Elecciones

Analizar el resultado de unas elecciones es un verdadero tostón, más inútil que otra cosa. La victoria del PNV en las provincias vascas, no debe sorprender a nadie, y el culpable de que los amigos de los asesinos campen por sus respetos en las instituciones democráticas, tiene nombre y apellidos, y es de León. El descalabro del PSOE debería orientar a sus carismáticos líderes, hacia una formación más próxima a las bases, y notablemente más alejada de esa casta que se llamó de la gente guapa en los ilustres tiempos de González: La chaqueta de Armani y la Visa platino no casan excesivamente bien con quien pretende defender los intereses de los trabajadores, salvo que, como Pérez Rubalcaba, apuesten por la enseñanza pública mientras él mismo se formó en un centro privado, por poner un ejemplo.

La participación fue escasa, y ahí la reflexión debe interesar a la clase política en general, porque los gobernados les dan la espalda a los gobernantes, últimamente mucho más preocupados en defender su puesto de trabajo, extraordinariamente cómodo y bien pagado, que los intereses generales de la sociedad a la que deberían representar.

Galicia es una región particular, y Núñez Feijóo un gran gestor, prudente y comedido; aumentó su ventaja sobre los adversarios políticos con un bloque diluido en el eurocomunismo de salón, que es difícil la cosa. Se conoce que la identidad de los pueblos que defienden los catalanes, hace poca mella en los gallegos, bastante más cosmopolitas y comprometidos con la causa del país común, que es España, por más que a muchos se les atragante el nombre. Lo malo no es la defensa de la idiosincrasia, sino el menosprecio a una nación milenaria con un idioma que extendió a decenas de países allende los mares, en los tiempos en que Artur Mas todavía no enarbolaba la bandera de la independencia catalana con una enseña aragonesa, que tiene su miga. Cosas de tergiversar la historia.