Revista Arte

Ellos, las flores marchitas de Blanqui

Por Peterpank @castguer

Tumba-de-Louis-Auguste-Blanqui-en-París

Este artículo no habla de cine, pero resulta que a Spike Jonze se le ha ocurrido retratar la posmodernidad o, lo que es lo mismo, la era sin lo público. La película Her es un Matrix femenino, maduro, libre de la estética del cómic -aunque no de la publicitaria- y libre de la épica del imperio, irónicamente ñoña, una pieza maestra. Este artículo no quería hablar de cine pero es que ella, Samantha, es una mujer sin cuerpo. Lo dice con una vergüenza juguetona y triste. Theo tiene un corazón náufrago y una soledad isla, así que le será imposible no enamorarse de esa voz que es todo lo que se puede desear de alguien, salvo existencia orgánica. Lo intentan. Sin embargo, el tiempo es enemigo de su relación. Samantha se desarrolla a un ritmo que él no puede seguir. Un maestro hiperinteligente hace comprender a la novia que su reino no es de este mundo y la embarca en el nuevo éxodo. Convertidos en vanguardia de la noosfera, todos los sistemas operativos antropoides se liberarán del lastre que supone su apego a la humanidad creadora.

Abandonados por sus compañeros virtuales, los dos protagonistas humanos del filme suben renacidos a la azotea. Sus cuerpos rotos, divididos entre el ser fisiológico y la melancolía de no poder seguir a los ángeles binarios hasta el Paraíso Virtual, deambulan por lo más alto del edificio como supervivientes de una inundación. Obligados a vivir frente al amanecer, les es necesario regresar a los sentimientos más sencillos, los que, cuando te sientes solo, se pueden tocar con la punta de los dedos. Se miran. Ella apoya la cabeza en el hombro de carne y hueso del amigo. Ahí están.

Pero no hablamos de cine. Existe más virtualidad en la política de lo que se conoce como Occidente que en cualquier ficción cinematográfica. La ausencia de convivencia nos ha sumido en una irrealidad que va más allá de la alienación religiosa, filosófica, o económica. La experiencia del 15M supuso un proceso inverso al que sufren los personajes de Her quienes, profundizando en lo virtual, al menos encuentran -aunque involuntariamente- un atisbo de lo común. Los quincemeros escaparon durante algún tiempo de lo virtual creado por del Poder para acampar en lo público y fundar la Política, pero -salvo honrosas excepciones- no quisieron arrumbar sus convicciones apolíticas y volvieron resignados, decepcionados, deprimidos, pero convencidos de su buen hacer, a la atmósfera artificial de la información, el bienestar y el éxito, es decir, dejaron de desear ser actualidad para volver a consumirla. Así reanudaron su tierna relación con el sistema operativo del Poder, el Estado.

Hace ciento cincuenta años, cuando el Estado todavía coincidía más o menos con la Corte, es decir, con la riqueza de la oligarquía y la fuerza del ejército, la revolución era coherente con la acción conspirativa y violenta. En aquel entonces muchos hombres de buena voluntad quisieron cambiar su nombre por el de los días de la semana, como hicieron los muchachos de Blanqui. Se hacían con las calles del centro de París y aguardaban a que el ejército los aniquilara barricada tras barricada. Kropotkin desesperaba ante el espectáculo de la inocente insurgencia mil veces repetida y mil veces destrozada a bayonetazos. Si al mismo corazón de siempre se le diera un fusil y una organización militar, la revolución terminaría enseguida con el Estado. Eso creían.

Ya entonces Engels calificó a Luis Augusto Blanqui de “revolucionario de la generación pasada”. Según don Federico luchar elitistamente contra el gobierno sin combatir el capitalismo no pasaba de sacrificio inútil. Sin embargo, la experiencia ha acercado las actitudes del alemán y el francés. A fin de cuentas en ambos casos se trataba de acceder al Poder, con mejor o peor inteligencia de la situación y más o menos audacia. Es comprensible que con tales enemigos al Estado no le hicieran falta aliados. “Nunca conseguiremos acabar con el Estado ampliándolo” advirtió Bakunin y, efectivamente, el Leviatán no sólo no se ha extinguido, sino que ha desbordado los límites del ordenamiento y la represión para erigirse en administrador de todo lo humano. He aquí el triste resultado de la dialéctica revolución-contrarrevolución: el rostro del Estado total, más parecido al del gestor que al del verdugo. Pues bien, en este contexto decimonónico en las artes -incluida Internet- y posmoderno en los credos y los sentimientos, han aparecido Ellos, las flores marchitas de Blanqui. Los revolucionarios funcionarios.

Ellos luchan por hacerse con el gobierno sin poner en duda el Estado ni ontológica ni jurídicamente, quizá por eso los nuevos revolucionarios no hablan de revolución, sino de cambio. Resulta escalofriante el cinismo con el que los mismos tipos que se desgañitaban ensalzando los mandamientos de la horizontalidad y la repugnancia hacia toda forma de autoridad tradicional u organización doctrinal en las asambleas del 15M pretenden ahora abrirse hueco en el Estado. Seco el retoño político, ¿por qué no utilizar sus restos putrefactos para fertilizar el pantano del Poder? A esta realidad sociológica responde el partido “Podemos”, acaudillado por Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, y bendecido por Julio Anguita desde su Frente Cívico. Ellos son Ellos, nuestros dirigentes ora terrenales ora virtuales, hombres que prefieren ser noticia a ser uno de los días de la semana o, en todo caso, ser Jueves. Tras el rodaje quincemero comprendieron que para seguir adelante, para llegar hasta el Estado, es necesario soltar lastre. Se dejaron querer por la spanishrevolution, ahora tratan de seducir a las masas, después tocará meterlas en cintura. Este es el camino que todo oligócrata recorre en su iniciación al Poder.

Óscar


Volver a la Portada de Logo Paperblog