Revista Cultura y Ocio

«El zoo de cristal», con Silvia Marsó

Publicado el 24 noviembre 2014 por Juliobravo
«El zoo de cristal», con Silvia Marsó
Tengo especial devoción por los grandes autores del teatro estadounidense del siglo pasado, con Eugene O'Neil, Tennessee Williams y Arthur Miller. Los dos primeros, sobre todo, tomaron el testigo de nombres como Ibsen, Strindberg o Chéjov a la hora de hacer un teatro profundamente humano, donde historias pequeñas cuentan sentimientos universales. Y entre las obras fundamentales de Tennessee Williams se encuentra «El zoo de cristal», que se presenta estos días en el teatro Fernán-Gómez, con Silvia Marsó como protagonista.

«El zoo de cristal» es una pieza que Williams escribió con su propia sangre y sus propias lágrimas. Una obra catártica, compasiva, nacida del tormento y de la memoria, que llega al público madrileño con una versión limpia de Eduardo Galán. El propio autor se reservó un papel en la función: el de Tom, el joven empleado de una zapatería que se siente oprimido por su madre y por el entorno, y sueña con convertirse en escritor. Williams dibuja a una madre agobiante, una viuda que gobierna con mano inflexible su familia, guiada por un solo norte. conseguir que su hija Laura (coja de nacimiento) consiga un pretendiente y se case.

Sobre esta pauta, Amanda Wingfield no quiere que la verdad estropee sus sueños ni la vida perfecta que ella ha imaginado para sus hijos, y se empeña en caminar sobre las nubes añorando aquello que un día tuvo y perdió, resistiéndose a la realidad y el paso del tiempo. El de Amanda es uno de esos personajes que una actriz debe esforzarse por llenar, que no le sientan bien a cualquiera y que tiene tanto brillo como peligro. Silvia Marsó posee suficiente talento y personalidad como para entrar en ese arriesgado traje, y navega con firmeza por sus distintos estados de ánimo. Le acompañan, con acierto, Alejandro Arestegui, Carlos García Cortázar y Pilar Gil. 
Una sobria (tal vez demasiado) escenografía de Andrea D'Odorico enmarca el correcto y sabio montaje de Francisco Vidal; no terminaron de convencerme ni el minimalismo de la puesta en escena ni la iluminación del siempre magnífico Nicolás Fischtel, que crean un conjunto desangelado, que poco tiene que ver con el incisivo y conmovedor texto de Tennessee Williams.

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