Revista Cultura y Ocio

Elogio desganado de la pereza

Por Calvodemora
"Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos".Lessing
Estoy alertado contra la pereza, se me ha informado de lo que alcanza, mi voluntad está avisada de que posee malas artes y de que caer en alguna no es infrecuente ni, en la mayor parte de los casos, desagradable, pero por mucho empeño que pongan en contarme el mal que me causará no pongo obstáculo alguno para que me abrace. En cierto sentido, facilito el acceso, dejo abiertas la cancela, abro las ventanas, dejo que mi cabeza no se oponga y le pido al cuerpo que se deje hacer como tantas veces, que no se ponga tenso ni exhiba en ningún momento un gesto reacio, un indicio de que está siendo invadido. De la pereza, de lo que me incumbe de ella, amo su absoluta intimidad, amo que no me obligue a nada, amo que me mime sin tocarme. De cuanto la pereza ofrece es su comprensión lo que más admiro. Está ahí siempre, espera siempre, conoce el placer que concede y la rutina formidable del regreso. La pereza comprende que a veces la desechemos, no aceptemos su confort indolente, no queramos tumbarnos a su raso, contemplando el manso sol que regala. No sé quién fue el que antepuso tener hambre y sed al hecho de beber y de comer, de modo que únicamente así la bebida y la comida serían de verdad apreciadas. La pereza se ama cuando uno ha merecido tenerla, en todo caso. Si la religión es cosa de domingos, la pereza es de veranos. Tardes enormes en las que se sestea y luego se ameniza la espera a volver a dormir con libros y con música, con cerveza servida en terrazas frescas, con conversaciones amenas (la de hace un par de noches con una pareja de amigos a propósito de las familias numerosas y de su ética y de su responsabilidad o falta de ella). Tardes que se derraman en noches ocupadas por cine, por sesiones de música de cámara y aparatos antimosquito colgados de la pared como testigos del convite. 

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