Revista Cultura y Ocio

El vigilante clandestino

Por Revistaletralibre
El vigilante clandestino
Por C.R. Worth 
Era aficionado a las artes marciales, y las practicaba cada mañana para estar en forma. Vivía en una zona problemática de la ciudad en la que había unas tasas muy altas de crimen, y el vecindario estaba aterrorizado ante la idea de salir de noche de sus casas. Los que trabajaban hasta tarde se habían visto más de una vez atracados por delincuentes.
Fermín siempre les decía a sus amigos que deberían de hacer algo, que no podían permitir que esa calaña se adueñara del barrio. A lo que respondían que no eran súper héroes.
Soñaba con esos justicieros de las películas, los vigilantes clandestinos de los comics. Gente con poderes o no, que con una máscara salía cada noche para tomarse la justicia por su mano, ya que la policía no hacía nada, o era corrupta.
El día en que atracaron a la abuela de su mejor amigo, mandándola al hospital con una rotura de cadera, tomó la decisión de hacer algo, su conciencia no le permitía quedarse en casa con los brazos cruzados. Necesitaba un atuendo para salvar su identidad, pero las mayas, capa o máscara no eran su estilo. Dada su afición por las artes marciales, una indumentaria a lo oriental, tipo Ninja, todo de negro, quizá fuera lo más indicado.
Pronto empezó a correr el rumor por el barrio de que había un justiciero, un vigilante clandestino que por las noches estaba deteniendo el crimen y a los atracadores, acabando estos con una cabeza quebrada. ¡El héroe de la comunidad había nacido!
Saltaba entre el atracador y la víctima, les advertía, y solía pasar siempre igual; al ver su pequeña estatura y que no iba armado, siempre se reían de él. Entonces empezaba su rutina marcial: meneaba sus brazos y manos, y sus piernas comenzaban a moverse en esa acompasada danza. Luego empezaba el canto: mmmmm iiiaaaaa uuu.
Los atracadores sorprendidos, siempre respondían con un «¡pero qué coño!» o «¿qué carajo haces?», lo miraban boquiabiertos, y antes de que se dieran cuenta, estaban hipnotizados con su Tai-Chi. Luego llegaba su «Sidekick» (aquel que atracaron a su abuela) cual Sancho o Robin y con un bate de baseball por detrás, les atizaba un cahiporrazo en la cabeza quebrándoles el cráneo.

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