duros y al fondo del conducto, unos tapones para poner a prueba la habilidad de cualquier otorrino. ¿No había notado que no oía bien? Pues no, la audición no le preocupaba, aunque en un reciente viaje en avión, los oídos le habían dado un poco de guerra. Lo raro es que no le hubiesen dado más, aquello se presentaba como una auténtica batalla. Esos tapones no iban a salir con un jeringazo y para evitar heridas tendría que sacarlos poco a poco, con tanto cuidado como paciencia (entre las prácticas de la Medicina está el entrenar la paciencia).
Lo primero es hacer hueco para introducir el instrumental, aunque sea una fisura, y para eso hay que despegar la cera de la piel, eso sí, sin rozarla. Una de las armas de las que me valgo para extraer el cerumen más pegado es el spray de anestesia que, no solo duerme el conducto, sino que tiene la virtud añadida de ablandar y fragmentar la cera. A veces la limpieza de oídos es casi una cirugía, es un procedimiento por etapas: spray, espera (para que haga efecto), aspiración (para sacar el líquido y un poco del tapón) y pinza o ganchito (para tirar de lo que se deje) y repetir, repetir y repetir hasta limpiarlo todo. El aspirador en el oído hace un ruido infernal y conviene avisarlo. La anestesia no hace efecto por detrás del tapón, así que hay que pulverizar y esperar cada vez.  Cuánto más cerca del tímpano, más duele, pero menos conviene que se mueva el paciente. Por si esto fuera poco, tanto la anestesia como el cambio de presiones pueden provocar mareo, e incluso vértigo, y eso de que la habitación gire es toda una experiencia que nadie desea repetir.
Una vez limpio el primer oído, sin incidencias reseñables, miro el otro. ¡Está aún peor! El tapón no deja ni un resquicio por donde empezar la manipulación. Lo rocío bien con el spray. La mayoría de los conductos de adulto hacen un recodo que obliga a sacar por trozos el cerumen acumulado más allá, y que con frecuencia se atasca en ese cuello de botella. El del tito no es una excepción. Está bien metido y detrás de cada pedacito sigo sin ver la luz (el brillo del tímpano). Una parte ha hecho un bloque como una piedra de duro que se ha acomodado en el recoveco de la curva y se resiste a salir de allí. Cuando sucede eso, sacarlo es como un parto, sin posibilidad de cesárea. Aspirador, ganchito, pinzas, otoscopio... Parece que sale, ¡no!, se atasca, faltan manos, cambio de instrumento y el monolito aprovecha para soltarse y volver a su sitio, al fondo, junto al tímpano. Con algunos tapones se suda, con el del tito no llego a esos extremos aunque puede que se deba a que en la calle hace un frío que pela y la temperatura de la consulta pide un jersey. En uno de los giros, consigo enganchar el trozo, aplico la maniobra del sacacorchos, tirar y girar, sin movimientos bruscos, y ¡al fin! lo extraigo todo.
Si antes de empezar me hacía falta glucosa, al terminar me lanzo a la caja de dulces y cojo una sultana. La parto con mi auxiliar, que le hace la misma o más falta que a mí. La pobre ha estado a mi lado, a pie quieto, pendiente de mis movimientos para ponerme en la mano el instrumental. ¡Pobre!, al menos yo opero sentada.


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