Revista Psicología

El viajar es un placer…

Por Blogtpl

que no suele suceder…

Eso cantaba Miliki. Pero, mira, a veces sí, sucede. Al final de las vacaciones, siempre. Y eso de que es un placer no lo tengo tan claro. Supongo que en un coche con payasos se oirán risas y canciones todo el viaje. En el mío no.

No me gustan los viajes de vuelta de vacaciones. Aunque en realidad son muy útiles. Tras seis horas en un coche metida con tres niños, llego a alegrarme de tener que madrugar al día siguiente para ir a la oficina en busca de un poco de paz.

Todo empieza con el tetris del coche. Las maletas, el carrito, la cuna de viaje. La bolsa de la playa, la colchoneta, el balón. El queso ése tan rico, la empanada porque allí no las hay iguales, el vinito que sí lo hay pero no sabe igual y es un poco más caro. Los churros para la piscina, la bolsa con lo que no cabía en la maleta, otro balón. Los cubos de la playa (vaya, estaban llenos de arena) y los tomates de la huerta que nos acaba de regalar el vecino. La ropa sucia. Ah, y los tres niños con sus respectivas sillas reglamentarias. Parece que está todo. De todas formas, no cabía más.

Yo, en el asiento de copiloto, apenas puedo mover las piernas. Estoy rodeada de bolsas. Agua para todos. Gusanitos y galletas. Toallitas. Plátanos. Bocatas. Ya está. En marcha. Antes de llegar al primer semáforo, se oye por primera vez la banda sonora que nos acompañará las próximas horas: “¿Cuándo llegamos?“. No contesto. Será un viaje largo.

Mi marido es el que conduce. Como copiloto, además del avituallamiento, soy responsable del entretenimiento de los ocupantes de la parte trasera. También soy la mediadora oficial en los conflictos que puedan surgir entre ellos. Mi marido se niega ponerles dvds, así que me paso casi todo el viaje girada hacia atrás. Así es imposible que el viajar sea un placer.

Tratamos de planificarnos. Salimos con los niños cansados, por eso de que duerman un rato. Pero no hay manera. Una amiga me recomendó Biodramina. Mano de santo, dijo. No le hice caso y mírame. ¿La venderán en la gasolinera? En realidad la necesito para mí, que de estar todo el rato girada me encuentro mal.

No hay manera de que se duerman. De todas formas da igual, porque si por casualidad en algún instante cierran los ojos los tres, zas, justo en ese momento llegamos a un peaje o hay que repostar gasolina. Y en cuanto frena el coche, no falla, se abre algún un ojo. “¿Cuándo llegamos?”. Biodramina, que no se me olvide la próxima vez.

El tiempo se hace eterno. Canciones, cuentos, veo veos, y, sobre todo, discusiones. Pero al final los niños acaban durmiéndose. Si. Casi siempre unos minutos antes de llegar a destino. Ya que teníamos pocas cosas que descargar, pues los llevamos en brazos también.

Casa. Por fin. Paz. Hogar, dulce hogar.

Ya sólo queda deshacer las maletas. Ordenar. Poner lavadoras. Hacer la compra. Volver a la oficina. Preparar los uniformes. Reuniones de padres. El primer día de cole. Dentista. Vacunas.

pero no me importa pipipi, porque llevo torta pipipi


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