Revista Ciclismo

El último cochista

Por Carlosr

El último cochista

Relato corto “El último cochista” – Desde Gijón y en Bicicleta

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Tras los atropellos masivos de ciclistas y peatones – promovidos por las compañías automovilísticas y ejecutados por conductores de VTCs y otros incontrolados – durante el Progrom Cochista del 2100 en las grandes ciudades de todo el país, aprovechando la conmoción general y el duelo nacional, el gobierno liberticida de las élites intelectuales promulgó la Ley de Protección Especial de la Salud Urbana y el Medio Ambiente (PRESUMA) que prohibió el desplazamiento, estancia y aparcamiento de coches en en el interior del perímetro urbano y puso en marcha el terrorífico PROMESA URBI (Programa de Mejora de la Salud Urbana con la Bicicleta) para imponer su absurda y alienante agenda ciclista.

Pero yo no estaba dispuesto a separarme de mi coche y por eso lo escondí cerca de casa en los primeros días. Lo hice con mucho sigilo y sin ser muy consciente de que iba a quedar inmovilizado para siempre allí pero creo que no podría vivir sin mi coche ahí cerca.

Yo no me oponía a la línea higienista del gobierno de la Alianza Corporativa anterior, que promovía el ejercicio físico regalando chándales y organizando carreras benéficas porque defendía también mi derecho inalienable a aparcar debajo de casa y conducir mi coche a cualquier lado con libertad. Pero esto no, no y no.

Mis vecinos en cambio, como ovejas, han acogido la PRESUMA de buen grado y ahora les veo, a hurtadillas entre los visillos, caminar y montar en bicicleta con una sonrisa. Todo el mundo parece muy feliz, pedaleando en sus quehaceres diarios, pero por dentro ¡vaya usted a saber!. El silencio de la calle me resulta ensordecedor y cuando lo rompen los aullidos de los niños y niñas del vecindario jugando despreocupadamente en la calzada vacía de coches es una tortura para mis oídos. Cómo echo de menos los ruidos de los motores y las tufaradas de humo de los camiones que llegaban a mi ventana.

Pronto los agentes de Salud Urbana vendrán a tocar a mi puerta. Se llevarán mi pobre coche a uno de esos campos de concentración que llaman eufemísticamente “Aparcamiento Comunitario” en los límites de la ciudad. Y a mi me aplicarán con todo el rigor el PROMESA URBI y me obligarán a usar una de esas bicicletas eléctricas que regalan a cada ciudadano, cada día, durante 30 días, para que adquiera el hábito de su uso cotidiano para moverme por la ciudad, ir al trabajo, a las compras y demás.

Están listos. Podrán imponerme la bicicleta como modo de transporte pero no podrán obligarme a que me guste. Y tendrán que arrancarme el volante de mi coche de mis frías manos muertas.

ó

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