Revista Opinión
Aunque al lector incauto, Elogio de la locura (Erasmo de Rotterdam, 1508) pudiera parecerle a priori un alegato apasionado a favor de los excesos, más bien se trata de una sátira contra la estupidez humana y en un claro posicionamiento a favor de la cordura. Ahora bien, para Erasmo la sensatez no estaba fundada en las costumbres o las normas; por el contrario, a menudo -reflexiona con agudeza el neerlandés- el ser humano se aferra a sus opiniones con tal convicción que acaba por convertirse en esclavo de ellas y azote de las ajenas. Erasmo ataca con ferocidad y no sin ironía toda suerte de integrismo ideológico. Aunque parezca al lector actual que la Europa del dieciséis dista mucho de parecerse a la del veintiuno, en todo lo referente a dogmatismos y demás excesos de la razón, andamos aún sobrados. La codicia, la hipocresía, el fanatismo y las supersticiones acampan a libre albedrío por la plaza, impunes y con un nutrido aforo que les ría las gracias.
Por esta razón se me antoja excelente manifestación de democracia y sentido común la que han protagonizado miles de norteamericanos por las calles de Washington, apelando a viva voz por la «recuperación de la cordura». Como lo oyen. No piden pan, trabajo, vivienda o cualquier otra contingencia de primer orden. No, sólo (y nada menos) vindican cordura, sensatez, sentido común. Lo que en otro contexto sonaría a diáfana perogrullada, en los tiempos que vivimos casi que podría nominarse como urgente necesidad. Esta Concentración por la recuperación de la cordura responde a la virulenta proliferación de manifestaciones republicanas, las llamadas Tea Parties, que prodigan de ciudad en ciudad su ideario pornográficamente xenófobo y populista. Reclaman sin despeinarse que les devuelvan su país, secuestrado por los inmigrantes. Se definen como «americanos de toda la vida». «El país es nuestro. Recuperémoslo». El rancio republicanismo de ultraderecha norteamericano arenga a los ciudadanos castigados por la crisis para que se rebelen contra el negro socialista que vive en la Casa Blanca, que acabará, si le dejamos, con lo poco verdadero que aún queda en América. Amén. Save America se ha convertido en el nuevo eslogan patriótico tras el famoso y recurrente Yes, we can, moviendo a la ciudadanía deprimida por la pobreza contra sus propios dirigentes.
Esta estrategia excesiva y peligrosa está moviendo a un amplio sector del electorado que podríamos llamar flotante o indeciso, muchos de los que antes votaban a los demócratas. El enroque del extremismo está resultando eficaz a la derecha americana, pese a que intente, siempre que el discurso sea excesivamente resbaladizo o de dudosa moralidad, desligarse del ideario de las Tea Parties. Mantienen el doble juego de desmarcarse del vecino agresivo, aprovechándose de las pelotas rebotadas que caen sobre su campo. El extremismo tendencioso de la derecha republicana juega al discurso de la división. Defiende la realidad de dos Américas diametralmente opuestas e irreconciliables. La que ellos creen representar detenta los valores que hicieron de América una gran nación: familia, propiedad, seguridad, dinero y asepsia racial. Todo esto ha sido contaminado por Obama, que juega con el país a los dados, enarbolando la bandera multicolor de la tolerancia y el buen rollo, llevándoles a la ruina.
Quizá al lector pueda parecerle esta realidad ajena a las inclemencias que modelan la vida pública española. Sin embargo, no es irracional percibir un cierto paralelismo de intenciones (y en parte de discurso) en algunos sectores del PP, afines al imaginario político de Esperanza Aguirre y su correligionario, Jose María Aznar, quien parece bastante ocupado en construir barricadas mediáticas desde su jubilación presidencial. Ya la socialista Elena Valenciano denominó de carajillo party la versión española del happening de Sarah Palin. El PP se aprovecha siempre que puede de la coyuntura de crisis para sacar rédito electoral, no ha dicho que no a posicionamientos que alimentan un estado continuo de zozobra institucional. Del contundente España va mal aznariano hemos pasado a la letanía del España se rompe de Rajoy, a un discurso político que obedece más a una estrategia de constante ofensiva, con la sola intención de desgastar la confianza de la ciudadanía hacia sus representantes políticos, a la espera de que esa erosión acabe beneficiándoles de cara a próximos comicios. Ganarse al ciudadano cabreado, al parado, al indeciso, a toda costa, mordiendo a la yugular del oponente político, creando un ambiente hostil, haciendo creer al electorado que su voto es y debe ser una apuesta moral por unos valores opuestos a la otra mitad de españoles, a los que tildan de progres que ocultan su incompetencia y miopía apoyando leyes progresistas que a nadie preocupa. Véase el matrimonio entre homosexuales, el Ministerio de Igualdad, la Ley de Dependencia, la Ley de Economía Sostenible, etcétera. Su discurso: seamos agresivos, basta de medias tintas; el electorado debe saber que o se está con nosotros o en contra nuestra. El barco se hunde. Nosotros somos el capitán idóneo. El rey ha muerto, viva el rey.
Y en medio del fuego cruzado, un ciudadano cansado, anestesiado de discursos y mítines perpetuos, escéptico ante cualquier receta crecenóminas, rendido al desconsuelo que ceremonian a diario los medios de comunicación. Quizá no sería mala idea que también nosotros, la sociedad civil española, saliéramos un día a la calle, reivindicando no solo lo evidente (trabajo y suelo donde dormir), sino nuestro connatural derecho a la cordura, a no ser vapuleados por el eco intermitente de aquellos que nos arengan a favor del desconsuelo, hablando mal del vecino sin haber demostrado aún méritos para merecerlo.
Ramón Besonías Román