Revista Bares y Restaurantes

EL VIEJO LEÓN (Madrid)

Por Jechevar

EL VIEJO LEÓN (Madrid)Son muchos los que me critican que últimamente parece que todos los restaurantes de los que hablo me encantan. Ni mucho menos es así, pero sí es cierto que siempre me acaba apeteciendo más hablar de las experiencias positivas que de las negativas. Sin embargo, hoy no es así, y os quiero hablar de mi última experiencia en uno de los restaurantes más clásicos de Madrid; una experiencia muy negativa en casi todos los sentidos, aún sabiendo que muchos considerarán que estoy cometiendo una injusticia. Pero os aseguro que ni mucho menos es así. El Viejo León es un pequeño restaurante francés ubicado en una boca-calle de Eduardo Dato, que fundó hace casi 40 años la francesa Marguerite Soubeyroud. Desde entonces poco o nada ha evolucionado este bistrot, en el que el famoso mal humor y antipatía de la propietaria ha contagiado siempre a sus empleados. Mil y una son las historias que se cuentan de las impertinencias padecidas por unos y otros en esta casa, Pese a todo, El Viejo León sigue teniendo “un algo” que hace que siga siendo un éxito. Obviamente el público ya ha cambiado, y ahora es algo más “casposo” si me permitís la expresión, junto a alguna parejita de enamorados en plena adolescencia, conocedores de historias de amor vividas por sus padres en esta casa. Como hacía mucho que no iba, y pese a que todos los comentarios que me habían llegado últimamente eran negativos, hace un par de semanas decidí organizar una cena con unos amigos aquí, y comprobar en primera persona cuan en forma sigue. No quiero adelantarme a mi relato, pero desde luego la experiencia fue mala, y sobre todo con un final muy amargo.

La carta de El Viejo León sigue siendo, salvo contadas excepciones, prácticamente igual que la de antaño. Cocina francesa en su más amplio sentido, con mucha preparación delante del cliente. Habíamos reservado para cuatro, finalmente fuimos 6. Esto que en cualquier restaurante no deja de ser una anécdota, aquí se convirtió en un problema de estado. Malas caras, impertinencias. Parecía que les habíamos hundido el negocio por ser dos más. Finalmente nos acoplamos los 6 en nuestra mesa de 4, y la cosa no pasó a mayores. La idea era compartir todo, o casi todo, para probar muchos platos. Empezamos con una fondue de queso. Exquisita de sabor, intensa y con el punto de alcohol muy marcado, sin embargo llegó completamente líquida a la mesa. Lo dijimos, pero la respuesta fue un contundente “aquí se sirve así”. Fin de la discusión. Insisto, de gusto era maravillosa, pero parecía casi una sopa. Apagamos la llama, y con el tiempo fue espesando y mejorando mucho. Seguimos con una crêpe de espinacas a la crema. Siempre ha sido uno de los grandes platos (cuanto más sencillo, mejor) de esta casa, y no nos defraudó. Probablemente de las mejores crêpes saladas que se puedan tomar en nuestro país, junto a la de cebolla caramelizada de La Virginia (Marbella). Otros entrantes clásicos de aquí son una sopa de cebolla con oporto, ideal para las noches de invierno, y un foie micuit de pato que es bastante aceptable, especialmente para lo que estamos acostumbrados en España. Por supuesto, caracoles bourguignonne también hay.

Los segundos aquí se centran principalmente en las carnes y la caza. El pato es una de sus cartas de presentación; lo traen directamente de Francia. Lo sirven en tartare, sus mollejas, en escalope, en tournedo, y también en sus dos formas más clásicas, el confit y el magret. Nos decantamos por el magret de pato, con una salsa de peras. A mi entender, demasiado hecho el magret, que debe llegar a la mesa aún con ese tono entre rojizo y rosáceo, pero sin llegar a sangrar aún. Estaba bastante más pasado, y la salsa de pera tiene excesiva identidad y le resta protagonismo al plato. Quizá sea que estamos más acostumbrados a “maridarlo” con manzana, naranja o frutos rojos. En cualquier caso, no me acabó de convencer.

Seguimos con un steak tartare de añojo. Durante años estuvo considerado el mejor steak tartare de Madrid; desgraciadamente ya dista mucho de ello. Recordamos muchos otros, como el de El Comité (también restuarnte francés del que hablamos hace tiempo), Castelló 9, o Las Reses entre otros.Excesiva cantidad (quién me iba a decir que yo me podía quejar de eso), resultaba excesivamente tosco. Pese a anunciar en la carta que iba acompañado por un “gratin dauphinois”, tuvimos que reclamar las patatas. El chateaubriand flambeado al whisky, excesivamente fuerte, con un retrogusto a caramelo quemado. La salsa es potente, demasiado, casi descontrolada, y arrolla la carne a su paso. El solomillo a la pimienta, correcto, sin más. La calidad de las carnes en general distaba bastante de lo deseable para el nivel de precios en que se mueve este restaurante.

Los postres siguen la tendencia marcada por el resto de la carta. Preparaciones sencillas, sin complicaciones, y en diferentes variantes. Así, tenemos crêpes con mermelada, con helado, con azúcar, con Grand Marnier,… También helados y una rica tarta tatin con helado de vainilla. A las crêpes les ponen a todas demasiado Grand Marnier, que luego no acaban de flambear del todo, por lo que la crêpe sólo sabe a ese fuerte aroma a alcohol que desprenden los licores de naranja.

Hasta aquí, como veis, una cena con más pena que gloria, sin ningún plato que provocara aplausos, pero aceptable. Sin embargo el momento fatídico llegó al pedir unas copas. Pese a la limitada oferta de ginebras (lógico en cualquier caso), pedimos unos cuantos gin-tonics. Disfrutando yo del mío, en un momento dado sentí algo raro en la boca. Al sacármelo, descubrí un pequeño cristal en forma triangular y puntiaguda que de habérmelo tragado bien podía haberme rajado el estómago o cuanto menos la lengua. Entre el asombro generalizado de toda la mesa, avisé de lo que había pasado. Normalidad absoluta entre el personal. “Ah, vaya, no sé cómo ha podido pasar” y siguió su camino. Ni ofrecerse a cambiar la copa, ni invitarnos a una ronda de copas, ni – como mínimo – pedirnos un millón de disculpas absolutamente abochornados. Un accidente nos puede ocurrir a todos, pero un restaurante ni puede ni debe permitirse que un comensal se encuentre un cristal. Es peligroso; probablemente lo más peligroso que puede ocurrir en un restaurante. Desde luego si llega a pasar, la reacción debe ser otra muy diferente.

Ya de mal humor, y enfadados, no quisimos ni terminarnos las copas. Pagamos y nos fuimos. A la salida, ante el maître, volvimos a plantear nuestra queja y sorpresa ante el incidente. Ni respuesta obtuvimos. Durante estas dos semanas he intentado ponerme en contacto con el encargado en un par de ocasiones. Pese a dejar el recado, ni se ha dignado devolverme la llamada. “Afortunadamente” el incidente no quedará silenciado, sino que a través de estas páginas, éste humilde escritor, llama a todos a no admitir este tipo de actitudes. Madrid tiene una oferta gastronómica de mucha calidad, como para permitir que nos tomen el pelo.

Incidente al margen, servicio bueno pero muy impertinente, y precios muy muy altos, para nada justificados con la calidad de la comida. Lo siento, pero no me verán más por ahí.

Datos prácticos:
El Viejo León
c/ Alfonso X, 6
28010-Madrid
Tel.: 91 310 06 83
 
Precio medio: € 60
Cierra sábados comida y domingos
Accesible silla de ruedas.

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