Revista Cultura y Ocio

El traductor, por Salvador Benesdra

Publicado el 01 diciembre 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
El traductor, por Salvador BenesdraEditorial Eterna Cadencia. 670 páginas. Primera edición de 1996, esta de 2012. Prólogo de Elvio E. Gandolfo.
En una conversación sobre literatura argentina con Federico Guzmán surgió por primera vez el nombre, para mí desconocido hasta entonces, de Salvador Benesdra (Buenos Aires, 1952-1996). La literatura argentina cuenta con grandes cuentistas, pero, me interrogaba Federico, ¿cuál es la mejor novela argentina? Yo opinaba que alguna de Juan José Saer, seguramente Glosa o La grande, por ejemplo; y él apuntaba que su favorita era El traductor de Salvador Benesdra. A mí me resultaba extraño: ¿es posible que la mejor novela argentina no se haya publicado en España?, me decía. Nos llegan muchos novelistas de Argentina, y precisamente el mejor es desconocido... Ahora que por fin he podido acercarme a El traductor no estoy seguro de poder afirmar que ésta es la mejor novela argentina, pero desde luego es una de las mejores que se han escrito en ese país (o al menos de lo que yo conozco, que obviamente no es todo) y, posiblemente, una de las mejores novelas en lengua española de las tres últimas décadas.
Salvador Benesdra sólo escribió esta novela y un libro de autoayuda; ninguno de los dos los vio publicados en vida. El 2 de enero de 1996 decidió suicidarse: se arrojó a la calle desde su apartamento, un décimo piso. Como cuenta en el prólogo, el escritor y crítico Elvio E. Gandolfo se encontró con esta novela cuando en 1995 formaba parte del jurado del premio Planeta Argentina. Tras leer las primeras páginas, Gandolfo ya sabía que se hallaba ante una obra especial: “Esto es genial de verdad. No lo van a premiar ni en broma”, escribe. La novela quedó entre las finalistas del Planeta Argentina porque lectores como Gandolfo u Osvaldo Aguirre la recomendaron y la defendieron de cara a la deliberación final; pero (lógicamente) no se premió. Era demasiado literaria para un premio tan comercial. No es El traductor una novela de lectura fácil ni, debido a su temática torturada y en ocasiones ensayística, puede gustarle a un público mayoritario. Es decir, si se premiaba una novela como ésta no se iba a recuperar la inversión “ni en broma”. El traductor se publicó en 1995 gracias al dinero de una beca que solicitó para el libro el propio Gandolfo, y gracias a las aportaciones de los familiares de Benesdra. Durante las dos semanas que he tardado en leerla he intercambiado unos cuantos correos con Gandolfo, al que conozco gracias al blog. En uno de ellos le preguntaba si sabía cuántos ejemplares del libro se habían publicado originalmente en Ediciones de La Flor. Gandolfo no estaba seguro, pero muy amable se lo preguntó a los primeros editores. Parece ser que hubo una primera edición de 1.500 ejemplares y una reedición de 1.000. En 2012 la editorial Eterna Cadencia ha editado 1.800, y algunos de ellos los ha distribuido en España. Cuando vi El traductor en las librerías de Madrid no dudé en comprarlo.
La novela es en gran parte autobiográfica. Su protagonista, Ricardo Zevi, trabaja, al igual que Benesdra, de traductor en una editorial llamada Turba, que publica principalmente ensayos sobre temas sindicales y de izquierda en general. Turba es la principal editorial progresista de Argentina. Estamos en 1991 y Zevi es un hombre de 36 años que siente cómo se desmorona su mundo de referencias tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética: “La izquierda toda, desde los talmudistas del trotskismo hasta los más tibios socialdemócratas, veía o mejor dicho trataba de no ver cómo desaparecían piedra a piedra bajo sus pies los últimos vestigios que quedaban de lo que alguna vez había sido su mundo, su civilización, su cultura o su cimiento vergonzante y clandestino. La última catedral de la religión atea del socialismo parecía llevarse en su derrumbe hasta el último testimonio de que la izquierda había sido alguna vez una realidad, defectuosa como el mundo, malvada como un gulag, vigente como una piedra” (págs. 218-219). En cualquier caso, Zevi no es un ortodoxo de la izquierda soviética, con la que se muestra crítico, sino un socialista utópico.
La novela avanza con dos tramas, más o menos paralelas o entrecruzadas. Una pertenece al ámbito más privado de la vida de Zevi, y nos habla de la relación con Romina, una joven provinciana a la que conoce en un café según comienza la novela, cuando ella se acerca a Zevi para entregarle un folleto de la Iglesia adventista a la que pertenece. La segunda trama corresponde a un ámbito más social para Zevi, el de su trabajo en la editorial progresista Turba. A pesar de los principios que promulga en los libros que publica, en Turba comienza a haber cambios: parece que los dueños de la editorial, los Gaitanes, quieren modernizar la empresa con cambios tecnológicos que van a provocar el despido de más de un trabajador. Zevi, uno de los pocos traductores de Argentina que no trabaja de externo, verá amenazado su puesto. El protagonista está traduciendo un ensayo de un alemán llamado Brockner (un autor inventado), que contiene ideas racistas y clasistas y que defiende las sociedades jerárquicas. El narrador reproduce varias páginas del ensayo de Brockner, que el protagonista refutará o bien sucumbirá al pragmatismo de sus ideas.
La novela se centra en las dos tramas comentadas, la relación de Zevi con Romina y la relación con la empresa Turba. En ella hay capítulos de gran ritmo narrativo que se adentran en la turbulenta mente del personaje, un trasunto de la personalidad obsesiva de Benesdra, en los que la trama se desarrolla de una forma agobiante y tortuosa, “como en el mundo de Roberto Arlt” (pág. 74), comparación que se repite más de una vez en la novela. Pero quizás la influencia más poderosa a la hora de construir el personaje atormentado de Zevi sería el autor que inspira al propio Arlt: Dostoyevski. Y en otros momentos el ritmo se desacelera y el personaje reflexiona (con gran profusión de citas de filósofos) sobre el mundo que le ha tocado vivir y la deriva política de la izquierda y de su país.
El estilo es denso, barroco. Se nota que Benesdra es un escritor acostumbrado a leer filósofos y de ellos toma el gusto por una redacción rica en frases largas y subordinadas que van negando o matizando la frase principal. Un aspecto que no debo olvidar al hablar de este libro es su sentido del humor; un humor a veces cruel, políticamente incorrecto; un humor doloroso que ha provocado en mí más de una carcajada, como le ocurrió al propio Gandolfo según cuenta en el prólogo.
En más de una ocasión esta novela, escrita en 1995, me ha parecido visionaria: El traductor es una obra de profunda actualidad: la España de hoy, con su crisis, su desmantelamiento del Estado del bienestar, sus bajadas de sueldo y sus abusos laborales no se puede parecer más al mundo que describe Benesdra en 1995. En algún momento, cuando la novela se centraba en la relación de Zevi con Romina, he pensado también que a Benesdra la novela se le iba de las manos, y que la narración entraba en un territorio que, sin abandonar el realismo, casi se volvía expresionista en sus caminos de perversión. Pero en realidad el viaje a los infiernos de Romina y Zevi sigue teniendo mucho del mundo de Dostoyevski. En todo caso, aunque en algún momento parece peligrar la verosimilitud (lo que queda justificado más adelante por el estado mental del protagonista), yo no podía dejar de leer. Necesitaba en todo momento saber qué le iba a ocurrir al torturado judío sefaradí Zevi con la adventista Romina y con la editorial falsamente progresista Turba, en un mundo de dominadores y dominados donde la idea de justicia parece estar desapareciendo de la faz de la Tierra. Entre las páginas 429 y 430, Zevi señala: “Acababa de descubrir un beneficio absolutamente inesperado de mi conducta criminal: haber incurrido de veras en el mal le permitía a uno actuar como un hijo de puta también con quienes se lo merecen de verdad y sólo entienden ese trato”. Al leer este párrafo se me escapó una carcajada. No voy a explicar por qué Zevi acaba incurriendo en el mal para no destripar la novela.
Se lo comentaba a Gandolfo en un correo: a veces es desalentador darse cuenta de que obras tan poderosas como ésta pasan casi desapercibidas. El traductor tiene todos los elementos para ser una obra de culto: su prosa es poderosísima, se adelantó a su tiempo, su sentido del humor es desgarrador, sus dos personajes principales son inolvidables, su análisis de la vida individual y social tiene capacidad para revolver e incomodar la conciencia de cualquier lector. Además, éste es el único libro del autor si obviamos su libro de autoayuda (que desde luego no le sirvió para nada). Con él debería haber entrado en la historia de la literatura escrita en español, pero se suicidó antes de verlo publicado. Benesdra tiene todos los ingredientes para convertirse en un mito. El propio Gandolfo escribe en su prólogo: “Una de las mejores novelas argentinas que se hayan escrito desde 1810”.
Si Salvador Benesdra fuese un autor norteamericano, estaría traducido a todos los idiomas y El traductor sería una obra de culto. Al ser argentino, este libro se pudo publicar gracias a la financiación de sus familiares y calculo que lo hemos leído no más de 3.000 personas. Según Federico Guzmán yo voy a ser el único receptor en España de esta obra que nos acerca la editorial argentina Eterna Cadencia. Sinceramente espero que Federico se equivoque y que El traductor encuentre a los lectores exigentes que sin duda merece.
Por favor, si algún lector descubre esta obra gracias a esta entrada del blog y decide acercarse al libro, que me lo cuente. Para mí sería muy alentador conseguir al menos un lector para esta magnífica novela.

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