Revista Opinión
Deambuló por el largo vestíbulo de la estación con la parsimonia del que espera la hora de salida. Se entretuvo prestando oídos a los mensajes por megafonía que anunciaban la partida o llegada de los trenes. Caminó hacia el andén donde el convoy aguardaba a los últimos pasajeros. Llegó hasta el tercer vagón y esperó. Se sentía como si acabara de perpetrar un crimen y necesitara escapar. Respiró profundo, como un par de horas antes frente a la ventanilla del banco, y subió. Dos cosas le preocupaban en esos momentos: pagar el billete y deshacerse de la pistola.