Revista Cultura y Ocio

El zumbar de las moscas

Publicado el 22 julio 2014 por Silvana Rimabau @SilEvilsnake
Hacía meses que las insensatas palabras se colaban en sus oídos, anidaban en su cráneo y zumbaban como moscas. Desde aquellos ojos muertos que tenía frente a si, ojos como espejos, fríos y distantes, la incongruencia y sequedad lo acusaban sin piedad. Allí, dentro de las cuatro paredes la cordura se había esfumado tan repentinamente que casi sin darse cuenta, se encontró acurrucado y sollozando en un rincón. El aire parecía esquivar su boca y nariz, dejándolo a merced de la sofocación de una eterna angustia, al tiempo que su cuerpo se negaba a moverse, ya que habiendo tocado fondo, el abismo de desolación al que tanto le había temido, lo abrazaba por fin. Por qué a mi? –se preguntó-. He dado lo mejor de mi para quien ha estado a mi lado; he confortado a quien lo necesitó; he perdonado a quien me hirió; he puesto la otra mejilla a quien me abofeteó... y sin embargo, la crueldad me ha alcanzado. Qué hago ahora?; y al preguntarse esto, sintió que su voz le era ajena, que en lugar de salir de sus cuerdas vocales, emergía pastosa desde aquella boca de finos labios, la cual al abrirse solo escupía dardos emponzoñados hacia su corazón. Cerró los ojos, y miró hacia el pasado; un tiempo brillante tan alejado ahora, de su oscuro presente, que por unos instantes quiso quedarse allí y ser abrazado, cobijado, comprendido y amado. Pero eso no era posible, esa época añorada se había esfumado y dejado en su lugar una cáscara vacía y maloliente que manipulaba sus sentimientos sin piedad. El rostro de su madre, dulce y sonriente ya no estaba allí para animarlo; sus palabras cariñosas y sabias se habían callado bajo el zumbar de las moscas; su andar rápido y vivaz –casi rozando lo hilarante- había sido tragado por las tinieblas; su imagen pulcra, feliz y sofisticada había sido arrebatada por los ladrones del tiempo... Nada. Ya no quedaba nada; estaba solo dentro de aquellas cuatro paredes siendo testigo obligado del imparable movimiento continuo de la vida; observando mudo cómo aquella mujer se desintegraba segundo a segundo frente a sus ojos secos de tanto llorar; restregando sus manos atadas por la impotencia de no poder rescatar a su madre de aquel monstruo llamado Alzheimer.
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