Revista Opinión

En Cuba, a todo llega uno a acostumbrarse

Publicado el 29 septiembre 2015 por Diariocubano

LA HABANA, Cuba.- No soy ateo ni agnóstico: soy creyente. Pero durante décadas, mi fe, como la de la mayoría de los cubanos de mi generación, estuvo rodeada de circunstancias adversas.

En el paisaje de mi niñez y adolescencia había muchas iglesias, pero la mayoría estaban cerradas. En las pocas que estaban abiertas, oficiaban los curas que no habían sido desterrados. Los pocos fieles que acudían eran vigilados por milicianos y cederistas, y a veces eran insultados y apedreados por las turbas.

En numerosas ocasiones, necesitándolo mucho, me quedé con las ganas de rezar en la paz de la casa de Dios. Uno temía que lo vieran entrar a la iglesia. Alguien podía delatarme en la escuela, donde enseñaban que la religión era “el opio de los pueblos” y “un instrumento de coacción ideológica al servicio de las clases dominantes”.

Creer era un rezago del pasado burgués. Se suponía que un muchacho nacido con la revolución respondiera plenamente a los preceptos materialistas del marxismo. De no ser así, se arriesgaba a ser un apestado. Muchas carreras universitarias estaban expresamente vedadas a los creyentes. La universidad era (y todavía es) para los revolucionarios.

En las casas, escondían los santos, las vírgenes y los cuadros del Sagrado Corazón de Jesús. Los collares y los elegguas fueron a dar al fondo de los closets y los escaparates. Los números de la revista Atalaya de los Testigos de Jehová circulaban con tanto sigilo como si fueran panfletos subversivos.

Pero la gente, aunque públicamente lo negara, no dejaba de creer. Y eso hacía todo muy confuso.

Recuerdo que cuando empecé a ir a la escuela todavía muchos carros llevaban en el parabrisas trasero la pegatina con el rostro de un niño y el letrero “De ti depende que este niño sea católico o ateo”. Había dos versiones de la pegatina: la comunista y la católica. La del carro de mi papá llevaba la versión comunista.

Mi padre se enorgullecía de haber sido comunista durante el régimen de Batista y de haber ido a la cárcel por serlo, pero estaba casado por la iglesia y sus hijos fuimos bautizados. En materia de religión, papá prefería no opinar. Mi abuela, que se negó rotundamente a ocultar sus santos, se alegraba de ello. Pero mis hermanos, que estudiaron en colegios católicos de pago, desde los tiempos de la Alfabetización hasta ahora mismo, se proclaman ateos convencidos.

En mi caso, empecé a creer debido a la influencia de mi abuela. Al principio solo pedía a Dios aprobar los exámenes. Luego pedí una novia que se pareciera a Brigitte Bardot o Jane Fonda. Y después, poder escabullirme del servicio militar. Pero ya para entonces, daba igual si Dios me complacía o no.

Un día, frente a una planilla que indagaba si tenía alguna creencia religiosa, como me reventaban las prohibiciones, me cansé de negar a Dios y escribí en el espacio en blanco: “Sí, católico”. Eso, sumado a mi manía por el rock y demás problemas ideológicos, agravó drásticamente mis problemas con la revolución y me convirtió en un paria. Pero no me pesó. Era peor cargar con el miedo y la vergüenza.

Hoy que está permitido creer y hasta es de buen gusto decir en televisión “gracias a Dios” y “si Dios quiere”, no soy un católico practicante. Sencillamente, creo. Como diría Sinatra, a mi manera. Como creen casi todos los cubanos.

Por ejemplo, tengo un amigo que dice que no cree en Dios, pero le tiene mucho miedo. Y a la brujería también le teme. Más que a Dios.

A lo que yo le temo es a no tener en qué creer. Y más en estos tiempos que corren…

Me perdonan esta descarga autobiográfica, pero deseaba aclarar ciertas cosas a los que consideran que fui demasiado escéptico ante la visita a Cuba del Papa Francisco.

Después de todo, es el tercer papa que nos ha visitado en menos de 18 años. Y a todo llega uno a acostumbrarse. Hasta a las misas papales en la Plaza de la Revolución…

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Via:: Cubanet


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