Revista Cultura y Ocio

El tiempo encontrado

Publicado el 27 julio 2015 por María Bertoni
Tras su paso por el 16º FICDH, el documental de Poncet y Burd se estrenó el jueves pasado en el cine Gaumont.

Tras exhibirse en el 16º FICDH, el documental de Poncet y Burd se estrenó el jueves pasado en el cine Gaumont.

Aunque ningún Gobierno cambió el preámbulo de nuestra Constitución Nacional, aunque este texto decimonónico sigue dándoles la bienvenida “a todos los hombres del mundo” que quieran habitar nuestro suelo, son muchos los argentinos ofuscados con los nuevos flujos migratorios que atentan contra la conformación de nuestra población (“de origen europeo” se empecinan en aclarar). Las procedencias boliviana, peruana, paraguaya exacerban las expresiones xenófobas basadas en dos grandes prejuicios: el primero -más bien universal- determina la peligrosidad del extranjero según la cantidad de kilómetros que recorre cuando abandona su tierra natal (a menor distancia, mayor capacidad de daño); el segundo -más bien regional- remite al complejo de superioridad argento con respecto a sus vecinos (bolitas, paraguas, perucas encabezan la lista).

Vale describir esta realidad antes de reseñar el valioso largometraje de Eva Poncet y Marcelo Burd, El tiempo encontrado, que gira en torno a tres inmigrantes bolivianos radicados en la localidad bonaerense de Florencio Varela, y que de este modo humaniza el fenómeno migratorio despreciado e incluso demonizado por tantos argentinos. El film de (casi) una hora y media desembarcó el jueves pasado en el cine Gaumont luego de haber participado del 16º Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos. Ojalá a estas exhibiciones les siguiera(n) otra(s) en algún canal de televisión.

Darío Rejas, Berta Choque, Edwin Mamani se llaman los protagonistas de este “documental de observación”, como suele definirse a las semblanzas cinematográficas libres de entrevistas y de otras intervenciones explícitas de autor. La cámara los acompaña en sus quehaceres diarios; nunca es invasiva; admite que se haga evidente su presencia a partir de la mirada -sin querer delatora- de algunas de las personas retratadas.

El de Burd y Poncet es un trabajo sin marcas de intencionalidad evidente. No hay parlamentos inducidos ni otros subrayados narrativos y estéticos. Los espectadores tenemos la sensación de estar viendo una realidad que nuestra opinión pública suele desconocer. A lo sumo reconocemos la calidad de una fotografía que ilumina la fábrica de ladrillos, las plantaciones de tomates, los terrenos donde prospera el sueño del hogar propio y la vida digna.

Con absoluto respeto por esos nuevos otros que enriquecen nuestro ADN nacional e invitan a repensar la noción de un nosotros social, los realizadores muestran los entretelones del encuentro con un tiempo -con un presente- que parece sanar las heridas del destierro. Se trata de un fenómeno silencioso, progresivo, sereno que desarticula prejuicios y le devuelve vigencia al propósito inclusivo de nuestro preámbulo constitucional.

El contexto hostil, mencionado al principio de esta reseña, se cuela apenas en el film. Son pequeños indicios, por ejemplo cuando Darío les pide no tener miedo ni vergüenza a sus compatriotas, vecinos y miembros de la cooperativa que representa, o en el diálogo por momentos forzado entre Berta y la psicóloga de un hospital.


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