Revista Cultura y Ocio

El tiempo que nos vive

Publicado el 23 octubre 2014 por Rubencastillo
El tiempo que nos vive
Sobre un grande de las letras no se puede ejercer el vituperio de la desmemoria. Y Salvador García Aguilar es uno de nuestros más grandes y exquisitos prosistas, por lo cual todos los reconocimientos que se le tributen siempre serán merecidos y loables. El modo en que lo hizo la Editora Regional de Murcia fue estupendo: publicar una voluminosa trilogía de novelas (Sonata a una puesta de sol, Sonata a un crepúsculo y Sonata de la medianoche) que, incluso reduciendo el tamaño de la letra y estrechando el interlineado, se acerca al medio millar de páginas. Todo un reto para los lectores que, sin embargo, harán bien en sumergirse en este oceánico magma de palabras y sentimientos, pues descubrirán en él las magias inequívocas de este escritor.Salvador García Aguilar vuelve aquí al pueblo de Diosondo, y nos pone ante los ojos la ebullición de unos personajes que, sucediéndose en el tiempo, tejen con sus vivires, esperanzas, triunfos y decepciones la médula de un largo torrente narrativo. Ahí está Leontino Escarabajosa, gacetillero sin recursos y al que la suerte sonríe con ademán sarcástico; o Pepe Canela, un riquísimo exportador de frutas, que se abisma en componendas empresariales y políticas; o Alonso Carrobles, prófugo de un convento en momentos difíciles y luego atormentado en su ancianidad por esa deserción. Pero sin duda habremos de fijarnos sobre todo en las mujeres para llegar a lo más sorprendente y denso de la novela, y que podríamos cifrar en tres nombres: Ester (personaje que hubiera firmado Rómulo Gallegos), Gloria (que parece surgida de la pluma de José Luis Castillo-Puche) y Cristina Grutwig (que recuerda el vigor de las más sinuosas féminas de Arturo Pérez-Reverte).
Pero no solamente en el trazados de los personajes encontramos la magnitud ciclópea de este escritor, sino también en las descripciones (eso fusilamiento de las páginas 202-203) y en la música de la sintaxis (ríspida cuando tiene que serlo; fluida cuando así lo exige la situación; atinada siempre). Si es verdad que una gran obra es aquella que admite relecturas, podemos afirmar sin temor a la hipérbole que nos encontramos ante una de ellas. Salvador García Aguilar, desde la calma y la sabiduría de su taller de palabras, nos regala en estas obras un volumen para el deleite y la reflexión.

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