Revista Arte

¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte?

Por Artepoesia
¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte? ¿El Todo tiene más o menos realidad, o más o menos valor, que la Parte?
La Filosofía se encargó ya de dilucidar esta cuestión. El pensador alemán Hegel (1770-1831) afirmaba que nada es última y completamente real, salvo el todo. ¿Hay más realidad y más valor en un todo que en sus partes?, se preguntaba el filósofo. A ésto Hegel respondía que sí. Y argumentaba que, el carácter de cualquier parte es afectada tan profundamente por las relaciones con las otras partes y con el todo, que no puede hacerse ninguna lectura verdadera respecto a ninguna parte, salvo asignándole su lugar en el todo. Por tanto, continuaba el filósofo alemán, no hay nada más verdad que la verdad total, por ello, no hay nada más real que la realidad del todo, pues cada parte, cuando está aislada, cambia su carácter y no aparece ya del todo como verdaderamente es. Por ello, cuando se mira una parte en relación con el todo se ve que no subsiste por sí misma, y que es incapaz de existir, salvo como parte de aquel todo, que es lo único verdaderamente real.
De las dos variables universales más significativas de nuestro mundo, el tiempo y el espacio, la primera es la única que no existe en el Arte. Por la propia substancia de lo que es el Arte, el tiempo no tiene ningún sentido en éste, es más, no puede existir si para ello el Arte debe hacerlo. La imagen aquí, en el instante representado, está permanentemente fijada, agotada temporalmente, vacía en este sentido. Sin embargo la otra variable, el espacio, sí desarrolla en el Arte ya toda su realidad, toda su razón de ser. Sin espacio no hay Arte. Éste condiciona así, por completo, la totalidad de lo creado en un lienzo. Ahora no se trata de parte del espacio lo que el autor compila en un cuadro, no, ahora es el único universo que existe el que se refleja entre sus límites. No hay comparación con otro espacio, no hay referencias ni relación, sólo hay un único y delimitado espacio, lo único que en ese universo, el creado ahora por el pintor, existe exclusivamente. 
Pero, ¿y dentro del mismo, existen otros espacios en relación con el global? Si es el único espacio, dentro de él deben haber otros mundos, otras referencias ajenas al mismo, otras relaciones de espacio, ¿o no? Sin embargo, en el espacio creativo todo esto se transforma, no hay elementos superfluos ya aquí, como lo pueden haber en cualquier otra visión de otro espacio, por ejemplo, como en la fotográfica sin encuadrar. Porque es eso, el encuadre, lo que determina así mismo el espacio artístico. Pero, a diferencia de lo contingente fotográfico, el pintor sitúa sólo ahora los elementos que le hacen exigir el sentido final de lo que quiere transmitir. Básicamente esto es el Arte, ésto en su más lograda y perfectible expresión. Y es por ello que, a pesar de ser un espacio exclusivo, el único existente, no dispone de partes aleatorias, vagas, inconexas, sin sentido ya, en el total de su extensión. Una parte desgarrada de ese espacio no participa ahora de aquél universo creativo, ahora ya es otro espacio único éste, y por ello, desde el sentido propio de la creación, ya no tiene existencia como tal, ya no es más que un elemento aislado, disforme, indefinido, sin referencia, sin vida creativa. 
La parte, por tanto, no tiene razón de por sí dentro de la narración creativa, aunque mantenga ciertos rasgos de belleza, soltura, textura y algunos matices de la obra en sí. Es como en aquella fábula del elefante, que una versión de la secta jainista de la India nos cuenta:  En una ocasión un rey les llegó a pedir a seis ciegos que relataran cómo era un elefante, aunque esto sólo podían hacerlo a través de la palpación de sus dedos. Así que uno de ellos, el que le tocó una de sus patas, dijo entonces que el elefante era como un pilar; el que le tocó su cola dijo que era como una cuerda; el que tocó la trompa, que era como una rama de un árbol; el que le tocó la oreja, que era como un abanico, y así. El sabio rey al final les explicó: todos ustedes están en lo cierto. Cada una de esas partes diferentes son así, como describen cada uno, es por ello que el elefante participa de todas y cada una de las características de esas partes que tocaron. Pero, no es el elefante.
(Detalle de la obra del pintor francés Alexandre Cabanel, El Nacimiento de Venus; Detalle más amplio del mismo lienzo de Cabanel; Lienzo El Nacimiento de Venus, 1863, del pintor Alexandre Cabanel, Museo de Orsay, París; Cuadro restaurado por el Museo del Prado, El vino en la fiesta de San Martín, 1568, del pintor flamenco Pieter Brueghel el viejo, Prado, Madrid; Detalle del cuadro El vino en la fiesta de San Martín, 1568, del mismo autor; Detalle del cuadro La Muerte de Sardanápalo, 1828, de Eugène Delacroix; Óleo La Muerte de Sardanápalo, 1828, Eugène Delacroix, Museo del Louvre, París.)


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