Revista Libros

Elisabeth Badinter. Las claves del debate.

Por Tenemostetas
Por Ileana Medina Hernández
Elisabeth Badinter. Las claves del debate.A mis oídos había llegado el run rún de la publicación en Francia del último libro de Elisabeth Badinter, "Le conflit, la femme et la mère". (El Conflicto: la mujer y la madre").
También leí el post que otra madre y feminista bloguera -con quien en alguna ocasión he mantenido algún cordial debate- había publicado sobre ella , apuntando interesantes aspectos.
Creo que el libro no se ha publicado aún en España (aunque seguro vendrá pronto, dado que ya ha vendido más de 150 mil ejemplares en Francia), pero ahora una amiga me ha pasado el enlace a esta entrevista con la autora, y me parece muy pertinente comentar algunas de sus afirmaciones, porque constituyen la clave del debate entre el feminismo de la "liberación" de los años 60 del pasado siglo, que es el que se ha convertido en dominante en las instituciones españolas a día de hoy (leer otro artículo sobre las declaraciones de Amparo Rubiales) y el posfeminismo naturalista y ecológico del siglo XXI que encarnamos hoy muchas hijas de aquellas mujeres avanzadas.
Os invito a examinar algunos de los planteamientos de la profesora Badinter:
"Lo que sostengo es que no puede ser que el modelo de la Liga de la Leche se imponga a todas las mujeres. Yo no estoy de ninguna manera contra la lactancia porque sé muy bien que, para algunas mujeres, es una fuente de plenitud y disfrute. Pero no quisiera que este modelo se vuelva obligatorio. Se presenta la relación simbiótica con el bebé como el buen ejemplo a imitar. Este modelo de la "buena madre" se está imponiendo moralmente y esto es grave. Apenas una mujer se convierte en madre y ya es culpable. Si una mujer dice que prefiere dar la mamadera o si una mujer a los tres o cuatro meses dice "yo tengo ganas de volver a trabajar", es vista como alguien egoísta, como una mala madre."
No creo que ningún "ente superior" esté forzando a asumir el modelo de la Liga de la Leche. Simplemente la maternidad consciente es una opción que crece cada día en adeptas, a contrapelo de las políticas oficiales y de la sociedad de consumo, que más bien incitan a todo lo contrario.
Las mujeres que prefieren dar el biberón o volver a trabajar cuando sus bebés tienen tres meses, son muy libres de hacerlo. Es más, el sistema en su conjunto casi casi nos fuerza a hacerlo. Sin embargo, las madres que queremos permanecer más tiempo con nuestros hijos, sí que vemos limitadas las posibilidades de actuar como creemos mejor, dado que la baja maternal remunerada solo cubre en España 16 semanas.
Si la madre que prefiere dar biberones o incorporarse tempranamente al trabajo, lo hace porque lo desea y porque piensa que es lo correcto ¿por qué tendría que sentirse culpable? Si está tranquila con su conciencia, ¿da igual lo que piense La Liga de la Leche, o las "talibanas de la teta", no? Si se sienten mal (o "culpables") ante la defensa de otro tipo de maternidad, serán ellas quienes tendrán que revisar el peso de sus propios argumentos y decisiones.
Que lo que Badinter llama el modelo de la "buena madre" se imponga "moralmente", tras coincidir las más recientes demostraciones científicas con la espiritualidad más antigua y con el deseo de muchas madres, no veo por ninguna parte que sea grave. Siempre han coexistido diferentes escalas "morales", mientras la legislación no reprima ni prive de derechos a ninguna mujer, no veo cuál es el problema.
Grave sería que se prohibieran legalmente los biberones o que se obligara a una mujer a permanecer con su hijo, cosas ambas imposibles y que no están en el ánimo de nadie. Que se promocione la lactancia y que se legisle a favor de bajas maternales más extensas, INCLUYE los modelos de otros tipos de maternidad y no afecta ni reprime en nada a quienes eligen otras opciones. Creo que aquí el conflicto principal surge porque ambos tipos de madres están en el fondo de acuerdo en que la lactancia materna y permanecer junto a su madre los primeros años de vida ES LO MEJOR PARA TODOS LOS BEBÉS. Es por esto, por esa intuición profunda, (y no porque lo digan la Liga de La Leche, el psicoanálisis, la neurofisiología, la neonatología, la psiquiatría, la psicología transpersonal, las ecofeministas y las 13 abuelas de la Tierra) que surge la culpabilidad.
Como eso es indiscutible, parece que las madres que renuncian a ello no están haciendo lo mejor por sus bebés. El tema de la culpabilidad maternal da para mucho. Si pensamos que las madres que elegimos amamantar (y lo logramos, que esa es la otra parte) podemos luego hacer otras muchas cosas que no sean siempre lo mejor para el bebé, no veo cuál es el problema. Cada madre y cada familia tiene siempre un conjunto de aciertos y errores, que suman un saldo más o menos positivo que sólo puede medirse -si es que puede medirse- con la felicidad del futuro adulto en formación, y ninguna madre es la "buena madre" por excelencia.
Un niño amamantado no será mejor que otro niño que no lo ha sido. Una madre que amamanta no es mejor que otra que no lo hace. Pero probablemente sí ofrecerá un plus, sí puede llegar a ofrecer un mejor maternaje, que el que ella misma ofrece si no amamanta. No se trata de compararse con otras madres, sino con una misma.
El conflicto pues se ve de otra manera cuándo dejamos de discutir sobre modelos de feminismos, y abandonamos el enfoque adultocéntrico, para ver el problema desde el punto de vista del bebé, que fuimos y seremos todos.
"Creo que la condición sine qua non de la libertad femenina es la independencia financiera. Y me parece que no les recordamos lo suficiente este hecho a las mujeres de las nuevas generaciones. No podemos proclamar ser las más aptas para ocuparnos de los hijos y, a la vez, quejarnos después por la diferencia salarial con los hombres."

Esta es otra de las claves del debate: la independencia financiera de las mujeres. Pues sí: creo que es posible proclamar que somos las más aptas para ocuparnos de los hijos, y que no seamos discriminadas salarialmente con respecto a los hombres. La inversión en la mejor crianza de nuestros hijos tiene que ser de la sociedad en su conjunto. Que las mujeres nos quedemos año y medio o dos años en casa criando a nuestros bebés -que es lo mejor para ellos- podría y tendría que ser apoyado también por los hombres y por toda la sociedad en general, aportando de sus salarios a través de los impuestos. Ése es el gran cambio revolucionario que se desprendería de pensar realmente en el bienestar de los bebés.
La sociedad subvenciona guarderías para los bebés desde las 16 semanas de vida. Y pide subvencionar cada vez más.También subvenciona otros millones de cosas menos importantes. Pues bien, de igual modo puede subvencionar la independencia económica de las mujeres que desean criar ellas mismas a sus hijos pequeños, y no afectar por ello ni su nivel salarial ni el retorno a sus carreras profesionales. Quizás con eso, a la larga, se ahorraría otros muchos millones en sanidad pública.
La sociedad en su conjunto tiene que hacer compatible la crianza con la independencia económica de las mujeres. Si parece una utopía, pues simplemente miremos a los países nórdicos, donde la igualdad social de las mujeres es una realidad hace muchos años, la presencia de las mujeres en los altos cargos públicos es mucho mayor que en España y Francia, las bajas maternales son más extensas, los índices de lactancia materna mucho más altos y los partos en casa algo habitual. .
"En el siglo XVII, XVIII y parte del XIX en Francia, las mujeres privilegiadas, con todas las condiciones económicas para ocuparse de un niño, preferían deshacerse de ellos entregándolos durante años a una lejana nodriza para poder disfrutar de una vida social y conyugal. ¿Es posible acaso, hablar de un instinto que no se manifiesta durante siglos?"

¿Y qué son unos cuantos siglos en la historia de la especie humana? La respuesta a este falso razonamiento es tan obvia, que da un poco de vergüenza ajena que una intelectual de la talla de Elisabeth Badinter la ignore.
¿Cree usted que alguna especie mamífera podría darse el lujo de "disfrutar de la vida social y conyugal" deshaciéndose de sus propios hijos? ¿Cree que habríamos llegado hasta aquí si ese hubiera sido el comportamiento de la hembra humana a lo largo de millones de años de evolución?
Esas conductas que usted describe son precisamente las consecuencias del patriarcado que usted tanto denosta, señora Badinter. Durante muchos siglos de dominación machista, las mujeres de las clases privilegiadas se han visto obligadas a cumplir con unos "estándares" patriarcales que seguramente estaban bastante lejos de sus más íntimos deseos: entregar sus hijos a las nodrizas, para ellas volver a estar sexualmente disponibles para el macho, para poder parir muchos herederos (y que algunos de ellos lograran sobrevivir a las enfermedades y las epidemias), disponible para el halago de la vida social externa, disponible también para sentirse de nuevo deseadas por el macho porque en el deseo del macho hemos construido nuestra propia autoestima!!!
Es posible que, efectivamente, muchas madres no hayan sentido ni sientan hoy en día "el instinto" de críar a sus propios hijos. No porque el instinto no exista, sino porque se lo han roto. ¿Y sabé cuándo le rompieron ese instinto? ¡¡¡Cuando ellas mismas fueron bebés abandonadas por sus madres!!! Como bien explica Laura Gutman, "para que un adulto no esté en condiciones de responder a la demanda permanente, constante y sin tregua de un bebé humano, debe haber vivido la misma realidad emocional en su primera infancia."
La cadena del desamparo infantil extendida generación tras generación de dominio patriarcal, nos rompe las conexiones con nuestros verdaderos deseos y emociones desde bien temprano, y acorazadas en la lucha por la supervivencia, en la baja autoestima y en la necesidad de aceptación, buscamos insaciablemente reforzar nuestra frágil  personalidad en otros ámbitos: la perfección física, la eterna adolescencia, el deseo sexual del macho, el triunfo en el mundo laboral, el dinero y todo lo que puede comprarse con él.
Pues mire, en esto si estamos absolutamente de acuerdo. Me parece estupendo que las mujeres que no están dispuestas a que su vida cambie con la maternidad, que no están dispuestas a dedicar tiempo, cuerpo y disponibilidad a sus bebés, decidan no ser madres (aunque también habría que ver qué pasaría, si esa decisión la tomásemos todas las mujeres).
"Quizás, la primera cosa para hacer sea decirse que tener un hijo no es una obligación. Que cuando uno decide tener un hijo tiene que reflexionar. Es por eso que yo les reconozco a las mujeres que deciden no tener hijos, el coraje de haber hecho por lo menos el cálculo de placeres e inconvenientes de la maternidad. Tal vez haya que cesar de pensar que un hijo –y esto sería una revolución extraordinaria– es un evento natural. Que tener un hijo siempre es lo correcto."
Cada mujer es libre para tomar esa gran decisión, y no creo que hoy se juzgue de ningún modo a las mujeres que no son madres, sea o no por decisión propia. Como individuo, cada decisión debe ser respetada, siempre que no afecte a otros individuos. Cuando devenimos madres, ya nuestras decisiones y nuestra forma de vida sí afecta a esas personitas que no han pedido venir al mundo, y que merecen la mejor crianza que seamos capaces de brindarle.
Otra cosa es que debamos preguntarnos qué pasa cuándo en una sociedad la mayoría de las mujeres deciden no ser madres, o encuentran muchas dificultades para serlo. Podríamos hablar de una sociedad suicida. Una sociedad decadente, que no apuesta por la continuidad, que no apuesta por la vida.
"¿Pero es que se puede continuar definiendo la femineidad a través de la maternidad? Cuando en países como Alemania hay un 27 por ciento de mujeres que no tienen hijos, ¿es que esas mujeres no desmienten la equivalencia mujer/madre? Lo que me asombra es la existencia de una gran diversificación de deseos femeninos que pone en cuestión la posibilidad de una definición universal de la naturaleza femenina."
Efectivamente, no creo que tengamos que seguir definiendo la femineidad a través de la maternidad, ni que sea posible una definición universal de la naturaleza femenina. Es un absurdo. Nadie medianamente informado puede negar hoy que lo femenino y lo masculino son construcciones culturales, y que cada ser humano es libre de construir su identidad sexual allí donde se sienta más cómodo. Mujeres, homosexuales, bisexuales, transexuales, trabajadores del ano... da igual como nos definamos mientras seamos adultos libres y responsables.
El problema surge cuando decidimos traer una nueva criatura al mundo. De momento, sólo las mujeres podemos gestar, parir y amamantar. Sólo nuestro útero puede convertirse en el primer hábitat, el primer entorno de una nueva criatura. Hábitat que no termina en el momento del parto, y que no debe romperse bruscamente tras el parto. Si un niño es abandonado por su madre biológica, ser adoptado por otra familia amorosa, sea del tipo que sea, es lo segundo mejor que puede pasarle en la vida. ¿Pero lo ideal sería que esa ruptura no se produjera, no?
Ser criado durante los primeros meses y años de vida por su propia madre, con cuerpo materno permanente, presencia, mirada, ternura, lactancia materna, brazos, porteo, colecho y respeto por sus necesidades afectivas y emocionales, es lo mejor que puede pasarle a un bebé. Eso no admite hoy ninguna discusión. Y la sociedad en su conjunto debería apoyar que cada bebé pudiera disfrutar de ello. Al menos, hasta dónde puede propiciarlo sin atacar los derechos de ninguna mujer, pero sí apoyando a las que quieran hacerlo.

Este nuevo modelo naturalista, de simbiosis entre la madre y el niño, deja necesariamente al padre afuera, en el exterior de la relación. Y, sin que hayan hecho nada para lograrlo, los hombres se encuentran así liberados de toda coacción para hacerse cargo, de manera igualitaria, de los hijos y de las tareas domésticas.

En primer lugar, el modelo no es nuevo. Nada nuevo. Y no. No tiene por qué dejar afuera al padre. El papel del padre es muy importante, tanto para la criatura, como en el apoyo a la madre, que sólo apoyada por una pareja disponible y generosa podrá dedicarle el tiempo y el cuerpo que su bebé necesita.
El apoyo real del padre, material y emocional, e incluso de otros miembros de la familia, de la familia extensa, de la "tribu", es fundamental para criar bien un niño. "Hace falta una aldea para criar a un niño", es un antiguo proverbio africano, que los defensores de la crianza respetuosa hacemos nuestro.
Mete Badinter en el mismo saco a los bebés y a las tareas domésticas. Y no. No es lo mismo. El padre no puede amamantar, pero puede y debe hacer todo lo demás, empezando por apoyar emocionalmente a la madre reciente, acompañarla, entenderla, abrazarla, compartir la inundación emocional del puerperio. Las mujeres ni ahora ni antes hemos podido dedicar todo el tiempo que las criaturas necesitan y merecen, agotadas por la inmensa montaña de labores domésticas, y presas de una total incomunicación e incomprensión emocional con nuestros maridos...
No sé si existen estudios sociológicos al respecto, pero por lo que he podido constatar en foros de madres y en la vida real, en las familias actuales cuyas madres amamantan prolongadamente y crian con apego y respeto,  en la mayoría de ellas se observa también un grado mayor de compromiso de los padres con la crianza y la educación de sus hijos.
Se trata de nuevos modelos de familia, donde se da más importancia al tiempo compartido, al respeto mutuo, a  la comunicación y el intercambio emocional entre todos los miembros, en beneficio de todos y sobre todo de los niños pequeños.
Bueno, quizás está usted despreciando a este nuevo tipo de feminismo, precisamente el que defiende el modelo de la "buena madre". Ha escrito usted su libro para denunciar la fuerza que toma el modelo "de la Liga de la Leche". ¿No es este, pues, un movimiento creciente defendido por mujeres y para mujeres?
"Hace falta también una participación de movimientos feministas que, al menos en Francia, casi no existen. Yo diría que los dos feminismos que hemos conocido, el universalista y el diferencialista, tienen un discurso tan opuesto que se anulan mutuamente. Entonces, ya nadie puede hablar en nombre de la mujer porque el único tema sobre el que se han puesto de acuerdo es sobre la mujer víctima."
Quizás este nuevo feminismo naturalista, ecologista y espiritual, que participa hoy en internet, foros, redes sociales, blogs, círculos de mujeres, grupos de apoyo a la lactancia... es el feminismo del siglo XXI. Y no somos ni nos consideramos víctimas de nada ni de nadie. Tomamos las riendas de nuestra maternidad y la defendemos de un modo desconocido hasta ahora durante veinte siglos de dominio patriarcal. ¿No es esto más revolucionario que todos los feminismos anteriores?
Hemos tomado el mundo productivo, queremos igualdad en el mundo público, y ADEMÁS, queremos mejorar el mundo doméstico: que los bebés sean atendidos, que las tareas domésticas sean compartidas, que pasemos todos más tiempo en nuestros hogares, que dediquemos más tiempo a los afectos, a las personas que queremos, que nos necesitan y que necesitamos.
Pero es más:  la discusión debe salirse del ámbito del feminismo, de la discusión sobre la naturaleza femenina, de lo que somos o debemos o podemos ser las mujeres, y desviarse, por primera vez en la historia, hacia los bebés humanos. El punto de vista del bebé humano es el que nadie ha mirado ni defendido hasta ahora.
Somos un feminismo que no sólo piensa en nosotras, sino que incluye a nuestros bebés e hijos, las mayores víctimas del sistema patriarcal. Pensar en el bebé humano no puede entrar en contradicción con la libertad de las mujeres. Tenemos que encontrar un modelo que haga compatible los derechos de todos: los de los hombres, los de las mujeres, y también los de los bebés y niños.
Si pensar el problema desde el punto de vista de los bebés, nos provoca conflictos a las mujeres y a los adultos en general, es que algo no está bien.
¿Quiénes pueden hablar en nombre de los bebés humanos, que no tienen voz?
Las investigaciones científicas son claras:  el bebé humano necesita leche y cuerpo maternos. Lo han dicho también grandes corrientes ancestrales de sabiduría de todo el mundo. Lo hacen cada vez más madres sensibles y conectadas con la tierra, que saben perfectamente lo que hace felices a sus bebés.
Me temo que en realidad todas las madres lo sabemos, y por eso nos sentimos "culpables" cuando no podemos satisfacerlo. Y por eso, incluso, Elisabeth Badinter, madre de tres hijos, ha escrito este libro.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas