Julia, a la que las lectoras de este blog conocen desde su “etapa bebé”, empieza el cole mañana. Como algunas ya sabéis tengo otro cachorro, Santi de 20 meses, que va al jardín de infancia.
El hecho de que se lleven tan sólo 19 meses desemboca en unas apasionantes tardes en las que mis vástagos se zurran el uno al otro por deporte. Una servidora, durante esas sesiones tipo western pasa por todos los estadios posibles, desde la fase inicial apaciguadora, pasando una intermedia de corte berreante y finalizando con la útltima, la llamada “me da igual 8 que 80″, en la que me voy a la cocina a hacer la cena diciéndome “que se apañen entre ellos que yo no puedo más”.
Así es que una mezcla de gritos, lloros y sobresaltos varios invade nuestra atmófera cotidiana hasta que el reloj toca la bendita hora en la que se van a dormir.
Por todo ello, llevo esperando como agua de mayo el inicio del primer año escolar de Julia. Se supone que este gran hito en su proceso para la adquisición de autonomía influirá en unas tardes menos moviditas en las que disfrutaremos más los unos de los otros. No me malinterpretéis, tenemos muy buenos momentos juntos, pero sufro cuando se pelean.
Con todo, la llegada de este momento no está siendo como yo me esperaba. Estoy que no vivo en mí, pensando que mi bebé se hace mayor y siento nostalgia. También siento un orgullo infinito al ver la niña en la que mi primer bebé se ha convertido: cariñosa, guapa y especialmente despierta.
Estos días noto los sentimientos a flor de piel más que nunca. Lloro mientras coso las vetas con su nombre a la ropa escolar, observo a mi hija durante horas y en general me embarga una emoción desconocida hasta ahora, una emoción nostálgica que a la vez me llena de satisfacción y alegría al ver que mi polluelo aprende a volar solo.
¿Te sucede lo mismo? :)
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