Revista Opinión

Emparedadas para sentirse libres

Publicado el 04 junio 2016 por Miguel García Vega @in_albis68
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Durante la Edad Media y su largo epílogo, que a veces me pregunto si ha acabado del todo, una de las posibilidades que tenía una mujer para ser independiente y libre de señores, curas y maridos era hacerse bruja. Bueno, más bien las hacían, ellas probablemente solo se dedicaban a sanar con remedios naturales y a vivir su vida todo lo libremente que pudieran.

Y eso era un problema. Gordísimo. Esas mujeres se salían del redil dibujado por la autoridad eclesiástica y eran un mal ejemplo, tan intolerable que se montó toda una industria dedicada a reprimirlo a sangre y fuego, literalmente. Bueno, en realidad se dedicaba a aumentar el pánico social y cronificarlo todo lo posible en su propio beneficio, y para eso usaban la sangre y el fuego.

Aquello era muy peligroso, así que algunas mujeres intentaron otra vía, nada fácil tampoco, para ganar su independencia: emparedarse a voluntad. ¿Emparedarse hasta la muerte para ser libres?

Las emparedadas –también denominadas muradasejercían el llamado ‘Voto de Tinieblas’, un fenómeno medieval que se remonta a la Edad Media y que llega hasta el siglo XVII en diversas partes de España y de la Europa cristiana. El emparedamiento se utilizó en muchas ocasiones como castigo, pero no es ese el tipo del que hablo hoy, sino de unas mujeres que en uso de sus facultades decidieron apartarse del mundo –aunque no del todo, como veremos– y encerrarse entre cuatro paredes.

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Una realidad variada

No han quedado muchos testimonios directos de éstas muradas –mujeres de distintos orígenes, tanto burguesas como campesinas– y de sus motivaciones íntimas para encarcelarse voluntariamente. No podemos descartar el fanatismo religioso en algunos casos, o la huida a una situación opresiva en otras. También en otros una profunda espiritualidad y, en lo que puede parecer una paradoja, un intenso deseo de libertad. Sacrificaban la libertad del cuerpo para disfrutar la del alma y el pensamiento. Se apartaban de la comunidad para sentirse una parte más importante de ella.

La práctica del emparedamiento fue muy variada. Lo más común es que el encierro fuera en solitario, pero también se dieron algunos casos en que varias de ellas vivían en comunidad. A veces el encierro era en la propia casa y otras en una cueva.

Pero en la mayoría de los casos se tapiaban en el muro de una iglesia para vivir el resto de sus días en un pequeño habitáculo, de forma espartana. En esas celdas poco podían hacer, salvo leer y rezar durante todo el día. Dejaban una pequeña ventana desde la que recibían comida -a veces solo pan y agua, era un acto de sacrificio- y se comunicaban con la gente. Porque era voto de nieblas, no de silencio. Todo lo contrario: se convertían en consejeras tanto de sus vecinos como de personalidades importantes, ya que con su gesto y su sacrificio conseguían ser voces autorizadas, algo que se les negaba por su sexo. Algunas aprovecharon esa vida contemplativa para escribir obras relacionadas con la espiritualidad y la mística.

Ni antisistema ni integradas

El reconocimiento social les venía porque su acto no era un ejercicio de protesta contra la autoridad, estaban perfectamente aceptadas tanto por la iglesia como por el poder político. De hecho eran muy valoradas y ensalzadas, no solo como ejemplo de sacrificio cristiano sino también por el servicio que hacían a la comunidad. Eran mujeres especiales y como tales se las tenía. Mucha gente se acercaba a ellas en busca de consuelo o rezos por su alma, a algunas incluso se les atribuían poderes sanadores. También se les pedía consejo, tenían una autoridad moral de la que no gozaban el resto de mujeres de la época.

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Este vivir al margen les hacía estar en una borrosa situación, ya que no desafiaban abiertamente al poder político y religioso pero se mantenían al margen de él. No se integraban en un convento con sus normas y jerarquías, iban a su aire, profundizando en su fe y en el conocimiento de la misma, pero no negaban la doctrina ni caían en herejía.

A diferencia de las brujas era una rebeldía dentro de un orden, una postura radicalmente individualista, impropia de una mujer de la época, pero perfectamente integrada socialmente. Tanto es así que su acto era una fiesta perfectamente ritualizada.

La prueba es que iniciaban su encierro, que la mayoría de las veces era hasta su fallecimiento, con una una especie de entierro, de despedida de su vida civil. En la ceremonia estaba presente el obispo o en su defecto algún otro miembro del clero, que velaban porque el emparedamiento fuese ‘de verdad’ y no un fraude.  En dicha ceremonia la candidata tiene que prometer solemnemente que se lo va a tomar en serio; luego se celebraba una misa de requiem, tras la que tañen las campanas y la murada cede todos sus bienes a la comunidad. Finalmente se le da la extrema unción. Lo dicho, un entierro cristiano.

Algunas fueron elevadas a los altares, como betas o santas. Quizás la más famosa sea Santa Oria, por el poema que le dedicó su paisano Gonzalo de Berceo.

Desemparó el mundo Oria, toca negrada, / en un rencón angosto entró emparedada, / sufrié grant astinencia, vivié vida lazrada, / por ond ganó en cabo de Dios rica soldada.

Era esta reclusa vaso de caridat, /  templo de paciencia e de humilidat, / non amava palabras oís de vanidat, / luz era e confuerto de la su vezindat.

emparedada_libroIlustración de “La muy devota Oración de la Emparedada”, librito al que se le atribuían propiedades mágicas e incluido en el índice de la Inquisición.

Mujeres que debido a su condición vivían en una constante paradoja. Se apartaban del mundo para formar parte de él de una forma más igualitaria. Con ello podían dedicarse al estudio, por ejemplo, y  conseguían ser escuchadas e influyentes en su comunidad. Campesinos, clérigos e incluso nobles venían a pedirles consejo ya que se consideraba que su sacrificio les dotaba de sabiduría. Mortificaban su cuerpo -imaginen el encierro durante años en una pequeña celda– para liberar su pensamiento.

Atrapadas en una sociedad tremendamente machista, se encerraban para emanciparse o, como se diría ahora, empoderarse.

En el siglo XVII lista práctica empieza a declinar y desaparece por completo con el avance de las ideas ilustradas.

Aunque queda camino por recorrer en la emancipación, gracias a dios a ellas y otras mujeres, hoy día no es necesario ese sacrificio –voluntario pero terrible y absurdo– para alcanzar la libertad y formar parte como iguales de la comunidad. Una suerte para todxs.

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